miércoles, 30 de septiembre de 2015
Parte 1: EN BÚSQUEDA DEL PARAÍSO. (Escalera al Cielo)
Escalera al Cielo (segundo libro).
Parte 1: EN BÚSQUEDA DEL PARAÍSO.
ZECHARIA SITCHIN
1980, Nueva York, USA.
Cuentan las antiguas escrituras que hubo una época en que la inmortalidad estaba al alcance de la humanidad.
Era una edad de oro, el hombre vivía con su Creador en el Jardín del Edén.
El hombre cuidaba el maravilloso jardín, y Dios paseaba, gozando la brisa vespertina.
"Yahvé Dios, hizo crecer del suelo toda especie de árboles hermosos de ver y buenos de comer, y el Árbol de la Vida en medio del jardín y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
Un río salía del Edén para regar el jardín y de allá se dividía formando cuatro brazos. El primero se llama Fison (...); el segundo río se llama Geon (...); el tercer río se llama Tigris (...); el cuarto río es el Eufrates.”
Adán y Eva tenían permiso para comer los frutos de todos los árboles, con excepción del fruto del Árbol del Conocimiento.
Cuando desobedecieron a la orden (tentados por la serpiente), Dios se quedó preocupado con el asunto de la inmortalidad:
Después dijo Yahvé Dios:
Si el hombre ya es como uno de nosotros,
Versado en el bien y en el mal,
Que ahora él no extienda la mano
Y coseche también del Árbol de la Vida,
Y coma y viva para siempre!”
Y Yahvé Dios lo expulsó del Jardín del Edén
Para cultivar el suelo de donde hubo sido quitado.
Él proscribió al hombre y colocó,
Delante del Jardín del Edén,
Los querubines y la llama de la espada flamante,
Para guardar el camino del Árbol de la Vida.
Así, el hombre fue expulsado del lugar donde la vida eterna esperaba por él.
Y, aunque proscrito, jamás cesó de recordar, ansiar e intentar alcanzar la inmortalidad.
Desde la expulsión del paraíso, los héroes han ido a los Confines de la Tierra en búsqueda de la inmortalidad.
A algunos escogidos les fue dado encontrarla; gente simple afirmó haber llegado a ella por casualidad.
En el transcurrir de los tiempos, la búsqueda del paraíso fue algo que siempre se decía respecto de cada individuo.
Sin embargo, en los mediados de este milenio, esa búsqueda se hizo una empresa oficial de poderosos reinos.
Según nos llevaron a creer, el Nuevo Mundo fue descubierto cuando los exploradores buscaban una ruta marítima para la India en búsqueda de riquezas.
Eso es verdad, pero sólo en parte, pues lo que Fernando e Isabel, los reyes de España, más deseaban, era encontrar la Fuente de la Eterna Juventud, una fuente de poderes mágicos cuyas aguas rejuvenecían a los viejos y mantenían a las personas eternamente jóvenes, porque brotaba de un pozo del paraíso.
Ni bien Colombo y sus hombres desembarcaron en lo que pensaban eran las islas de la India (las "Indias Occidentales"), ellos pasaron a combinar la explotación de las nuevas tierras con la búsqueda de la legendaria fuente cuyas aguas "hacían a los viejos nuevamente jóvenes".
Los españoles interrogaron, bajo tortura, a los "indios" capturados para que revelaran la localización secreta de la mítica fuente.
Quién más se destacó en esas investigaciones fue Ponce de León, soldado profesional y aventurero español, que salió de las filas para terminar como gobernador de parte de la isla de la Española, que actualmente es Haití, y de Puerto Rico.
En 1511, él asistió al interrogatorio de algunos indios aprisionados.
Al describir la isla que habitaban, los nativos hablaron de sus perlas y otras riquezas, y enaltecieron las maravillosas virtudes de sus aguas.
Existe una fuente, contaron, donde un isleño "gravemente oprimido por la vejez" fue a beber.
Después de eso "él recuperó su fuerza varonil y practicaba todos los desempeños viriles, habiendo nuevamente tomado una esposa y generado hijos".
Oyendo con creciente entusiasmo, Ponce de León, él mismo un hombre de más de 50 años, se convenció de que los indios describían la mítica fuente de las aguas rejuvenecedoras.
La observación final de los nativos le pareció la parte más notable del relato, pues en la corte de España, así como en toda Europa, abundaban cuadros hechos por los mejores artistas y siempre que ellos pintaban escenas de amor o alegorías sexuales incluían una fuente en el escenario.
Tal vez el más famoso de esos cuadros sea El Amor Sagrado y el Amor Profano, de Ticiano.
En la pintura, la fuente insinúa lo máximo en cuestión de amor - las aguas que hacían posibles "todos los desempeños viriles" a lo largo de la eterna juventud.
El informe de Ponce de León para el rey Fernando aparece en los registros mantenidos por el historiador oficial de la corte, Pietro Martire di Anghiera.
Como este afirma en su Decade de Orbe Nuevo (Décadas del Nuevo Mundo), los indios venidos de las islas Lucaias, o Bahamas, revelaron que "hay una isla donde existe una fuente perenne de agua corriente de tal excelsa virtud que ingerida, quien sabe si acompañada de alguna dieta, hace a los viejos nuevamente jóvenes".
Muchos estudios, como la obra de Leonardo Olschki, Ponce de León's Fountain of Youth: History of la Geographical Myth (La Fuente de la Juventud de Ponce de León: Historia de un Mito Geográfico), establecieron que la "Fuente de la Juventud era la más popular y característica expresión de las emociones y expectativas que agitaron a los conquistadores del Nuevo Mundo".
A buen seguro, Fernando, rey de España, era uno de los que esperaban ansiosamente la confirmación de la noticia.
Así, cuando llegó la carta de Ponce de León, el rey no perdió tiempo.
Concedió de inmediato al aventurero una patente de descubrimiento (con fecha de 23 de febrero de 1512), autorizando la partida de una expedición de la isla de Española tomando rumbo norte.
El Almirantado recibió orden de auxiliar a Ponce de León y darle las mejores embarcaciones y marineros, con los cuales tal vez descubriría sin tardanza la isla de "Beininy" (Bimini).
El rey dejó bien explícita una instrucción: "Después de que hayas alcanzado la isla y que sepas lo que existe en ella, tú me mandarás un informe".
En marzo de 1513, Ponce de León partió para el norte con la intención de encontrar la isla de Bimini.
La disculpa pública para la expedición era "buscar oro y otros metales", pero la verdadera meta era encontrar la Fuente de la Eterna Juventud.
Los marineros inmediatamente desconfiaron de eso cuando vueron no sólo una isla, sino centenares de ellas, las Bahamas.
Al anclar en una después de otra, los grupos de desembarque recibieron instrucciones de que buscaran no oro, sino una fuente rara.
Aguas de riachuelos fueron probadas y bebidas sin efectos extraordinarios aparentes.
El Domingo de Pascua - Pascua de Flores, en español -, fue avistado un largo litoral y Ponce de León la llamó la "isla" de Florida.
A lo largo de la costa y desembarcando varias veces, él y sus hombres exploraron las florestas y bebieron el agua de incontables fuentes.
Sin embargo, ninguna de ellas pareció realizar el milagro tan anhelado.
Empero, el fracaso de la misión no consiguió sacudir la convicción de que existía la tal fuente en el Nuevo Mundo.
Ella sólo necesitaba ser descubierta. Más indios fueron interrogados.
Algunos aparentaban mucho menos edad de la que realmente afirmaban que tenían; otros repitieron leyendas que confirmaban la existencia del agua milagrosa.
Una de ellas, transcrita en Creation Myths of Primitive América (Mitos de la Creación de América Primitiva), de J. Curtin, dice que cuando Olelbis, "aquel que está sentado en lo alto", estaba para crear la humanidad, mandó dos emisarios a la Tierra para que construyeran una escalera que conectaría el Cielo y la Tierra.
A medio camino, deberían instalar un lugar de reposo, donde habría una laguna de la más pura agua potable.
En el tope de la escalera crearían dos fuentes, una para beberse y otra para baños.
Dijo Olelbis: "Cuando un hombre o una mujer envejezcan, déjenlo subir a esa cumbre, beber y bañarse. Con eso, su juventud será restaurada".
La convicción de que la fuente existía en algún lugar de aquellas islas era tan fuerte que en 1514 - un año después de la malograda expedición de Ponce de León - Pietro Martire escribió (en su Segunda Década) al papa León X informando:
A una distancia de 325 leguas de La Española, dicen, existe una isla llamada Boyuca, de hecho Ananeo, que, según aquellos que exploraron su interior, posee urna fuente extraordinaria, cuyas aguas rejuvenecen a los viejos.
Que Su Santidad no piense que eso esté siendo dicho liviana o irreflexivamente, pues ese hecho es considerado verdadero en la corte, y de una manera tan formal, que todos, aún aquellos cuya sabiduría o fortuna los distinguen de las personas comunes, lo aceptan como verdad.
Ponce de León, sin dejarse desanimar, concluyó, después de investigaciones adicionales, que debería buscar una fuente conectada a un río, posiblemente a través de un túnel subterráneo.
Entonces, si la fuente quedaba en una isla cualquiera, su manantial no sería un río de Florida?
En 1521, la Corona española ordenó que Ponce de León hiciera urna nueva expedición, esta vez centralizando las búsquedas en Florida.
No existen dudas sobre el verdadero propósito de esa misión.
Pocas décadas después, el historiador español Antonio de Herrera & Tordesillas afirmó en su Historia General de Las Indias (Historia General de las Indias):
"Él (Ponce de León) salió en búsqueda de aquella fuente sagrada, tan afamada entre los indios, y del río cuyas aguas rejuvenecían a los viejos".
La intención era descubrir la fuente en la isla de Bimini y el río en Florida, donde, según afirmaban los indios de Cuba y La Española, "los viejos que en él se bañaban se hacían jóvenes de nuevo".
En vez de la juventud eterna, Ponce de León encontró la muerte al ser alcanzado por una flecha de los indios caraibes.
Así, aunque la búsqueda individual por una poción o ungüento que consiga aplazar el día final tal vez jamás termine, la búsqueda organizada, bajo comando real, llegó a su fin.
¿Habría sido la búsqueda inútil desde el inicio?
¿Fernando, Isabel, Ponce de León y todos los que navegaron y murieron buscando la Fuente de la Juventud serían sólo tontos que creían en cuentos de hadas primitivos?
No, en el entender de ellos.
Las Sagradas Escrituras, creencias paganas y relatos documentados de grandes viajantes se juntaban para garantizar que realmente existía un lugar cuya agua (o néctar de sus frutos) podía conceder la inmortalidad, manteniendo a las personas eternamente jóvenes.
