Escalera al Cielo (segundo libro).
Parte 3: El VIAJE DEL FARAÓN HACIA LA OTRA VIDA.
ZECHARIA SITCHIN
1980, Nueva York, USA.
Las leyendas sobre las aventuras de Alexander y su búsqueda por la vida eterna que se diseminaron por la Europa de la Edad Media contenían elementos claramente extraídos de los relatos sobre los antepasados inmortales, como cavernas, ángeles, fuego subterráneo, caballos y carrozas de fuego.
Sin embargo, antes de la era cristiana, la creencia generalizada (también de Alexander, sus historiadores o ambos) era que quienes deseaban alcanzar la inmortalidad necesitarían imitar a los faraones egipcios.
Fue debido a esa creencia que la alegada semi-divinidad de Alexander tuvo que ser atribuida a una complicada implicación con una deidad egipcia en vez de él simplemente alegar una afinidad cualquiera con un dios de su región.
Es un hecho histórico, no mera leyenda, que el rey de la Macedonia halló necesario, así que rompió las hileras persas en Asia Menor, seguir para Egipto - y no perseguir el enemigo -, donde buscaría la confirmación de sus supuestas "raíces egipcias", pudiendo entonces comenzar su búsqueda por el Agua de la Vida.
Mientras los hebreos, griegos y otros pueblos de la Antigüedad contaban leyendas sobre algunos pocos hombres que escaparon del destino de los mortales por que habían recibido una invitación divina, los antiguos egipcios transformaron ese privilegio en un derecho.
Y no era un derecho universal, ni algo reservado a los excepcionalmente virtuosos, sino un derecho restricto al soberano egipcio por el simple hecho de él ocupar el trono.
El motivo, según las tradiciones de Egipto Antiguo, era que los primeros reyes de aquella tierra no habían sido hombres, sino dioses.
Esas tradiciones egipcias afirmaban que en épocas inmemoriales los "Dioses del Cielo" llegaron a la Tierra, venidos del Disco Celestial.
Cuando Egipto sufrió una gran inundación, "un gran dios que vino (a la Tierra) en el más antiguo de los tiempos" llegó al país y literalmente lo elevó de bajo las aguas y lodo, represando el Nilo y haciendo extensas obras de drenaje y contención.
(Era por eso que Egipto tenía el nombre de "Tierra Elevada".)
Ese antiguo dios se llamaba Ptah - "El Constructor".
Se contaba que él era un gran científico, maestro ingeniero y arquitecto, el Principal Artífice de los dioses, que hasta había contribuido para la creación y formación del hombre.
Su cayado frecuentemente era mostrado bajo la forma de una vara graduada, bien parecida con la usada por los agrónomos modernos en la medición de tierras.
Según las tradiciones, Ptah se retiró hacia el sur, donde pudo controlar las aguas del Nilo por intermedio de las compuertas que hubo instalado en una caverna secreta localizada en la primera catarata del río (el lugar de la actual presa de Assuán).
Sin embargo, antes de dejar Egipto, Ptah construyó su primera ciudad sagrada y le dio el nombre de An, en honra al Dios del Cielo (la bíblica On, que los griegos llamaban Heliópolis).
Allí instaló como primer gobernante divino del país a su propio hijo, Ra (así llamado en honra del globo celeste).
Ra, un gran "Dios del Cielo y de la Tierra", mandó construir un santuario especial en An para abrigar el Ben-ben - el "objeto secreto" que hubo transportado a la Tierra.
Con el pasar del tiempo, Ra acabó dividiendo el reino entre sus dos hijos, Osiris y Set, pero el gobierno conjunto de los hermanos no dio resultado.
Set estaba siempre intentando derrumbar y matar a Osiris.
Después de muchas marchas y contramarchas, Set finalmente consiguió engañar a Osiris haciéndolo entrar en un ataúd, que inmediatamente mandó sellar y hundir.
Isis, hermana y esposa de Osiris, consiguió encontrar el ataúd, que había flotado, yendo a parar a las playas del actual Líbano.
Esta escondió el cuerpo del marido y partió para pedir ayuda a los otros dioses que podrían resucitar Osiris.
Set, sin embargo, descubrió el cuerpo y lo cortó en pedazos, dispersándolos por los cuatro puntos de la Tierra.
Auxiliada por su hermana, Néftis, Isis consiguió reunir todos los pedazos (excepto el falo) y, recomponiendo el cuerpo mutilado del marido, lo devolvió a la vida.
Osiris, resucitado, fue vivir en el Otro Mundo, entre los otros dioses celestiales.
De él las sagradas escrituras egipcias hablan:
Él adentró los Portones Secretos,
La gloria de los Señores de la Eternidad,
Al lado de aquel que brilla en el horizonte,
En el camino de Ra.
El lugar de Osiris en el trono de Egipto fue asumido por su hijo, Horus.
Cuando él nació, su madre, Isis, lo escondió entre los juncos del Nilo (exactamente como, según la Biblia, hizo la madre de Moisés) para mantenerlo fuera del alcance de Set.
El niño, sin embargo, fue picado por un escorpión y murió. Sin perder tiempo, Isis apeló a Thot, un dios con poderes mágicos, que acudió en su socorro.
Thot, que estaba en los cielos, vino a la Tierra en el "Barco de los Años Astronómicos", de Ra, y la ayudó a traer a Horus de vuelta a la vida.
Al crecer, Horus desafió a Set por el trono.
La lucha se extendió por varios territorios, los dioses persiguiéndose por los cielos.
Horus atacó a Set desde un Nar, término que en el antiguo Oriente Medio significaba "Pilar Flamante".
Las ilustraciones del Periodo Pre-Dinástico de Egipto muestran ese coche celestial como un largo objeto cilíndrico con una cauda parecida con un embudo y una punta rombuda, de la cual salen rayos, un tipo de submarino celestial.
En la parte delantera, el Nar tenía dos faros, u "ojos", que, de acuerdo con las leyendas egipcias, cambiaban de memoria, pasando del azul para el rojo.
Hubo marchas y contramarchas en las luchas, que duraron varios días.
Del Nar, Horus disparó un "arpa" especialmente proyectado contra Set.
Este se quedó herido, perdiendo los testículos, lo que sólo sirvió para dejarlo aún más furioso.
En la batalla final, sobre la península del Sinaí, Set disparó un rayo de fuego a Horus y este perdió un "ojo".
Los grandes dioses solicitaron una tregua y se reunieron en consejo.
Después de mucha vacilación e indecisión, el Señor de la Tierra se decidió a favor de Horus y le concedió Egipto, declarándolo legítimo heredero de la línea de sucesión Ra-Osiris.
Después de eso, Horus pasó a ser representado con los atributos del halcón, mientras Set era mostrado como una deidad asiática, simbolizado por el jumento, el animal de carga de los nómadas.
El ascenso de Horus al trono unido de las Dos Tierras (Alto y Bajo Egipto) se mantuvo, a lo largo de toda la historia egipcia, como el punto donde la realeza recibió su perpetua conexión divina, pues todo Faraón era considerado sucesor de Horus y ocupante del trono de Osiris.
Por motivos inexplicados, el gobierno de Horus fue seguido de un periodo de caos y declive.
No se sabe cuanto tiempo él duró.
Finalmente, alrededor de 3.200 a.C., una "raza dinástica" llegó a la región y un hombre llamado Menés ascendió al trono de un Egipto reunificado.
Fue entonces que los dioses concedieron al país la civilización y aquello que hoy llamamos religión.
El reinado iniciado por Menés continuó por 26 generaciones de Faraones hasta la dominación persa en 525 a.C. y después atravesó los periodos griego y romano (cuando reinó Cleopatra).
Cuando Menés, el primer faraón, estableció el reino unido, escogió un punto medio del Nilo, un poco al sur de Heliópolis, para en él instalar la capital de los dos Egiptos.
Imitando las obras de Ptah, mandó hacer un terraplén elevándose por encima de las aguas del Nilo y en él construyó Menfis, dedicando sus templos a Ptah.