Antiguos cuentos hablan de un lugar secreto, urna fuente secreta, un fruto o planta secreta que salvaría a sus descubridores de la muerte eran comunes en la península Ibérica, como un legado de los celtas que habitaron la región en un pasado distante.
Corrían historias sobre la diosa Idunn, que vivía junto a un riachuelo sagrado y guardaba manzanas mágicas en un baúl.
Cuando los dioses envejecían, iban a buscarla para comer las frutas y hacerse nuevamente jóvenes.
De hecho, Idunn significaba "joven de nuevo" y las manzanas consistían en el "elixir de los dioses".
Serían esos cuentos populares un eco de la leyenda de Heracles (nombre griego de Hércules) y sus doce trabajos?
Una sacerdotisa del dios Apolo, al prever lo que esperaba el héroe, le garantizó: "Cuando tú los completaras, te harás uno de los inmortales".
El penúltimo trabajo de Héracles sería cosechar y traer las divinas manzanas de oro de las Hespérides.
Estas, las "Ninfas del Poniente", habitaban las proximidades del monte Atlas, en Mauritania.
Los griegos, y después los romanos, nos legaron muchos cuentos sobre hombres inmortalizados.
Apolo ungió el cuerpo de Sarpédon y él duró varias generaciones. Afrodita regaló a Faon con una poción mágica.
Al ungirse con ella, Faon se transformó en un bello joven "que despertó amor en el corazón de todas las mujeres de Lesbos".
El niño Demofonte, ungido con ambrosia por la diosa Deméter, con certeza habríase hecho inmortal si su madre, ignorando la identidad de la diosa, no lo hubiera quitado de sus manos.
Había también la historia de Tántalo, hecho inmortal al alimentarse de néctar y ambrosia que hubo robado de la mesa de los dioses.
Cuando él mató a su propio hijo para servir su carne a los dioses, estos lo castigaron proscribiéndolo para una tierra donde abundaban el agua y los frutos, pero que permanecían eternamente fuera de su alcance.
(El dios Hermes resucitó al joven asesinado.) Ya Odioseo (nombre griego de Ulises), a quién la ninfa Calipso ofreció la inmortalidad si él aceptara quedarse en su compañía para siempre, prefirió arriesgarse y volver hacia el hogar y la esposa.
¿Y la historia de Glauco, un simple pescador que se transformó en un dios del mar?
Un día él observó que un pez que hubo pescado, al entrar en contacto con una determinada hierba, volvió a la vida y saltó hacia el agua.
Comiendo la hierba, Glauco buceó atrás de él y, en consecuencia, los dioses Océano y Tétis lo admitieron en su círculo y lo transformaron en una deidad.
El año en que Colón zarpó de España, 1492, fue también el año en que terminó la ocupación musulmana de la península Ibérica, con la rendición de los moros en Granada.
A lo largo de los casi ocho siglos de contienda árabe-cristiana en la región, hubo una inmensa interacción de las dos culturas.
Las historias del Corán, el libro sagrado de los musulmanes, que también hablaban sobre el pez y la fuente de la vida, eran conocidas tanto por moros como por católicos.
El hecho de que el cuento en cuestión sea casi idéntico al de la leyenda griega de Glauco, el pescador, era tomado como una confirmación de su autenticidad.
Él también fue uno de los motivos para la búsqueda de la legendaria fuente de la India, la tierra que Colón partió para alcanzar e imaginó haber encontrado.
La parte del Corán que contiene la historia del pez es la 18ª sura, que habla de los viajes de Moisés, el héroe bíblico del Éxodo de Egipto, explorando varios misterios.
Como parte de los preparativos para cumplir su destino como mensajero de Dios, él tendría que recibir el conocimiento de que aún carecía, de un misterioso "siervo de Dios".
Acompañado de sólo un criado, Moisés debería buscar ese enigmático maestro con la ayuda de una única pista: llevaría consigo un pez seco y, en el lugar donde el pez saltaría y desaparecería, encontraría al "siervo de Dios".
Después de mucha caminata infructífera, el criado sugirió que desistieran de la búsqueda.
Moisés, sin embargo, insistió, diciendo que no pararía hasta alcanzar "la unión de los dos ríos".
Y fue allá, sin que los viajantes notaran, que el milagro aconteció:
Pero, cuando ellos llegaron a la unión,
Se olvidaron del pez,
Que buceó en el río,
Como si entrara en un túnel.
Después de mucho caminar, Moisés dijo al criado: "Coja nuestra comida matinal", pero el hombre respondió que el pez había desaparecido:
Cuando llegamos a la piedra,
No viste lo que aconteció?
De hecho me olvidé del pez.
Satã me hizo olvidar de contaros.
Él buceó en el río de una forma maravillosa.
Y Moisés dijo:
"Era eso lo que buscábamos".
La historia del Corán sobre el pez seco que resucitó y volvió hacia el mar a través de un túnel, iba adelante del cuento griego similar porque hablaba no de un modesto pescador, sino del venerable Moisés.
La 18ª sura, del Coran:
[18.60] Y cuando Moisés dijo a su mozo: «No cejaré hasta que alcance la confluencia de las dos grandes masas de agua, aunque tenga que andar muchos años».
[18.61] Y, cuando alcanzaron su confluencia, se olvidaron de su pez, que emprendió tranquilamente el camino hacia la gran masa de agua.
[18.62] Y, cuando pasaron más allá dijo a su mozo: «¡Trae la comida, que nos hemos cansado con este viaje!»
[18.63] Dijo: «¿Qué te parece? Cuando nos refugiamos en la roca, me olvidé del pez -nadie sino el Demonio hizo olvidarme de que me acordara de él- y emprendió el camino hacia la gran masa de agua. ¡Es asombroso!»
[18.64] Dijo: «Eso es lo que deseábamos», y regresaron volviendo sobre sus pasos,
Ella tampoco presentaba el incidente como un descubrimiento casual, sino como una ocurrencia prevista por el Señor, que conocía exactamente la localización del agua de la vida, que podría ser identificada por la resurrección del pez.
Como católicos devotos, el rey y la reina de España deben haber aceptado literalmente la visión descrita en el Apocalipsis: "Me mostró después un río de Agua de la Vida, brillante como cristal, que salía del trono de Dios (...) En medio de la plaza, de un lado y del otro del río, hay árboles de la vida que fructifican doce veces (...)"
A buen seguro creyeron en las promesas del libro: "A quien tiene sed daré la fuente de agua viva" y "le concederé comer del Árbol de la Vida que está en el paraíso de Dios".
Además de eso, a buen seguro, estaban al corriente de las palabras del salmista bíblico:
Tú les das de beber de tu río de la eternidad;
Pues contigo está la fuente de la vida.
Por lo tanto, era indudable la existencia de la fuente de la vida y del río de la eternidad, pues era lo que atestiguaban las Sagradas Escrituras.
El único problema era donde y como encontrarlos. La 18ª sura del Corán ofrece algunas pistas importantes. Ella relata las tres paradojas de la vida presentadas a Moisés después de que él localizó al siervo de Dios.
Enseguida, el mismo tramo del Corán pasa a describir tres episodios: una visita a una tierra donde el sol se pone, después hacia una tierra donde el sol se levanta, o sea, el este, y finalmente para una más distante, donde el mítico pueblo de Gog y Magog (los contendores bíblicos del fin de los tiempos) venía causando incontables daños a la Tierra.
Para acabar con el desorden, el héroe del cuento - aquí llamado de Du-al'Karnain (Poseedor de Dos Cuernos) - cerró un pasaje entre dos arduas montañas con bloques de hierro y enseguida derramó sobre ellos plomo derretido, construyendo una barrera tan impresionante que hasta los poderosos Gog y Magog no fueron capaces de escalarla.
Así separados, los dos ya no pudieron causar perjuicios a la Tierra.
La palabra Karnain, en árabe o hebraico, significa tanto "dobles cuernos" como" dobles rayos".
Los tres episodios adicionales, que vienen inmediatamente después de los Misterios de Moisés, parecen, debido al uso del término, mantener como personaje principal el héroe bíblico, que bien podría haber recibido el apodo de Du-al'Karnain porque su rostro "tenía rayos" -irradiaba- después de que él descendió del monte Sinaí, donde se hubo encontrado cara a cara con Dios.
Los cristianos medievales, sin embargo, atribuían la alcunha y el viaje a las tres tierras que Alexander el Grande, rey de la Macedonia, que en el siglo IV a.C. hubo conquistado la mayor parte del mundo conocido en la época, alcanzando hasta la India.
Esa creencia popular, intercambiando a Moisés y Alexander, tenía origen en las tradiciones relacionadas con las conquistas y aventuras del rey de la Macedonia, que incluían no sólo el hecho en la tierra de Gog y Magog como también un episodio sobre un pez seco que hubo vuelto a la vida cuando Alexander y su criado encontraron la fuente de la vida!
Los relatos acerca de Alexander que corrían por toda Europa y Oriente Medio en la época medieval se basaban en los supuestos textos de un historiador griego llamado Calístenes, sobrino de Aristóteles.
Designado por el rey para registrar sus hechos, triunfos y aventuras en la expedición asiática, murió en la prisión por haber criticado al soberano por adoptar costumbres orientales; sus escritos desaparecieron misteriosamente.
Siglos después, comenzó a circular en Europa un texto en latín que sería una traducción de las crónicas originales de Calístenes.
Los eruditos denominaron esos textos como "pseudos-Calístenes".
Por muchos siglos, se creyó que las muchas versiones de las hazañas de Alexander circulando por Europa y Oriente Medio se originaban de esos pseudo-Calístenes en latín.
Sin embargo, se descubrió más tarde que existían textos similares en muchos otros idiomas, inclusive hebraico, persa, siríaco, armenio y etíope, así como por lo menos tres versiones en griego.
Esos varios textos, algunos con origen en Alejandría del siglo II a.C., divergen en algunos puntos.
Pero sus impresionantes similaridades indican claramente una fuente común - tal vez incluso las crónicas de Calístenes o, como muchas veces se afirma, copias de las cartas de Alexander para su madre, Olimpia, y para su maestro, Aristóteles.
Las extraordinarias aventuras en que estamos interesados comenzaron después que Alexander terminó la conquista de Egipto.
Los textos no esclarecen qué dirección tomó el rey, ni hay certeza de que los episodios siguen un orden cronológico o geográfico.
Sin embargo, uno de los primeros cuentos puede explicar la confusión popular entre Alexander y Moisés.
Aparentemente el rey de Macedonia intentó salir de Egipto como el héroe bíblico, separando las aguas del mar Rojo y haciendo que sus seguidores lo atravesaran a pie.
Al alcanzar el mar, Alexander decidió dividir las aguas construyendo en medio de él una muralla de hierro y plomo derretida y sus albañiles "continuaron derramando plomo y otros materiales derretidos en el agua hasta que la estructura llegó por encima de la superficie".
Enseguida, el rey hizo que sus hombres erigieran sobre la muralla una torre y un pilar, donde mandó esculpir su propia figura, ostentando dos cuernos en la cabeza.
Entonces escribió en el monumento: "Que aquel que llegase a este lugar y navegase sobre el mar sepa que yo lo cerré".
Habiendo así contenido las aguas, Alexander y sus hombres comenzaron a atravesar el mar a pie.
Pero, como medida de precaución, enviaron al frente algunos prisioneros. Cuando estos alcanzaron la torre en medio del mar, "las ondas se derramaron sobre ellos, el mar los engulló y todos perecieron (...) Cuando el emperador vio lo acontecido, sintió un poderoso miedo del mar" y desistió de la tentativa de imitar Moisés.
Aún así, aún ansioso por descubrir "las tinieblas" en el otro lado del mar, Alexander hizo varios desvíos, durante los cuales, según los textos, visitó las fuentes de los ríos Eufrates y Tigris, y allá estudió "los secretos del cielo, de las estrellas y de los planetas".
Dejando sus tropas atrás, Alexander volvió hacia el País de las Tinieblas, alcanzando una montaña en el margen del desierto llamada Mushas.
Después de varios días de viaje, avistó un "camino recto, sin muros, donde no había ni altos ni bajos".
En ese punto el rey dejó a sus pocos y fieles compañeros y prosiguió solo.
Después de una caminata de doce días y doce noches, "percibió el esplendor de un ángel". Sin embargo, al aproximarse, vio que el ángel era una "hoguera flamante".
Alexander entonces se convenció de que había llegado a la "montaña de la cual todo el mundo es cercado.”
El ángel se quedó tan sorprendido como Alexander.
¿"Quién eres tú y por qué estás aquí; oh, mortal?", preguntó, imaginando como aquel hombre había conseguido "penetrar en esta oscuridad, donde ningún otro fue capaz de entrar.
"Alexander respondió que el propio Dios lo había guiado y le había dado fuerzas para "llegar a este lugar, que es el paraíso".
A esa altura, para convencer al lector de que el paraíso, y no el infierno, era accesible por medio de pasajes subterráneos, el autor del antiguo texto relataba un largo diálogo entre Alexander y el ángel sobre temas relacionados con Dios y el hombre.
Terminada la conversación, el ángel mandó a Alexander volver junto de sus amigos, pero el rey insistió en tener respuestas para los misterios del Cielo y de la Tierra, Dios y el hombre.
Al final, dijo que sólo partiría se recibiera algo que ningún otro hombre hubiera obtenido antes.
Concordando, el ángel dijo: "Yo te contaré algo que hará que tú vivas y no mueras". "Prosiga", habló Alexander. Y el ángel explicó:
En el país de Arabia,
Dios colocó el negrume de la oscuridad total, donde está
escondido el tesoro de ese conocimiento.
Allá también se queda la fuente que es la llamada de "Agua
de la Vida".
Aquel que beber de ella, aunque sea una
única gota, jamás morirá.
El ángel atribuyó otros poderes mágicos a esa Agua de la Vida, tal como conceder a un hombre el don de volar por el cielo, como los ángeles.
No necesitando de mayores incentivos, Alexander indagó, ansioso: ¿"En que región de la Tierra está situada esa fuente?"
La enigmática respuesta del ángel fue: "Pregunta a los hombres de allá que son herederos del conocimiento".
Dicho eso, dio a Alexander un rizo de uvas para que con ellas alimentara a sus tropas.
Volviendo junto a sus compañeros, Alexander les contó la aventura y dio a cada uno una uva.
Pero, "a medida que arrancaba una, otra crecía en su lugar". Así, un único rizo sirvió para alimentar a todos los soldados y sus monturas.
El joven soberano entonces comenzó a indagar sobre los sabios que podría encontrar.
Preguntaba a cada uno que le indicaban: ¿"Ya está en los libros que Dios tiene un lugar de tinieblas donde está oculto el conocimiento y que allá se queda la fuente de la vida?"
Las versiones griegas dicen que Alexander fue hasta los Confines de la Tierra para encontrar al sabio.
Y los etíopes sugieren que el sabio estaba allí mismo, entre su tropa.
Se llamaba Matun y conocía las antiguas escrituras. El lugar, dijo el sabio, "yace muy cerca del sol cuando él se levanta del lado derecho”.
Aún poco informado después de tantos enigmas, Alexander se colocó en las manos de su guía. Nuevamente fueron para un lugar de tinieblas.
Después de mucho caminar, el rey se cansó y mandó Matun proseguir solo para encontrar la trilla correcta.
Para ayudarlo a entrever en la oscuridad, le dio una piedra que le había llegado a las manos en circunstancias milagrosas, como un presente de un antiguo rey que ahora vivía entre los dioses.
Era una piedra que Adán hubo traído del paraíso, más pesada que cualquiera otra sustancia de la Tierra.
Matun, a pesar de todos los cuidados, acabó perdiéndose.
Entonces, sacó la piedra mágica del bolsillo y la colocó en el suelo. Así que ella tocó el suelo, comenzó a emitir luz y Matun pudo ver un pozo.
Él aún no tenía conciencia de que había llegado a la fuente de la vida.
La versión etíope describe lo que siguió:
Ora, el hombre tenía consigo un pez seco y, estando muy hambriento, fue hasta el agua para lavarlo y prepararlo para cocinar...
Pero, así que el pez tocó en el agua, salió nadando."
Cuando Matun vio eso, se desnudó y entró en el agua atrás del pez, encontrándolo vivo.
"Percibiendo que aquel era el "pozo del Agua de la Vida", se bañó y bebió.
Al salir del pozo, ya no sentía hambre ni preocupaciones mundanas, pues se había tomado el El-Khidr, "el siempre verde" - aquel que sería eternamente joven.
Al volver hacia el campamento, Matun no contó nada sobre su descubrimiento a Alexander (a quién la versión etíope llama de "Aquel de Dos Cuernos").
Inmediatamente enseguida el rey retomó la búsqueda, tanteando en la oscuridad a la busca de la trilla correcta.
De pronto avistó la piedra abandonada por Matun "brillando en las tinieblas y ella ahora tenía dos ojos, que lanzaban rayos de luz".
Percibiendo que había encontrado el camino, Alexander avanzó corriendo, pero fue contenido por una voz que lo censuró por sus siempre crecientes ambiciones y profetizó que en vez de encontrar la vida eterna él inmediatamente moriría.
Aterrado, Alexander volvió junto a sus compañeros, desistiendo de la búsqueda.
Según algunas versiones, fue un pájaro con formas humanas el que habló con Alexander y lo hizo retornar cuando "él llegó a un lugar incrustado de zafiros, esmeraldas y jacintos".
En la supuesta carta del rey su madre, fueron dos hombres-pájaros que lo impidieron de proseguir.
En la versión griega del pseudo-Calístenes, fue André, el cocinero de Alexander, que cogió el pez seco para lavarlo en una fuente "cuyas aguas relampagueaban".
Cuando el pez tocó el agua, revivió y escapó de las manos del cocinero.
Percibiendo lo que había encontrado, el hombre bebió el agua y después guardó un poco en un tazón de plata, pero no contó a nadie sobre su descubrimiento.
Cuando Alexander (que en esta versión estaba acompañado de 360 hombres), prosiguiendo su búsqueda, llegó a un lugar que brillaba, aunque allá no se viera el sol, ni la luna y las estrellas, encontró el camino bloqueado por dos pájaros con formas humanas."
Vuelve", ordenó uno de ellos, "porque el lugar en que estás pisando pertenece solamente a Dios.
Vuelve, maldito, pues en la Tierra de los Bendecidos tú no puedes poner los pies!"
Estremecido de miedo, Alexander y sus hombres regresaron, pero, antes de dejar el lugar, cogieron algo de tierra y piedras en el suelo como recuerdo.
Después de varios días de marcha salieron del país de la noche eterna y, cuando llegaron a la luz, vieron que el "el suelo y las piedras" que habían recogido eran en realidad perlas, piedras preciosas y pepitas de oro.
Sólo entonces el cocinero contó Alexander sobre el pez que había resucitado, pero guardó secreto sobre haber bebido y guardado el agua.
El rey se puso furioso, agredió al hombre y lo expulsó del campamento.
El cocinero, sin embargo, se negó a partir solo, pues se había enamorado de una hija de Alexander.
Así, le reveló el secreto a ella y la hizo beber el agua. Cuando Alexander descubrió lo acontecido, también proscribió a la joven: "Tú te transformaste en un ser divino, pues te hiciste inmortal.
Por lo tanto, ya no puedes vivir entre los hombres. Vayan hacia la Tierra de los Bendecidos".
En cuanto al cocinero, el rey lo tiró al mar con una piedra presa en el cuello. Pero, en vez de ahogarse, el cocinero se transformó en Andrêntico, el demonio del mar."
Y así", somos informados, "termina el cuento del cocinero y la doncella.”
Para los eruditos consejeros de los reyes y reinas medievales, la simple existencia de incontables versiones sobre la misma historia servía para confirmar tanto la antigüedad como la autenticidad de la leyenda de Alexander y de la fuente de la vida.
Pero ¿donde, donde estaban esas aguas mágicas?
¿Después de la frontera de Egipto, en la península del Sinaí, la tierra de las actividades de Moisés? ¿O cerca de la región donde nacen el Tigris y el Eufrates, en algún lugar al norte de la Siria?
¿Habría Alexander ido a los Confines de la Tierra - la India - para buscar la fuente o sólo se había lanzado en su búsqueda después de volver de allá?
Mientras los estudiosos medievales se esforzaban por descifrar los enigmas, nuevas obras sobre el tema, con base en fuentes cristianas, comenzaron a formar un consenso en favor de la India.
Un texto en latín llamado Alexander Magni Inter ad Paradisum, una homilía de Alexander escrita en siríaco por el obispo Jacó de Sarug, y la Recension of Josippon, en armenio - todos con el relato sobre el túnel, los hombres-pájaros y la piedra mágica -, situaban el País de las Tinieblas o Montaña de las Tinieblas en los Confines de la Tierra.
Allá, decían algunos de esos escritos, Alexander navegó por el río Ganges, que no era otro sino el río Fison, del paraíso.
Allí aún en la India (o en una isla de su litoral), el rey había alcanzado los portones del paraíso.
Mientras esas conclusiones tomaban forma en Europa en la Edad Media, una nueva luz fue lanzada sobre el asunto, venida de una fuente totalmente inesperada.
En 1145, el obispo alemán Otto de Freising registró en su Chronicon un relato sobre una impresionante epístola.
El papa, contó, había recibido una carta de un gobernante cristiano de la India, cuya existencia era completamente desconocida.