Menfis perduró como centro político-religioso del país por más de mil años.
Cerca de 2.200 a.C., hubo grandes disturbios en Egipto, cuya naturaleza no está clara para los estudiosos.
Algunos creen que invasores asiáticos dominaron el país, esclavizando al pueblo y acabando con la doración de los dioses.
Sea lo que haya restado de un simulacro de independencia, él fue mantenido en el alto Egipto - las regiones menos accesibles al sur.
Cuando el orden fue restaurado, cerca de 150 años después, el poder político religioso - atributo de la realeza emanaba de Tebas, una antigua pero no tan imponente ciudad del Alto Egipto, a los márgenes del Nilo.
El dios de Tebas era llamado Amen - "El Oculto" -, el Amón que Alexander consideraba su divino padre.
Como deidad suprema, era adorado como Amen-Ra, "El Ra Oculto", y no está bien claro si era el mismo antiguo Ra, ahora de alguna forma invisible u "oculto", u otra divinidad cualquiera.
Los griegos llamaban a Tebas de Dióspolis, "La Ciudad de Zeus", pues igualaban a Amón al supremo dios del Olimpo, hecho que hizo más fácil para Alexander conectarse a Amón.
Fue para Tebas que él se apresuró a ir después de recibir la confirmación del oráculo en el oasis de Siwa.
En Tebas y sus alrededores (ahora conocidos como Karnak, Luxor y Deir-el-Bahari), Alexander encontró los santuarios y templos dedicados a Amón, que continúan impresionantes hasta el día de hoy, a pesar de que están en ruinas.
En su mayoría, esos monumentos fueron construidos por los faraones de la 12ª. Dinastía, uno de los cuáles probablemente era "Sesonchusis", que hubo buscado el Agua de la Vida 1.500 años antes del rey de la Macedonia.
Uno de los templos colosales fue erigido por la reina Hatshepsut, que también tenía la fama de ser hija del dios Amón.
Esas alegaciones de parentesco divino no eran raras.
La reivindicación del faraón al estado de divinidad, basado en el simple hecho de ocupar el trono de Osiris, a veces era ampliada con el fundamento de que el gobernante era hijo o hermano de este o de aquel dios o diosa.
Los estudiosos consideran que esas afirmaciones sólo tienen significado simbólico, pero algunos faraones, como tres reyes de la 5ª. Dinastía garantizaban que eran físicamente hijos de Ra, engendrados por él a través de la fecundación de la esposa del alto sacerdote de su templo.
Otros reyes atribuían su descendencia de Ra a medios más sofisticados.
Se decía que el dios se incorporaba en el faraón reinante y, a través de ese subterfugio, podía tener relaciones sexuales con la reina.
Así, el heredero del trono podía afirmar ser descendiente directo de Ra.
Pero, además de esas pretensiones específicas de un origen divino, todos los faraones eran teológicamente considerados la encarnación de Horus y así, por extensión, hijos de Osiris.
En consecuencia, el faraón tenía derecho a la vida eterna exactamente de la manera experimentada por Osiris: resurrección después de la muerte, una Otra Vida.
Era a ese círculo de dioses y faraones semi-divinos que Alexander ansiaba unirse.
La creencia era que Ra y los otros inmortales conseguían vivir para siempre porque estaban siempre rejuveneciéndose.
Así, los faraones recibían nombres significando, por ejemplo, "Aquel que Repite Nacimientos" o "Repetidor de Nacimientos".
Los dioses rejuvenecían ingiriendo comida y bebida divinas en su domicilio.
Por lo tanto, para que el rey conseguiera una Otra Vida, esta vez eterna, necesitaría unirse a los dioses en su morada, para que también se alimentara del divino sostén.
Los antiguos encantamientos apelaban a los dioses para que compartieran con el faraón su comida divina: "Lleven este rey con vosotros para que él pueda comer lo que coméis, beber lo que bebéis, vivir donde vivís".
Y, más específicamente, como está escrito en la pirámide del faraón Pepi:
Dad sostén a este rey Pepi
De vuestro eterno sostén,
Vuestra eterna bebida.
El fallecido faraón esperaba encontrar ese sostén en el reino celestial de Ra, en la "Estrella Inmortal".
Allá, en un mítico "Campo de las Ofrendas" o "Campo de la Vida", crecía la "Planta de la Vida".
Un texto de la pirámide de Pepi I lo describe pasando por guardias con la apariencia de "pájaros emplumados", para ser recibido por los emisarios de Horus. Con ellos:
Él viajó para el Gran Lago,
Junto a lo cual descienden los Grandes Dioses.
Los Grandes de la Estrella Inmortal
Dan a Pepi la Planta de la Vida
De la cual ellos viven,
Para que él también pueda vivir.
Las representaciones egipcias muestran al fallecido (a veces con su esposa) en ese paraíso celestial, bebiendo el Agua de la Vida, de la cual nace la Planta de la Vida, bajo la forma de datilera, con sus frutos donantes de vida.
El destino celestial del rey muerto era el lugar de nacimiento de Ra, al cual éste había vuelto después de su muerte en la Tierra.
Allá el propio dios era siempre rejuvenecido o "despertado de nuevo" porque periódicamente la Diosa de los Cuatro Jarros le servía un cierto elixir.
Así, la esperanza del faraón era ser servido del mismo elixir por la diosa, para "con él refrescar su corazón para la vida".
En cuanto a Osiris, él se rejuvenecía bañándose en el Agua de la Juventud.
Por eso, fue prometido a Pepi I que Horus "te contará una segunda estación de juventud" y "renovará tu juventud en las aguas que tienen el nombre de Agua de la Vida".
Después de ganar una nueva vida y hasta quedarse rejuvenecido, el faraón llevaría una existencia paradisíaca: "Su provisión es entre los dioses: su agua es vino, como el de Ra.
Cuando Ra come, da a él; cuando Ra bebe, da a él".
Y, con un toque de psicoterapia del siglo XX, el texto añade: "Él duerme profundamente todos los días... pasa mejor hoy que ayer".
El faraón parecía poco preocupado con la paradoja de que primero tendría que morir para entonces conseguir la inmortalidad.
Como gobernante de las Dos Tierras de Egipto, él gozaba de la mejor vida posible en la Tierra.
Aún así, la resurrección entre los dioses era una perspectiva muy atractiva.
Además de eso, solamente su cuerpo físico sería embalsamado y emparedado, pues los egipcios creían que cada persona poseía un Ba, algo semejante a lo que llamamos "alma", que, como un pájaro, subía a los cielos después de la muerte, y también un Ka -en general traducido por Doble, Espíritu Ancestral, Esencia o Personalidad -, y era bajo esas formas que el faraón se veía trasladado para la Otra Vida.
Samuel Mercer, en su introducción para los Textos de las Pirámides, concluyó que Ka significaba la personificación mortal de un dios.
En otras palabras, el concepto sugería la existencia de un elemento divino en el hombre, un doble celestial o divino que podía retomar la vida en el otro mundo.
Pero, si otra vida era posible, no era nada fácil obtenerla.
El fallecido rey tenía que viajar por una larga y desafiadora carretera, y someterse las largas y elaboradas ceremonias antes de ponerse a camino.
La deificación del faraón comenzaba con su purificación e incluía el embalsamamiento (momificación) para él quedar como Osiris, con todos los miembros amarrados por ataduras.
El cuerpo embalsamado entonces era llevado en una procesión fúnebre hasta una edificación encimada por una pirámide, delante de la cual había un pilar oval.
Dentro de ese templo funerario, los sacerdotes conducían rituales pidiendo la aceptación del faraón por los dioses al final del viaje.
El rito, llamado en los textos fúnebres egipcios de "Apertura de la Boca", era supervisado por un sacerdote Shem - siempre mostrado vistiendo una piel de leopardo.
Los estudiosos creen que el ritual era literalmente lo que dice su nombre: el sacerdote, usando una herramienta curva de cobre o hierro, abría la boca de la momia o de una estatua representando al faraón.