Ese rey afirmaba que el río del paraíso quedaba localizado en sus dominios.
El obispo Otto daba el nombre del obispo Hugo de Gebal (una ciudad de la costa mediterránea de la Siria) cómo habiendo sido el intermediario que había llevado la carta al papa.
El autor de la epístola, según se decía, se llamaba Juan, el viejo, o, por ser un sacerdote de la Iglesia Católica, Preste Juan.
Él afirmaba ser descendiente directo de uno de los magos que habían visitado a Cristo en su nacimiento.
Preste Juan había derrotado a los reyes musulmanes de la Persia y había establecido un floreciente reino cristiano en la región de los Confines de la Tierra.
Actualmente algunos estudiosos piensan que todo ese caso fue forjado con objetivos propagandísticos.
Otros creen que los informes que llegaron al papa eran distorsiones de eventos que realmente estaban aconteciendo.
Cincuenta años antes el mundo cristiano había lanzado la Primera Cruzada contra el dominio musulmán en el Oriente Medio (inclusive la Tierra Santa) y hacía poco, en 1.144, había sufrido una derrota machacadora en la ciudad de Edessa.
Mientras tanto, en los Confines de la Tierra, los gobernantes mongoles habían comenzado a sacudir los portones del imperio musulmán y habían derrotado al sultán Sanjar en 1.141.
Cuando la noticia llegó a las ciudades costeras del Mediterráneo, fue enviada al papa bajo el ropaje de un rey cristiano levantándose para derrotar a los infieles por la retaguardia.
Si la búsqueda de la Fuente de la Juventud no estaba entre los motivos para la Primera Cruzada (1.095), aparentemente formaba parte de las subsecuentes, pues inmediatamente que el obispo Otto registró la existencia del Preste Juan y del río del paraíso en sus dominios, el papa emitió una proclama formal para el reinicio de las cruzadas.
Dos años después, en 1.147, el emperador Conrado de Alemania, acompañado de muchos otros nobles y gobernantes, partió para la Segunda Cruzada.
Mientras la suerte de los cruzados alternadamente brillaba y se desvanecía, Europa fue de nuevo barrida por noticias de Preste Juan y sus promesas de auxilio.
Según los cronistas de la época, en 1.165 él envió una carta al emperador de Bizancio, al emperador romano y a reyes menores, donde declaraba su nítida intención de ir a Tierra Santa con sus ejércitos.
Más una vez él describía su reino en términos entusiastas, como convenía a un lugar donde estaba situado no sólo el río del paraíso, sino también los portones del paraíso.
La ayuda prometida jamás llegó. El camino de Europa para la India no fue abierto.
Alrededor del final del siglo XIII, las cruzadas habían dejado de existir, terminando en una derrota final en las manos de los musulmanes.
Sin embargo, aún mientras las cruzadas avanzaban y reculaban, la creencia fervorosa en la existencia de las aguas del paraíso en la India continuaba creciendo y diseminándose.
Antes del final del siglo XII, una nueva y popular versión de las hazañas de Alexander, el Grande, comenzó a esparcirse en los campamentos y plazas de las ciudades.
Llamada como Romance de Alexander, era (como se sabe actualmente) obra de dos franceses que basaron ese poético y entusiasmado relato en la versión latina del pseudos-Calístenes y otras "biografías" del rey de la Macedonia disponibles en la época.
Lo que menos interesaba a los caballeros, soldados y ciudadanos que frecuentaban las tabernas era la autoría del texto.
Lo importante era que él creaba, en un lenguaje que conseguían entender, imágenes vivas de las aventuras de Alexander en tierras extrañas.
Entre ellas estaba el cuento de las tres fuentes maravillosas.
Una rejuvenecía a los viejos, la segunda garantizaba la inmortalidad y la tercera resucitaba los muertos.
Las tres, explicaba el Romance, quedaban situadas en países diferentes, ya que procedían del Tigris y Eufrates, en Asia oriental, del Nilo, en Egipto, y del Ganges, en la India.
Eran esos los cuatro ríos del paraíso.
Y, a pesar de que ellos corran en diferentes regiones, todos provenían de una única fuente: el Jardín del Edén, exactamente como decía la Biblia.
El Romance afirmaba que Alexander y sus hombres habían encontrado la fuente del rejuvenecimiento y afirmabaa que 56 compañeros ancianos del rey "recuperaron el cutis de los 30 (años) después de que bebieran de la Fuente de la Juventud".
A medida que se diseminaban las traducciones del Romance, ese evento era descrito cada vez con mayores detalles.
No sólo la apariencia, sino también la fuerza y virilidad de los viejos soldados habían sido restauradas.
Pero, ¿como llegar a la fuente, si la ruta para la India estaba bloqueada por los musulmanes paganos?
De tiempo en tiempo, los papas buscaban comunicarse con el enigmático Preste Juan, "El ilustre y magnífico rey de las Indias e hijo amado de Cristo".
En 1.245, Inocencio IV despachó a fray Giovanni de la Pian del Carpini, vía Rusia meridional, con órdenes de entrar en contacto con el rey mongol, el khan, creyendo que los mongoles eran nestorianos (un ramo de la iglesia ortodoxa) y el khan el propio Preste Juan.
En 1.254, el rey-padre Haithon, de Armenia, viajó incógnito por el este de Turquía hasta alcanzar el campamento de un jefe mongol en el sur de Rusia.
Los registros de ese viaje lleno de aventuras decían que la ruta lo había llevado a un pasaje angosto a los márgenes del mar Caspio, llamada de Los Portones de Hierro.
La especulación de que ese camino era muy parecido con el recorrido por Alexander, el Grande (que había derramado hierro derretido para cerrar un desfiladero), sirvió para alimentar la idea de que los portones del paraíso, en los Confines de la Tierra, podían ser alcanzados.
A los emisarios de papas y reyes, que buscaban el reino de Preste Juan, inmediatamente se juntaron comerciantes aventureros, como Nicolo y Matteo (Maffeo) Polo, y posteriormente el hijo del primero, Marco Polo (1.260-1.295) y caballeros como el alemán Guilherme de Bondensele (1.336).
Mientras esos relatos atraían el interés de la Iglesia y de las cortes europeas, una vez más, una obra de literatura popular pudo despertar el entusiasmo de las masas.
Su autor se presentaba cómo: "Yo, John Maundeville, Caballero, nacido en la ciudad de St. Albans, en Inglaterra, que me hice a la mar el año de Nuestro Señor Jesús de 1.322".
Escribiendo al regresar de sus viajes 34 años después, Sir John explicaba que "me dirigí para la Tierra Santa y Jerusalén, y también para la tierra del Grande Khan y del Preste Juan, para la India y diversos otros países, así como para las muchas y extrañas maravillas que allá existen".
En el Capítulo 27 del libro The Voyages and Travels of Sir John Maundeville, Knight (Las Navegaciones y Viajes de Sir John Maundeville, Caballero), está escrito:
Ese emperador, Preste Juan, posee un territorio muy extenso y
tiene muchas buenas y nobles ciudades en sus dominios, y
muchas grandes islas, pues todo el país de la India es dividido
en islas a causa de las grandes inundaciones que vienen del
paraíso... Y esa tierra es muy buena y rica... En las tierras del
Preste Juan existen cosas muy varias y muchas piedras
preciosas, tan enormes que los hombres con ellas hacen
traviesas, platos, tazas etc...
Enseguida, sir John describe el río del paraíso:
En ese país el mar es llamado de mar de Gravelly... a tres días
de distancia de él quedan grandes montañas, de las cuales
procede un gran río que viene del paraíso, y él es de piedras
preciosas, sin ninguna gota de agua. Él corre por el desierto y
va a formar el mar de Gravelly cuando alcanza su punto final.
Más además del río del paraíso, había una gran isla, larga y angosta, llamada Milsterak, que era un paraíso en la Tierra.
Allá quedaba "el más bello jardín que se puede imaginar; dentro de él hay árboles dando todos los tipos de frutos, toda especie de hierbas virtuosas y perfumadas".
Ese paraíso, afirma sir John, poseía maravillosos pabellones y cámaras, obras de un hombre rico y demoníaco, cuyo propósito era ofrecer "los más variados placeres sexuales".
Después de azuzar la imaginación (y codicia) de sus lectores con relatos sobre piedras preciosas y otras riquezas, el autor pasa a juguetear con sus antojos sexuales.
El lugar, escribe, estaba repleto "de las más graciosas doncellas menores de 15 años que se puede encontrar y jóvenes de esa misma edad, todos ricamente vestidos con ropas bordadas a oro.
El hombre me dijo que ellos eran ángeles". Y ese hombre demoníaco...
Él también mandó construir tres bellos y nobles pozos, cercados
de piedras de jaspe y cristal, labrados con oro e incrustados de
piedras preciosas y grandes perlas del Oriente. Hizo instalar un
caño bajo la tierra, de modo que los tres pozos, a su antojo,
pueden verter uno de ellos leche, el otro vino y el otro, aún, miel.
Ese lugar él llamó de paraíso.
Ese propietario emprendedor atraía para su isla "buenos caballeros, robustos y nobles" y, después de hospedarlos, los persuadía a a matar los enemigos de su reino, diciéndoles que no deberían temer la muerte pues, si perecieran, serían resucitados y rejuvenecidos.
Después de la muerte ellos volverían a ese paraíso, pasarían a
tener la edad de las doncellas y podrían juguetear con ellas.
Posteriormente serían mandados hacia un paraíso aún más
bello, donde verían al dios de la naturaleza cara a cara, en toda
su majestad y bienaventuranza.
Sin embargo, explica John Maundeville, ese aún no era el verdadero paraíso de la Biblia.
En el Capítulo 30, él afirma que este quedaba mucho más allá de las tierras que Alexander, el Grande, había recorrido.
La ruta para alcanzarlo seguía rumbo este, en la dirección de dos islas ricas en minas de oro y plata, "donde el mar Rojo se separa del océano".
Y además de esas islas y tierras, y de los desiertos del reino del
Preste Juan, yendo directo para el este, los hombres no
encuentran nada sino montañas y grandes rocas; y allá queda
la región de las tinieblas, donde nadie consigue entrever, ni de
día ni de noche... Y ese desierto y ese lugar de oscuridad van de
la costa hasta el paraíso terrestre donde Adán, nuestro primer
padre, y Eva fueron colocados.
Era de allí que fluían las aguas del paraíso:
Y al punto más alto del paraíso, exactamente en medio de él, hay
un pozo del cual salen cuatro ríos que atraviesan diversas
regiones, de los cuales uno es el Fison o Emtak, o Ganges, que
corre a través de la India y posee muchas piedras preciosas,
mucho alume y mucha arena de oro.
Y el otro río es el llamado Nilo, o Geon, que corre por Etiopía y
después por Egipto.