Sin embargo, está claro que el ritual era primariamente simbólico, con el objetivo de abrir para el muerto la "boca" o entrada de los cielos.
A esa altura la momia estaba envuelta en muchas capas de ataduras de lino y cubierta por la máscara fúnebre de oro.
Así, tocar su boca (o de la estatua) sólo podía ser un acto simbólico.
De hecho, el sacerdote no se dirigía al fallecido, sino a los dioses, pidiéndoles para "que abran la boca" para que el faraón pueda ascender a la vida eterna.
Eran hechos también llamamientos especiales al "Ojo" de Horus, perdido en la batalla con Set, para él procurar la "Apertura de la Boca", de modo que fuera abierto "un camino para el rey entre los Luminosos, para que él pueda establecerse entre ellos".
La tumba terrestre del faraón (y así, por conjetura, sólo temporal)- según los textos y descubrimientos arqueológicos - tenía una puerta falsa en su lado este, o sea, la argamasa era asentada de modo de dar la impresión de la existencia de una puerta, pero allí, en realidad, había una pared sólida.
Purificado, con los miembros amarrados y la "boca" abierta, el faraón entonces era visualizado levantándose, sacudiendo el polvo de la Tierra y saliendo por la puerta falsa.
Según un relato en los Textos de las Pirámides que describe el proceso de resurrección paso a paso, el faraón no podía atravesar la pared solo.
"Tú estás delante de la puerta que contiene las personas hasta él, que es el jefe del departamento" - un mensajero divino encargado de esa tarea -, "viene a tu encuentro. Él te coge por el brazo y te lleva hacia el cielo, hacia tu padre.”
Así, auxiliado por un mensajero divino, el faraón salía de la tumba lacrada por la puerta falsa.
Y los sacerdotes cantaban: "El rey está camino del cielo! El rey está camino del cielo!”
El rey está a camino del cielo
El rey está a camino del cielo
En el viento, en el viento.
Él no es impedido;
No hay nadie para contenerlo.
El rey está sólo, hijo de los dioses.
Su pan vendrá del alto, con Ra.
Su ofrenda saldrá de los cielos.
El rey es aquel "Que Vuelve de Nuevo".
Sin embargo, antes de que el faraón subiera al cielo para comer y beber con los dioses, necesitaba emprender un arduo y peligroso viaje.
Su meta era un país llamado Neter-Khert, "La Tierra de los Dioses de la Montaña".
Ese lugar a veces era pictóricamente escrito en jeroglíficos colocándose el símbolo para Dios (Neter) sobre una balsa, pues, de hecho, para alcanzar esa tierra el faraón tenía que atravesar un largo y tortuoso lago de Juncos.
El área pantanosa sería vencida con la ayuda de un Barquero Divino.
Sin embargo, antes de transportar al muerto, él lo interpelaba sobre sus orígenes:
¿Qué lo hacía pensar que tenía el derecho de atravesar el lago?
¿Sería realmente hijo de un dios o diosa?
Después del lago, de un desierto y una cadena de montañas, pasando por dioses guardianes, el rey llegaba al Duat, la mágica "Morada para Subir a las Estrellas", cuya localización y nombre vienen confundiendo los estudiosos hace mucho tiempo.
Algunos piensan que se trataba del Otro Mundo, la Morada de los Espíritus, para el cual el rey, tal como Osiris, debería ir.
Otros afirman que él era un Mundo Subterráneo y, de hecho, muchas de las escenas que lo describen muestran un laberinto de túneles, cavernas con dioses que no pueden ser vistos, pozas de agua hirviente, luces fantasmagóricas, cámaras guardadas por pájaros y puertas que se abren solas.
Esa tierra mágica poseía doce divisiones y era atravesada en doce horas.
El Duat siempre fue motivo de perplejidad para los eruditos porque, a pesar de su naturaleza terrestre (era alcanzado a través de un pasaje en las montañas) y características subterráneas, en jeroglíficos su nombre era escrito con la utilización de una estrella o halcón alzando vuelo como símbolos determinativos o simplemente con una estrella dentro de un círculo indicando una asociación celestial.