Y el otro es llamado Tigris, y corre por la Asiria y por Armenia,
la Grande.
Y el otro es llamado Eufrates y corre por la Media, Armenia y
Persia..
Confesando que él aún no alcanzó el Jardín del Edén bíblico, sir John Maundeville esclarece: "Ningún mortal puede aproximarse a ese lugar sin una gracia especial de Dios; por eso, de ese lugar no puedo hablar más".
A pesar de esa confesión, las muchas versiones en muchas lenguas que derivaron del original inglés garantizaban que el Caballero afirmó: "Yo, John Maundeville, vi la fuente y, por tres veces, junto con mi compañero, bebí de sus aguas y desde entonces me siento muy bien!”
El hecho de que el autor, en la versión inglesa, se quejara de que andaba con gota reumática y aproximándose del fin de sus días no hizo diferencia para los que se encantaron con sus relatos maravillosos.
Actualmente los estudiosos de la época creen que "sir John Maundeville, Caballero" puede haber sido un médico francés que jamás viajó, pero supo juntar con gran habilidad los relatos de aventureros que no dudaron en arriesgarse, enfrentando los peligros e incomodidades de viajes hacia lugares tan distantes.
Escribiendo sobre las visiones que motivaron la explotación que llevó al descubrimiento de América, Angel Rosenblat (La Primera Visión de América y Otros Estudios; La Primera Visión de América y Otros Estudios) resumió: "La creencia en un paraíso terrestre estaba asociada a un antojo de naturaleza mesiánica: encontrar la Fuente de la Eterna Juventud.
Toda la Edad Media soñó con ella. En las nuevas imágenes del paraíso perdido, el Árbol de la Vida se había transformado en la fuente de la vida y después en un río o Fuente de la Juventud".
La motivación era la certeza de que "la Fuente de la Juventud quedaba en la India... una fuente que curaba todos los males y garantizaba la inmortalidad.
El fantástico John Maundeville la hubo encontrado en su viaje a la India... en el reino cristiano del Preste Juan".
Llegar a la India y a las aguas que procedían del paraíso se hizo un "símbolo del antojo humano por placer, juventud y felicidad".
Con las rutas terrestres cerradas por los musulmanes, los reyes cristianos de Europa comenzaron a buscar una ruta marítima para la India.
En los meados del siglo XV, el reino de Portugal, bajo Henrique, el Navegador, se destacó como la principal potencia en la carrera para alcanzar el Oriente navegando en torno a África.
En 1445, el navegador portugués Dinis Días llegó a la foz del río Senegal y, atento al propósito del viaje, escribió: "Dicen que él viene del Nilo, siendo uno de los más gloriosos ríos de la Tierra, pues procede del Jardín del Edén y del paraíso terrestre".
Otros exploradores lo siguieron, avanzando cada vez más en la dirección del cabo al sur del Continente Negro.
Finalmente, en 1499, Vasco de la Gama y su flota dieron la vuelta en torno a África y alcanzaron la meta tan deseada: la India.
Sin embargo, los portugueses, que habían comenzado la Era del Descubrimiento, no consiguieron vencer la carrera.
Estudiando diligentemente los mapas antiguos y todos los relatos de los que se habían aventurado al Oriente, un navegador italiano, Cristóbal Colón, concluyó que, partiendo para el oeste, él conseguiría alcanzar la India por una ruta mucho más corta que la buscada por los portugueses.
En búsqueda de un patrocinador, Colombo llegó a la corte de Fernando e Isabel trayendo consigo una versión comentada del libro de Marco Polo (que también llevó en su primer viaje).
Para defender sus ideas, apuntó incluso los textos de John Maundeville, que un siglo y medio antes había explicado que, yéndose al Oriente más lejano, se llega al Occidente" debido a la esfericidad de la Tierra... pues Nuestro Señor hizo la Tierra redonda".
En enero de 1492, Fernando e Isabel derrotaron los musulmanes y los expulsaron de la península Ibérica.
¿No sería aquello una señal divina, indicando que donde los cruzados habían fracasado España conseguiría éxito?
El 3 de agosto del mismo año, Colombo zarpó bajo la bandera española con el objetivo de encontrar una ruta marítima occidental para la India.
El 12 de octubre, avistó tierra.
Hasta su muerte, en 1506, Colombo continuaba creyendo que descubrió las islas que constituían gran parte del legendario reino del Preste Juan.
Veinte años después, el rey Fernando concedió a Ponce de León la patente de descubridor, instruyéndolo a encontrar sin tardanza las aguas rejuvenecedoras.
Los españoles pensaban que estaban imitando a Alexander, el Grande.
Apenas sabían que seguían los pasos de una antigüedad mucho mayor.
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martes, 29 de septiembre de 2015
Parte 2: LOS ANTEPASADOS INMORTALES (Escalera al Cielo)
Escalera al Cielo (segundo libro).
Parte 2: LOS ANTEPASADOS INMORTALES.
ZECHARIA SITCHIN
1980, Nueva York, USA.
La corta existencia de Alexander de Macedonia - él murió a los 33 años, en la Babilonia - fue rellenada de conquistas, aventuras, explotaciones y una ardiente voluntad de llegar a los Confines de la Tierra y desvelar los misterios divinos. No se puede decir que esa búsqueda fue vana.
Hijo de la reina Olimpia y presumiblemente de su marido, el rey Filipo II, Alexander tuvo como maestro a Aristóteles, que le enseñó la sabiduría antigua.
Después de muchas peleas conyugales que resultaron en divorcio, Olimpia huyó de la corte llevandose a su hijo.
Vino la reconciliación y enseguida la muerte: el asesinato de Filipo, que llevó a la coronación de Alexander a los 20 años de edad.
Las primeras expediciones militares del joven rey culminaron con su ida a Delfos, sede del renombrado oráculo, donde él oyó la primera de varias profecías presagiándole fama - pero corta vida.
Sin dejarse abatir, Alexander partió - como los españoles harían 1.800 años después - en busca del Agua de la Vida.
Para eso, necesitaba abrir camino para el este, pues era de allá que habían venido los dioses:
El gran Zeus (nombre griego de Júpiter), que hubo atravesado el Mediterráneo a nado, saliendo de la ciudad fenicia de Tiro y llegando a la isla de Creta; Afrodita, que también hubo surgido en la isla, venida del mar; Poseidón, que había venido de Asia Menor, trayendo consigo el caballo; Atena, que había llevado a Grecia el olivo originario de Asia occidental.
Era en Asia, también, según los historiadores griegos, cuyas obras Alexander tanto había estudiado, que estaban las aguas que mantenían a las personas eternamente jóvenes.
Él también había oído contar la historia de Cambises, el hijo del rey persa, Ciro, que hubo atravesado la Siria, la Palestina y el Sinaí para atacar Egipto.
Después de derrotar a los egipcios, Cambises los trató con crueldad y profanó el templo del dios Amón.
Enseguida, resolvió seguir hacia el sur y atacar a "los longevos etíopes".
Al describir esos eventos - escribiendo un siglo antes de Alexander -, Herodoto dijo (Historia, Libro III):
Los espías (de Cambises) partieron para Etiopía bajo el pretexto
de que llevan presentes para el rey, pero su verdadera misión
era anotar todo lo que veían y que especialmente observaran si
existía en aquel país aquello que es llamado como "La Mesa del
Sol".
Después de que cuentan al rey etíope que "80 años era el más largo tiempo de vida entre los persas", los espías/emisarios lo interrogaron sobre la longevidad de su pueblo, confirmando los rumores.
notaron que andaban con la piel blanda y lustrosa, como si
hubieran tomado un baño de óleo. Y de la fuente emanaba un
perfume como de violetas.
Volviendo a Cambises, los espías describieron el agua "como tan débil que nada conseguía flotar en ella, ni madera u otras substancias leves; en ella todo se hundía". Y Herodoto concluyó:
Si el relato sobre esa fuente es verdadero, entonces sería el uso
del agua que de ella vierte que los hace (a los etíopes) tan
longevos.
La leyenda de la Fuente de la Juventud en Etiopía y la violación del templo de Amón por Cambises tienen gran peso en las aventuras de Alexander.
La importancia de ese segundo evento estaba relacionada con los rumores de que el joven rey no era hijo de Filipo, sino fruto de una unión entre su madre, Olimpia, y el dios egipcio Amón.
Las relaciones tensas entre Filipo y Olimpia contribuían para reforzar la sospecha.
De acuerdo con el relatado en varias versiones del pseudoCalístenes, la corte de Filipo fue visitada por un faraón egipcio llamado por los griegos como Nectanebo.
Olimpia nada sabía en la época, pero fue el dios Amón que la visitó disfrazado de Nectanebo. Por eso, al parir a Alexander, ella dio a luz un dios, el mismo cuyo templo Cambises profanó.
Después de derrotar los persas en Asia Menor, Alexander se volvió hacia Egipto. Esperando fuerte oposición de los vicereyes persas que gobernaban Egipto, se sorprendió al ver aquel gran territorio caer en sus manos sin resistencia.
Un buen presagio, a buen seguro. Sin perder tiempo, Alexander se dirigió al Gran Oasis, sede del oráculo de Amón.
Allá el propio dios (según las leyendas) confirmó el verdadero parentesco del joven rey. Oyendo esa afirmación, los sacerdotes egipcios deificaron a Alexander como faraón.
De ahí en delante, él sería mostrado en las monedas de su reino como Zeus-Amón, ostentando dos cuernos.
En la calidad de un dios, Alexander pasó a considerar su deseo de escapar del destino de los mortales no un privilegio, sino un derecho.
Gran centro religioso desde 3.000 a.C., Karnak era un conglomerado de templos, santuarios y monumentos a Amón construidos por varias generaciones de faraones.
Una de las más colosales e impresionantes edificaciones era el templo mandado erigir por la reina Hatshepsut mil años antes de la época de Alexander.
Esa soberana también tenía la fama de ser hija de Amón, habiendo nacido de una reina a quien el dios hubo visitado bajo un disfraz!
No se sabe lo que aconteció en Karnak, pero el hecho es que en vez de conducir sus tropas de vuelta al este, en la dirección del corazón del Imperio Persa, Alexander escogió una pequeña escolta y algunos amigos fieles para que lo acompañaran en una expedición aún más hacia el sur.
Sus perplejos compañeros fueron llevados a creer que el rey estaba saliendo en un viaje de recreo, buscando los placeres del amor.
Ese interludio tan poco característico fue incomprensible tanto para los generales de Alexander como para los historiadores de la época.
Intentando racionalizar los que registraron las aventuras del joven rey describieron a la mujer que él pretendía visitar como una femme fatale "cuya belleza ningún hombre vivo conseguiría elogiar de manera suficiente".