Por más confusos que sean, los Textos de las Pirámides, a lo que sigan el adelanto del faraón al largo de su vida, muerte, resurrección y translación para una Otra Vida, consideraban como el mayor problema humano la incapacidad de volar como los dioses.
Uno de ellos resume ese problema y su solución en dos sentencias: "Los hombres son enterrados, los dioses vuelan hacia lo alto. Hagan que este rey vuele hacia el cielo (para quedarse) entre sus hermanos, los dioses".
Un texto de la pirámide del faraón Teti expresaba la esperanza del faraón y sus llamamientos a los dioses en las siguientes palabras:
Hombres se caen,
Ellos no tienen Nombre.
Cojan vuestro Teti por los brazos.
Lleven el rey Teti para el cielo,
Para él no morir en la Tierra entre los hombres.
Y, así, cabía al faraón recorrer los laberintos subterráneos hasta conseguir encontrar a un dios que cargaba el Árbol de la Vida y uno que era el "Arauto del Cielo".
Ellos abrirían las puertas secretas y lo llevarían hasta el Ojo de Horus, una escalera celestial por la cual entraría en un objeto capaz de cambiar de memoria, pasando de azul para rojo cuando era "potenciado".
Entonces, él transformado en el dios-halcón, subiría a los cielos para su Otra Vida en la Estrella Inmortal.
Allá, el propio Ra le daría la bienvenida.
Los Portones del Cielo están abiertos para ti;
Las puertas del Lugar Fresco están abiertas para ti.
Tú encontrarás a Ra parado allí, esperando por ti.
Él tomará tu mano,
Él te llevará para el Doble Santuario del Cielo;
Él te colocará en el trono de Osiris...
Tú te quedarás en pie, amparado, equipado como un dios...
Entre los Eternos, en la Estrella Inmortal.
Mucho de lo que actualmente se sabe sobre el tema vino de los Textos de las Pirámides - miles de versos agrupados en centenares de Elocuciones - que fueron descubiertos grabados o pintados (en la escritura geroglífica de Egipto Antiguo) en las paredes, pasajes y galerías de las pirámides de cinco faraones -Unas, Teti, Pepi I, Merenra y Pepi II - que reinaron entre 2.350 y 2.180 a.C.
Esos textos fueron organizados y numerados por Kurt Sethe en su magnífica obra Die altaegyptischen Pyramidentexte, que hasta hoy permanece como la más importante fuente de referencia sobre el asunto, junto con su contrapartida en inglés, The Pyramid Texts, de Samuel A. B. Mercer.
Los miles de versos que componen los Textos de las Pirámides parecen ser sólo una colección de invocaciones repetitivas, desconectas las unas de las otras, con súplicas a los dioses y exaltación de los reyes.
Para obtener algún sentido de todo ese material, los eruditos elaboraron teorías sobre un cambio de teologías en Egipto Antiguo, con un conflicto y posteriormente una fusión entre una "religión solar" y una "religión celeste", entre un culto de Ra y uno de Osiris, y así por delante, destacando que estamos lidiando con material que se acumuló a lo largo de milenios.
Para los estudiosos que encaran esa masa de versos como expresiones de mitologías primitivas, fruto de la imaginación de personas que se estremecían de pavor al oír el trueno o viento rugiendo y llamaban a esos fenómenos naturales de "dioses", esos versos continúan tan confusos como siempre.
Sin embargo, hay un punto sobre el cual no existen dudas: todos concuerdan que esos textos fueron extraídos por los escribas de la época, de escrituras más antiguas y aparentemente bien organizadas, coherentes e inteligibles.
Inscripciones posteriores en sarcófagos y ataúdes, y también en papiros (estos, en general, acompañados de ilustraciones), comprueban que los versos, Elocuciones y Capítulos - con títulos como "Capítulo de aquellos que ascienden" - fueron copiados del "Libro de los Muertos", como" Aquel que está en el Duat", "El Libro de los Portones" o "El Libro de los Dos Caminos".