Ella era Candace, reina de un país al sur de Egipto (el actual Sudán).
Revirtiendo el cuento sobre Salomón y la reina de Saba, esta vez fue el rey que viajó hacia la tierra de la reina.
Sin que sus compañeros supieran, Alexander buscaba no el amor, sino el secreto de la inmortalidad.
Después de una estancia agradable, la reina Candace, como presente de despedida, acordó en revelar Alexander el secreto de la localización de la "maravillosa caverna donde los dioses se congregan".
Siguiendo las indicaciones, el rey encontró el lugar sagrado.
Los techos brillaban como iluminados por estrellas. Las formas
externas de los dioses estaban físicamente manifestadas; una
multitud los servía en silencio.
De inicio, él (Alexander) se quedó sorprendido y asustado, pero
permaneció allí para ver lo que acontecía, pues avistó algunas
figuras reclinadas cuyos ojos brillaron como rayos de luz.
La visión de las "figuras reclinadas" contuvo a Alexander.
¿Serían dioses o mortales deificados?
Entonces una voz lo asustó aún más. Una de las "figuras" había hablado.
Y hubo uno que dijo: "Saludos, Alexander, sabes quién soy?”Y él
(Alexander) habló: "No, mi señor". El otro dijo: "Soy
Sesonchusis, el rey conquistador del mundo que se unió a las
filas de los dioses".
Alexander había encontrado exactamente a la persona que buscaba. Si él estaba sorprendido, los ocupantes de la caverna no parecían muy impresionados.
Era como si su llegada fuera esperada. Él fue invitado a entrar para conocer "el Creador y Supervisor de todo el Universo".
Entró y "vio una niebla brillante como fuego y, sentado en un trono, el dios que una vez había visto siendo adorado por los hombres de Rokôtide, el Señor Serapis".
(En la versión griega, fue el dios Dionisio.) Alexander aprovechó la oportunidad para tocar el asunto de su longevidad: "Señor, ¿cuantos años viviré?!
No hubo respuesta. Sesonchusis intentó consolar Alexander, pues el silencio del dios habló por sí. Contó que, a pesar de haberse unido a las filas de los dioses, "no tuve tanta suerte como usted... pues, aunque haya conquistado el mundo entero y subyugado tantos pueblos, nadie se acuerda de mi nombre; pero usted poseerá gran fama... tendrá un nombre inmortal aún después de la muerte".
Y terminó confortando Alexander con las siguientes palabras: "Usted vivirá al morir, y así no morirá", queriendo decir que él sería inmortalizado por una fama duradera.
Desalentado, Alexander dejó las cavernas y "continuó el viaje que tenía que hacer" para buscar consejos de otros sabios en la tentativa de escapar del destino de un mortal, de imitar a otros que antes de él habían obtenido éxito en unirse a los dioses inmortales.
Según una versión, entre aquellos que Alexander buscaba y encontró fue a Enoc, el patriarca bíblico de los tiempos antes del diluvio, el bisabuelo de Noé.
El encuentro se dio en un lugar en las montañas, "donde queda situado el paraíso, la Tierra de los Vivos", el lugar "donde viven los santos".
En lo alto de una montaña había una estructura brillante, de donde se elevaba hacia el cielo una inmensa escalera hecha de 2.500 lajas de oro.
En un vasto salón o caverna, Alexander vio "estatuas de oro, cada una en su nicho", un altar de oro y dos inmensos "candeleros de oro" con cerca de 20 metros de altura.
Sobre un diván próximo se veía la forma reclinada de un hombre envuelto en una colcha bordada con oro y piedras preciosas, y por encima de él estaban las ramas de una vid hecha de oro, cuyos rizos de uva eran formados por joyas.
El hombre habló de pronto, identificándose como Enoc. "No sondees los misterios de Dios", alertó.
Atendiendo al aviso, Alexander partió para juntarse con sus tropas, pero no antes de recibir como presente de despedida el rizo de uvas que milagrosamente alimentó todo su ejército.
En otra versión, Alexander no encontró sólo uno, sino dos hombres del pasado: Enoc y el profeta Elías, que, según las tradiciones bíblicas, jamás murieron.
El caso aconteció cuando el rey atravesaba un desierto. Súbitamente su caballo fue tomado por un "espíritu" que lo transportó, junto con su caballero, para un centelleante tabernáculo, donde Alexander vio a dos hombres.
Sus rostros brillaban, los dientes eran más blancos que leche, los ojos tenían el fulgor de la estrella matutina. Tenían "gran estatura y apariencia graciosa".
Después de que dijeran quién eran, ellos dijeron que "Dios los escondió de la muerte". Hablaron también que aquel lugar era la "Ciudad del Granero de la Vida", de donde emanaba la "cristalina Agua de la Vida".
Pero, antes de que Alexander descubriera más o consiguiera beber el agua, un "coche de fuego" lo arrebató de allí y él se vio de nuevo con sus tropas.
(Según la tradición musulmana, mil años después también el profeta Mahoma fue llevado hacia el cielo montado en su caballo blanco.)
¿El episodio de la caverna de los dioses y tantos otros de las historias sobre Alexander serían pura ficción, meros mitos?
O ¿serían cuentos embellecidos, basados en hechos históricos?
¿Existió una reina Candace, una ciudad real llamada Shamar, un conquistador del mundo entero como Sesonchusis?
Hasta muy recientemente, esos nombres poco significaban para los estudiosos de la Antigüedad.
Si eran figuras de la realeza egipcia o de una mítica región de África, estaban tan encubiertos por el pasar de los siglos como los monumentos egipcios por la arena.
Irguiéndose por encima del desierto, las pirámides y la esfinge sólo aumentaban el enigma.
Los jeroglíficos, indescifrables, sólo confirmaban la existencia de secretos que tal vez no debieran ser desvelados.
Los relatos de la Antigüedad transmitidos por griegos y romanos fueron disolviéndose en leyendas y poco a poco cayeron en la oscuridad.
Fue sólo en 1798, cuando Napoleón conquistó Egipto, que Europa comenzó a redescubrir la región.
Junto con las tropas de Napoleón llegaron investigadores serios que pasaron a remover la arena y a levantar la cortina del olvido.
Entonces, cerca de la cidadezinha de Rosetta, fue encontrada una placa de piedra con la misma inscripción en tres idiomas.
Allí estaba la llave para descifrar la lengua y las inscripciones de Egipto Antiguo, los registros de los hechos de los faraones, la glorificación de sus dioses.
Alrededor de 1820, exploradores europeos, que penetraron en la dirección sur alcanzando Sudán, reportaron la existencia de antiguos monumentos, inclusive pirámides de ángulos agudos, en un punto del Nilo llamado Méroe.
Una expedición real de la Prusia descubrió impresionantes ruinas en excavaciones realizadas en 1842-1844.
Entre 1912 y 1914, otros arqueólogos encontraron lugares sagrados. Los jeroglíficos indicaron que uno de ellos era llamado Templo del Sol - tal vez el lugar exacto donde los espías de Cambises habían visto "La Mesa del Sol".
Excavaciones posteriores sumadas a los datos ya conocidos, más la continua traducción de los jeroglíficos establecieron que realmente existió en aquella región, el primer milenio a.C., un reino nubio.
Era la bíblica Tierra de Cuch.
Y existió una reina Candace. Las inscripciones revelaron que en los inicios del reino nubio, era gobernado por una sabia y benevolente reina llamada Candace. (fig 5) De ahí en delante, siempre que una mujer ascendía al trono - lo que no era raro -, ella adoptaba su nombre como símbolo de gran soberanía.
Y, al sur de Méroe, dentro del territorio de ese reino, había una ciudad llamada Sennar - posiblemente la Shamar mencionada en las leyendas de Alexander.
Y ¿qué de Sesonchusis? La versión etíope del pseudo-Calístenes dice que cuando Alexander hubo viajado para el (o de el) Egipto, él y sus hombres pasaron por un lago lleno de cocodrilos.
Allí un antiguo gobernante había mandado construir un camino para atravesar el lago.
"Había una edificación en el margen del lago y sobre esa edificación quedaba un altar pagano en el cual se leía:
'Soy Coch, rey del mundo, el conquistador que atravesó este lago'.”
¿Sería ese conquistador del mundo un soberano que había reinado sobre Cuch o Nubia?
En la versión griega de esa leyenda, el hombre que había hecho el monumento para marcar la travesía del lago - descrito como parte de las aguas del mar Rojo - se llamaba Sesonchusis.
Así, Sesonchusis y Coch serían una sóla persona, un faraón que reinó sobre Egipto y Nubia.
Los monumentos nubios muestran un gobernante como ese recibiendo el Fruto de la Vida, bajo la forma de datileras, de las manos de un "Dios Brillante".
Los registros egipcios hablan de un gran faraón que, en el inicio del segundo milenio a.C., fue realmente un conquistador del mundo.
Su nombre era Senusret y él también era devoto de Amón.
Los historiadores griegos le atribuyen la conquista de Libia y de Arabia, y, significativamente, de Etiopía y de todas las islas del mar Rojo, y enormes partes de Asia, penetrando más al este de lo que más tarde hicieron los persas.
Él también habría invadido Europa a partir de Asia Menor.
Herodoto describió los grandes hechos de ese faraón, a quien llama como Sesóstris, añadiendo que él erigía pilares conmemorativos en todos los lugares por los que pasaba.
"Los pilares que él erigió aún son visibles", escribió Herodoto. Así, cuando Alexander vio el pilar junto al lago, tuvo la confirmación de lo que el historiador griego hubo registrado un siglo antes.
Sesonchusis realmente existió. Su nombre egipcio significa: “Aquellos cuyos nacimientos viven". Y, en virtud de ser un faraón de Egipto, él tenía todo el derecho de ir a unirse a las filas de los dioses y vivir para siempre.
En la búsqueda del Agua de la Vida o eterna juventud, era importante tener la certeza de que la exploración no sería vana, como a otros les había sucedido en el pasado.
Además de eso, si el agua procedía de un paraíso perdido, encontrar a los que habían estado en él ¿no sería un medio de descubrir cómo llegar hasta él?
Fue con eso en mente que Alexander intentó encontrar a los Antepasados Inmortales.
Si realmente estuvo con ellos no es significativo. Lo importante es que en los siglos que precedieron a la era cristiana, Alexander o sus historiadores (o ambos) creían que esos ancestrales realmente existían, que en tiempos para ellos antiguos y distantes los hombres podían hacerse inmortales si los dioses así lo desearan.
Los autores o redactores de las historias de Alexander cuentan varios incidentes donde el joven rey se encontró con Sesonchusis, Elías y Enoc, o sólo con este último.
La identidad del faraón podía sólo ser adivinada por ellos y así la manera como Sesonchusis fue trasladado para la inmortalidad no es descrita.