Los peritos creen que, por su parte, esos "libros" eran versiones de dos obras básicas anteriores: viejos escritos que trataban de la jornada celestial de Ra y una fuente posterior a ellas enfatizando la bienaventuranza en la Otra Vida para aquellos que se unieran a Osiris resucitado.
Ambas hablaban de comida, bebida y placeres en la Morada Celestial.
Versos de esas antiguas obras solían también ser grabados en talismanes para que propiciaran al usuario "unión con mujeres noche y día" o "antojo de mujeres" todo el tiempo.
Las teorías académicas, sin embargo, dejan sin explicación los aspectos más intrigantes de las informaciones ofrecidas por esos textos.
El Ojo de Horus, por ejemplo, era un objeto que existía independientemente del dios, siendo algo en cuyo interior el faraón podía entrar y que cambiaba de colores, yendo del azul hacia el rojo, cuando era "potenciado".
Hay también balsas autopropelidas, puertas que se abren solas, dioses de rostros brillantes que no pueden ser vistos.
En el Mundo Subterráneo, supuestamente habitado solamente por espíritus, son mostrados "cabos de cobre" y "puentes levadizos".
Y el más intrigante aspecto de todos:
¿Por qué, si la transmigración del faraón lo llevaba hacia el Mundo Subterráneo, los textos afirman que "el rey está yendo hacia el cielo?”
En el conjunto, los versos indican que el rey está siguiendo el camino de los dioses, atravesando un lago de la misma manera que un dios lo hizo anteriormente, usando un barco como el de Ra y ascendiendo "equipado como un dios", tal como Osiris etc.etc.
Entonces se nos ocurren las preguntas:
¿Y si esos textos no eran fantasías primitivas, mera mitología, sino relatos sobre un viaje simulado, donde el fallecido faraón era visualizado imitando lo que los dioses realmente habían hecho?
¿No serían esos textos copias (con la sustitución del nombre de los dioses por el del rey) de escrituras más antiguas, tratando de los viajes de dioses, no de faraones?
Uno de los más famosos egiptólogos del pasado, Gaston Maspero (L'Archéologie Égyptienne y otras obras), analizando los Textos de las Pirámides con base en la forma gramatical y otros indicios, sugirió que ellos se originaron en los inicios de la civilización egipcia, tal vez incluso antes del surgimiento de la escritura con jeroglíficos.
Más recientemente, J. H. Breasted, en Development of Religion and Thought in Ancient Egypt (Desarrollo de la Religión y Pensamiento en Egipto Antiguo), concluyó que no resta duda de que existió un material más antiguo, lo poseamos o no.
Él encontró en los textos informaciones sobre condiciones de civilización y eventos que confirman la veracidad de los textos como transmisores de informaciones reales y no meras fantasías.
"Para alguien de imaginación activa", dice Breasted, "ellos abundan en cuadros de un mundo hoy muy desaparecido, del cual son sólo un reflejo.”
Vistos como un todo, los textos e ilustraciones posteriores describen un viaje a un reino que comienza al nivel del suelo, prosigue para el subsuelo y termina en una apertura por la cual los dioses - y los reyes que los imitaban – eran lanzados en dirección al cielo.
De ahí la connotación geroglífica combinando un lugar subterráneo con una función celestial.
¿Tendrán los faraones, saliendo de sus sepulcros para la Otra Vida, realmente ese camino hacia el cielo?
Los propios antiguos egipcios afirmaban que el viaje no era para ser hecho por el cadáver momificado, sino por el Ka (Doble) del rey.
Sin embargo, ellos visualizaron ese Doble realizando un avance real por lugares que creían que verdaderamente existían.
Entonces, si los textos reflejan un mundo que existió, el viaje del faraón para la inmortalidad, aunque siendo una imitación, ¿no estaría siguiendo paso a paso viajes verdaderos hechos en épocas prehistóricas?
Sigamos esos pasos; entremos en el Camino de los Dioses.
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