Lo mismo no acontece con Elías, el compañero de Enoc en el Templo Brillante, según una de las versiones de la leyenda de Alexander.
Elías es el profeta bíblico que vivió en Israel el siglo IX a.C., durante el reinado de Acab y Ocozias. Como indica el nombre que adoptó (Eliyah - "Mi Dios es Yahvé"), él era inspirado por el dios hebreo, cuyos fieles estaban siendo perseguidos por los seguidores del dios cananeo Baal.
Después de un retiro en un lugar secreto cerca del río Jordán, donde aparentemente fue instruido por el Señor, Elías recibió "un manto tejido de vellos" y se hizo capaz de hacer milagros.
Viviendo cerca de la ciudad fenicia de Sidon, el primer milagro que él realizó fue hacer que un poquito de aceite y una cuchara de harina duren para el resto de la vida de una viuda que le hubo concedido refugio.
Inmediatamente después, necesitó clamar a Dios para revivir al hijo de esa mujer, que acababa de fallecer en virtud de "una fuerte enfermedad".
Elías también podía convocar el Fuego de Dios, que venía bien para calhar en sus continuos entreveros con reyes y sacerdotes que sucumbieron a las tentaciones paganas.
Las escrituras dicen que Elías no murió en la Tierra, pues "subió al cielo en un torbellino". Según las tradiciones judaicas, Elías continúa inmortal y hasta hoy ellas mandan que él sea invitado a visitar los hogares judíos en la víspera de la Pascua.
Su ascenso al cielo está descrito con grandes detalles en el Viejo Testamento.
Como es contado en II Reyes, Capítulo 2, el evento no fue súbito o inesperado. Al contrario, se trató de una operación planeada, cuyo lugar y hora fueron comunicados a Elías con antelación.
El lugar marcado quedaba en el vale del Jordán, en el margen izquierdo del río - tal vez la misma área donde Elías fuera ordenado como "Hombre de Dios".
Cuando salió de Gilgal en su último viaje, Elías encontró dificultad en librarse de su dedicado discípulo Eliseo.
Durante el camino, los dos profetas fueron repetidamente interpelados por discípulos menores, "los hijos de los profetas", que preguntaban si era verdad que aquel día Dios llevaría Elías para el cielo.
Dejemos el narrador bíblico contar la historia con sus propias palabras:
He ahí lo que aconteció cuando Dios arrebató Elías al cielo en
un torbellino:
Elías y Eliseo partieron de Gilgal.
Y Elías dijo a Eliseo:
"Te quedas aquí, pues Yahvé me envió sólo hasta Betel";
Pero Eliseo respondió:"
Tan cierto como que Yahvé vive y tú vives, no te dejaré!
"Y descendieron la Betel.
Los hijos de los profetas que vivían en Betel salieron al
encuentro de Eliseo y le dijeron:
"Sabes que hoy Yahvé va a llevar el maestro por sobre tu
cabeza?”
Él respondió:"
Sé, pero callaos".
Esta vez Elías admitió que su destino era Jericó, a los márgenes del río Jordán, y pidió a su compañero se quedara ahí y lo dejara seguir solo.
Nuevamente Eliseo se rechazó e insistió en ir con el profeta. "Y ellos fueron la Jericó.”
Los hijos de los profetas que vivían en Jericó se aproximaron a
Eliseo y le dijeron:
"Sabes que hoy Yahvé va a llevar a tu maestro por sobre tu
cabeza?”
Él respondió:
"Sé, pero callaos".
Contrariado en su deseo de proseguir solo, Elías pidió a Eliseo que se quedara en Jericó y lo dejara ir solo hasta el margen del río, Sin embargo Eliseo rechazó separarse de su maestro.
Animados, "cincuenta hombres de los hijos de los profetas fueron también, pero se quedaron parados a la distancia mientras los dos (Elías y Eliseo) se detenían al borde del Jordán".
Entonces Elías tomó su manto,
lo enrolló y batió con él en las aguas,
que se dividieron de un lado y de otro,
de modo que ambos pasaron a pie enjuto.
Después que pasaron para el otro margen, Eliseo pidió Elías que le fuera dado el espíritu santo, pero antes que pudiera oír una respuesta:
Y aconteció que mientras andaban y conversaban
he ahí que un carro de fuego
y caballos de fuego los separaron uno del otro
y Elías subió al cielo en el torbellino.
Eliseo miraba y gritaba:
Mi padre! Mi padre!
El coche y la caballería de Israel!
Después no más lo vio...
Atolondrado, Eliseo se quedó inmóvil por algunos instantes. Después vio el manto que Elías había dejado atrás.
¿Eso había acontecido por accidente o fué a propósito?
Determinado a descubrirlo, Eliseo cogió el manto y volvió al margen del río. Invocando el nombre de Yahvé, batió con él en las aguas y he ahí "que las aguas se dividieron de un lado y de otro, y Eliseo atravesó el río".
Y los hijos de los profetas, los discípulos que habían quedado en el margen izquierdo del río, en la llanura de Jericó, "lo vieron a la distancia y dijeron: 'El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo!'; vinieron a su encuentro y se postraron delante de él".
Incrédulos, a pesar de lo que habían visto con sus propios ojos, los cincuenta discípulos dudaron que Elías hubiera sido llevado al cielo para siempre.
El torbellino del Señor podía haberlo arrebatado y lanzado en algún valle o montaña. A despecho de las objeciones de Eliseo, ellos lo buscaron por tres días.
Eliseo entonces habló: "No había dicho yo que no fuerais?" Ahora, él sabía muy bien cual era la verdad: El Dios de Israel había llevado a Elías para el cielo en un coche de fuego.
El relato del encuentro de Alexander con Enoc, que está en las leyendas sobre el rey de la Macedonia, introdujo en la búsqueda por la inmortalidad un "antepasado inmortal", específicamente mencionado tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, cuyas leyendas son muy anteriores a la aparición de la Biblia y ya estaban registradas cuando ésta fue escrita.
Según la Biblia, Enoc fue el séptimo patriarca prediluviano del linaje de Adán a través de Set (para distinguirlo del maldecido linaje proveniente de Caín).
Él era el bisabuelo de Noé, el héroe del diluvio. El quinto capítulo del Génesis da la lista de las genealogías de esos patriarcas, las edades en que tuvieron a sus primogénitos y la edad en que murieron.
Sin embargo, Enoc es una excepción. No existe mención sobre su muerte. Explicando que él "anduvo con Dios", el Génesis afirma que, a la edad real o simbólica de 365 años (el número de días del año solar), Enoc "desapareció" de la Tierra, "pues Dios lo arrebató".
Ampliando esa crítica afirmación bíblica, los comentaristas judíos frecuentemente citaron fuentes más antiguas que parecían describir el real ascenso al cielo de Enoc, donde él fue transformado en Metatrón, el "Príncipe del Semblante" de Dios, que se quedaba postrado atrás de Su trono.
Según esas leyendas, como fueron reunidas por I. B. Lavner en su libro Kol Agadoth Israel (Todas las Leyendas de Israel), cuando Enoc fue llamado a la casa del Señor, un caballo de fuego vino a recogerlo.
En la época, el patriarca predicaba virtud al pueblo. Cuando el pueblo vio el caballo flamante descendiendo del cielo, pidió una explicación a Enoc, que habló: "Sepan que llegó la hora de dejarlos y subir a los cielos".
Pero, cuando él comenzó a montar el caballo, el pueblo se rechazó a dejarlo partir y lo siguió por doquier durante una semana.
"Entonces, el séptimo día, un coche de fuego estirado por ángeles y caballos flamantes descendió y arrebató Enoc."
Mientras el patriarca subía, los ángeles se quejaron al Señor:
"¿Cómo puede un hombre nacido de mujer ascender a los cielos?"
Dios destacó la piedad y devoción de Enoc y abrió para él los Portones de la Vida y de la Sabiduría, y lo vistió con una ropa magnífica y una corona luminosa.
Como en otros casos, las referencias más críticas en las escrituras muchas veces sugieren que el antiguo redactor partía de la hipótesis de que el lector conocía otros textos más detallados sobre el tema en cuestión.
Existen hasta menciones específicas a esos escritos - el "Libro de la Virtud" o "El Libro de las Guerras de Yahvé" - que deben haber realmente existido, pero se perdieron en el tiempo.
En el caso de Enoc, el Nuevo Testamento amplía una afirmación crítica de que el patriarca fue "llevado" por Dios "a fin de escapar de la muerte", mencionando un Testimonio de Enoc, escrito o dictado por él antes de ser "arrebatado" para la inmortalidad. (Hebreos, 11:5.)
Se considera que la Epístola de San Judas, 14, hablando de las profecías de Enoc, hace referencias a textos escritos por el patriarca.
Varios escritos cristianos a lo largo de los siglos también contienen insinuaciones o referencias similares. De hecho, circulan por el mundo, desde el siglo II a.C., diferentes versiones de un Libro de Enoc.
Cuando los manuscritos fueron estudiados el siglo XIX, los eruditos concluyeron que ellos provenían básicamente de dos fuentes.
La primera, identificada como I Enoc y llamada como Libro Etíope de Enoc, es la traducción para el griego de un original en hebraico o arameo.
La otra, llamada II Enoc, es una traducción eslávica de un original griego cuyo título completo era El Libro de los Secretos de Enoc. The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament (Los Apócrifos y Pseudoepígrafes del Viejo Testamento), que R. H. Charles comenzó a publicar en 1913, aún es la principal traducción de los libros de Enoc y otros escritos primitivos que fueron excluidos del Viejo y Nuevo Testamentos canonizados.
Escrito en primera persona, El Libro de los Secretos de Enoc comienza en una hora precisa y en un lugar determinado.
El primero día del primer mes del 365º. Año, yo estaba sólo en mi casa, reposando en mi lecho, y adormecí...
Entonces surgieron delante de mí dos hombres muy altos, como yo jamás viera en la Tierra. Tenían el rostro brillante como el sol, los ojos eran como candelas y fuego salía de sus labios. Las ropas que usaban parecían de perlas, los pies eran morados.
Sus alas eran más brillantes que el oro y las manos más blancas que la nieve. Ellos estaban junto a la cabecera y me llamaron por el nombre.
Como Enoc dormía cuando esos extraños llegaron, él insiste en registrar que ahora estaba despierto: "Vi claramente esos hombres parados delante de mí".
El patriarca los saludó, asustado, pero los dos lo tranquilizaron: Alégrate, Enoc, no te asustes.
El Dios Eterno nos mandó aquí y hoy tú ascenderás con nosotros al cielo.
Los dos entonces dijeron a Enoc que despertara a su familia y los criados, dándoles órdenes para no buscarlo "hasta que el Señor te devuelva a ellos".
El patriarca obedeció, aprovechando la oportunidad para instruir sus hijos sobre el camino de la virtud.
Entonces llegó la hora de la partida:
Cuando terminé de hablar con mis hijos, los dos hombres me
llamaron, me tomaron en sus alas y me colocaron en las nubes;
y he ahí que las nubes se movieron... Subiendo más, vi el aire y,
más alto aún, el espacio celeste. Inicialmente ellos me pusieron
en el Primer Cielo y me mostraron un mar inmenso mayor que el
terrestre.
Ascendiendo al cielo en "nubes que se movían", Enoc fue transportado para el Primer Cielo, donde "doscientos ángeles gobiernan las estrellas", y enseguida para el sombrío Segundo Cielo.
De ahí él fue para el Tercero, donde le mostraron:
Un jardín agradable a la vista, bellos y perfumados árboles y
frutos. En medio de él queda un Árbol de la Vida - en el lugar
donde Dios reposa cuando viene al paraíso.
Impresionado con la magnificencia del árbol, Enoc intenta describir el Árbol de la Vida con las siguientes palabras: "El es más bello que cualquier cosa ya creada; en todos sus lados parece hecho de oro y carmesí, y es transparente como el fuego".
De las raíces salían cuatro ríos que vertían miel, leche, vino y aceite, y ellos descendían de ese paraíso celeste para el Jardín del Edén haciendo una vuelta en torno a la Tierra.
Ese Tercer Cielo y su Árbol de la Vida eran guardados por trescientos ángeles "muy gloriosos" y era allí que quedaba situado el Lugar de los Justos y el Lugar Terrible, donde los malos sufrían torturas.
Subiendo para el Cuarto Cielo, Enoc pudo ver los luminares y varias criaturas formidables, además de la Hueste del Señor.
En el Quinto Cielo, más "huestes"; en el Sexto, "bandos de ángeles que estudian la revolución de las estrellas". Alcanzando el Séptimo Cielo, donde los mayores ángeles andaban apresuradamente de un lado para el otro, Enoc vio Dios - "de lejos" - sentado en su trono.
Los dos hombres alados y su nube movible colocaron al patriarca en la frontera del Séptimo Cielo y partieron. Por eso, el Señor mandó el ángel Gabriel a recogerlo para traerlo su Presencia.
Durante 33 días Enoc fue instruido sobre toda la sabiduría y eventos del pasado y el futuro. Después de ese periodo, un ángel "con fisonomía muy fría" lo devolvió a la Tierra.
En el total, Enoc se quedó sesenta días ausente de la Tierra. Sin embargo, ese retorno sólo se le dio para poder enseñar a los hijos las leyes y mandamientos.
Treinta días después, el patriarca fue nuevamente llevado para el cielo - esta vez para siempre.
Escrito tanto en la forma de testamento personal como en la de una reseña histórica, el Libro Etíope de Enoc, cuyo título primitivo probablemente era Palabras de Enoc, describe no sólo los viajes para el cielo sino también una jornada por los cuatro puntos de la Tierra.
Mientras viajaba "para los confines norte de la Tierra", el patriarca avistó "un grande y glorioso artefacto", cuya naturaleza no es descrita, y en ese lugar, así como en los confines este de la Tierra, vio "tres portales del cielo dentro del cielo", a través de los cuáles soplaban granizo y nieve, frío y helada."
De ahí fui para los confines sur de la Tierra" y allá, por los portales del cielo, salían el rocío y la lluvia.
Enseguida, Enoc fue a ver los portales occidentales, a través de los cuales pasaban las estrellas siguiendo su curso.
Sin embargo, los principales misterios y secretos del pasado y futuro sólo fueron revelados la Enoc cuando él llegó "por la mitad de la Tierra" y para el este y oeste de ese punto.
El "medio de la Tierra" era el lugar del futuro Templo Sagrado de Jerusalén.
En su viaje para el este de ese lugar, Enoc llegó al Árbol del Conocimiento y, hacia el oeste, le fue mostrado el Árbol de la Vida.
En la jornada para el este, Enoc pasó por montañas y desiertos, vio cursos de agua saliendo de picos rocosos cubiertos de nieve y hielo ("agua que no corre") y más árboles perfumados.
Siguiendo cada vez más para el este, se encontró sobre las montañas que rodean el mar de Eritreo (mar Rojo y el mar de Arabia) y, prosiguiendo, pasó por Zotrel, el ángel que guardaba la entrada del paraíso, y entró en el Jardín de la Virtud.
Allá, entre muchos árboles magníficos, avistó el Árbol del Conocimiento. Era alto como un pino, con hojas parecidas a la de la alfarrobeira y frutos como los rizos de una vid.
El ángel que acompañaba a Enoc confirmó que aquél era exactamente el árbol cuyo fruto Adán y Eva habían comido antes de que fueran expulsos del Jardín del Edén.
En su viaje para el oeste, Enoc llegó la "una cadena de montañas de fuego, que ardían día y noche". Más además, llegó a un lugar cercado por seis montañas separadas por "ravinas arduas y profundas".
Una séptima montaña se elevaba entre ellas "pareciendo un trono, toda cercada de árboles aromáticos; entre ellas había uno cuyo perfume yo jamás hube sentido... y sus frutos eran como los dátiles de una palmera".
El ángel que acompañaba Enoc explicó que la montaña del medio era el trono "donde el Gran Santo, el Señor de la Gloria, el Rey Eterno irá a sentarse cuando viniera a la Tierra".
Y acerca del árbol, cuyos frutos parecían dátiles, dijo:
Cuanto al árbol perfumado, ningún mortal tiene permiso de
tocarlo hasta el
Gran Juicio...Sus frutos serán alimento para los electos...
Su aroma estará en sus huesos
Y ellos tendrán vida larga en la Tierra.
Fue durante esos viajes que Enoc vio "que los ángeles recibían largos cordones, que cojan sus alas y que partan para el norte".
Cuando preguntó lo que estaba aconteciendo, el ángel acompañante habló: "Ellos partieron para medir... traerán las medidas de los justos para los justos y las cuerdas de los justos para los justos... todas esas medidas revelarán los secretos de la Tierra".
Terminado el viaje a todos los lugares secretos de la Tierra, llegó la hora de Enoc para partir al cielo.
Y, como otros después de él, fue llevado para una "montaña cuya cumbre alcanzaba el cielo" y para un País de las Tinieblas.
Y ellos (los ángeles) me llevaron a un lugar donde los que allá
estaban eran como fuego flamante y, cuando deseaban,
aparecían como hombres.
Y ellos me llevaron hacia un lugar de tinieblas y para una
montaña cuyo pico llegaba al cielo.
Y yo vi la cámara de los luminares, los tesoros de las estrellas y
del trueno en las grandes profundidades, donde había un arco y
flechas flamantes con su
aljaba, una espada flamante y todos los rayos.
En el caso de Alexander, en esa etapa crucial de la jornada la inmortalidad escapó de sus manos porque él fué a buscarla contrariando su destino.
Sin embargo, Enoc, como los faraones después de él, viajaba bajo la bendición divina. Así, en ese punto fue considerado digno de proseguir y por eso "ellos me llevaron al Agua de la Vida".
Continuando enfrente, el patriarca llegó a la Casa de Fuego:
Entré hasta aproximarme a una pared hecha de cristales y
cercada de lenguas de fuego, lo que me causó miedo.
Avancé por entre las llamaradas y llegué cerca de una gran casa
hecha de cristales. Las paredes y el piso eran un mosaico
de cristal. El techo parecía el camino de las estrellas y de los
rayos, y entre ellos se cernían flamantes querubines y su cielo
era como agua.
Un fuego resplandeciente cercaba las paredes y los portales
ardían con fuego.
Entré en esa casa y ella era caliente como el fuego y fría como
el hielo...Miré hacia dentro de ella y vi un imponente trono.
Parecía de cristal y sus ruedas eran como el sol brillante, y
hubo la aparición de querubines.
Y, por abajo del trono salían ríos de fuego, de modo que no pude
mirar atrás de él.
Después de alcanzar el "Río de Fuego", Enoc fue llevado hacia lo alto. Entonces pudo ver toda la Tierra - "las desembocaduras de todos los ríos de la Tierra... todos los marcos de frontera de la Tierra... y los vientos cargando las nubes".
Subiendo más, se quedó donde los vientos que estiran las bóvedas de la Tierra y tienen su estación entre el cielo y la Tierra.
Vi los vientos del cielo que giran y traen la circunferencia del Sol y de todas las estrellas. Siguiendo "los caminos de los ángeles", Enoc llegó a un punto del "firmamento del cielo arriba", desde el cuál pudo ver "el fin de la Tierra".
De ese lugar, consiguió avistar la expansión de los cielos y "siete estrellas como grandes montañas centelleantes", "siete montañas de magníficas piedras".
Del punto donde observaba esos cuerpos celestiales, "tres quedaban para el este, en la región del fuego celeste", y fue allí que el patriarca vio "columnas de fuego" subiendo y bajando, erupciones "además de cualquier medida, tanto en anchura como largura".
En el otro lado, los tres cuerpos celestiales estaban "para el sur" y allá Enoc vio "un abismo, un lugar sin firmamento del cielo sobre él y ninguna tierra firme debajo... un vacío, un lugar preocupante".
Cuando pidió una explicación al ángel que lo transportaba, oyó: "Allá los cielos fueron completados... es el fin del cielo y de la Tierra, una prisión para las estrellas y huestes del cielo".
La estrella del medio "llegaba al cielo como el trono de Dios". Daba la impresión de ser de alabastro "y la cúpula del trono parecía hecha de zafiro". La estrella era como "un fuego flamante".
Continuando el relato sobre su viaje a los cielos, Enoc dice: "Proseguí hasta donde las cosas eran caóticas y allá vi algo terrible".
Lo que lo impresionó fueron "estrellas del cielo amarradas unas a las otras". El ángel explicó: "Son las estrellas del cielo que transgredieron el mandamiento del Señor y están presas aquí hasta que pasen 10 mil años ".
El patriarca entonces concluye su historia: "Y yo, Enoc, solo vi la visión, el fin de todas las cosas, y ningún hombre los verá como yo".
Después de recibir todo tipo de sabiduría en el reino celestial, él fue devuelto a la Tierra para transmitir esas enseñanzas a los otros hombres. Por un periodo de tiempo no especificado, "Enoc permaneció escondido y ningún hijo de hombre sabía donde él vivía o lo que había sido de él".
Sin embargo, cuando el diluvio se aproximaba, Enoc escribió sus enseñanzas y aconsejó a su bisnieto Noé ser virtuoso y digno de salvación.
Cumplida esa obligación, el patriarca una vez más "fue elevado de entre aquellos que habitaban la Tierra. Él fue cargado para lo alto en la Carroza de los Espíritus y desapareció entre ellos".
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