martes, 29 de septiembre de 2015

Parte 2: LOS ANTEPASADOS INMORTALES (Escalera al Cielo)








Escalera al Cielo (segundo libro).
Parte 2: LOS ANTEPASADOS INMORTALES.
ZECHARIA SITCHIN
1980, Nueva York, USA.










La corta existencia de Alexander de Macedonia - él murió a los 33 años, en la Babilonia - fue rellenada de conquistas, aventuras, explotaciones y una ardiente voluntad de llegar a los Confines de la Tierra y desvelar los misterios divinos. No se puede decir que esa búsqueda fue vana.





Hijo de la reina Olimpia y presumiblemente de su marido, el rey Filipo II, Alexander tuvo como maestro a Aristóteles, que le enseñó la sabiduría antigua.

Después de muchas peleas conyugales que resultaron en divorcio, Olimpia huyó de la corte llevandose a su hijo.

Vino la reconciliación y enseguida la muerte: el asesinato de Filipo, que llevó a la coronación de Alexander a los 20 años de edad.

Las primeras expediciones militares del joven rey culminaron con su ida a Delfos, sede del renombrado oráculo, donde él oyó la primera de varias profecías presagiándole fama - pero corta vida.

Sin dejarse abatir, Alexander partió - como los españoles harían 1.800 años después - en busca del Agua de la Vida.

Para eso, necesitaba abrir camino para el este, pues era de allá que habían venido los dioses:

El gran Zeus (nombre griego de Júpiter), que hubo atravesado el Mediterráneo a nado, saliendo de la ciudad fenicia de Tiro y llegando a la isla de Creta; Afrodita, que también hubo surgido en la isla, venida del mar; Poseidón, que había venido de Asia Menor, trayendo consigo el caballo; Atena, que había llevado a Grecia el olivo originario de Asia occidental.

Era en Asia, también, según los historiadores griegos, cuyas obras Alexander tanto había estudiado, que estaban las aguas que mantenían a las personas eternamente jóvenes.

Él también había oído contar la historia de Cambises, el hijo del rey persa, Ciro, que hubo atravesado la Siria, la Palestina y el Sinaí para atacar Egipto.

Después de derrotar a los egipcios, Cambises los trató con crueldad y profanó el templo del dios Amón.

Enseguida, resolvió seguir hacia el sur y atacar a "los longevos etíopes".

Al describir esos eventos - escribiendo un siglo antes de Alexander -, Herodoto dijo (Historia, Libro III):

Los espías (de Cambises) partieron para Etiopía bajo el pretexto
de que llevan presentes para el rey, pero su verdadera misión
era anotar todo lo que veían y que especialmente observaran si
existía en aquel país aquello que es llamado como "La Mesa del
Sol".

Después de que cuentan al rey etíope que "80 años era el más largo tiempo de vida entre los persas", los espías/emisarios lo interrogaron sobre la longevidad de su pueblo, confirmando los rumores.

El rey los llevó a una fuente donde, después de que se lavaron,
notaron que andaban con la piel blanda y lustrosa, como si
hubieran tomado un baño de óleo. Y de la fuente emanaba un
perfume como de violetas.

Volviendo a Cambises, los espías describieron el agua "como tan débil que nada conseguía flotar en ella, ni madera u otras substancias leves; en ella todo se hundía". Y Herodoto concluyó:

Si el relato sobre esa fuente es verdadero, entonces sería el uso
del agua que de ella vierte que los hace (a los etíopes) tan
longevos.

La leyenda de la Fuente de la Juventud en Etiopía y la violación del templo de Amón por Cambises tienen gran peso en las aventuras de Alexander.

La importancia de ese segundo evento estaba relacionada con los rumores de que el joven rey no era hijo de Filipo, sino fruto de una unión entre su madre, Olimpia, y el dios egipcio Amón.

Las relaciones tensas entre Filipo y Olimpia contribuían para reforzar la sospecha.

De acuerdo con el relatado en varias versiones del pseudoCalístenes, la corte de Filipo fue visitada por un faraón egipcio llamado por los griegos como Nectanebo.

Él era un mago, uno adivino, que secretamente sedujo a la reina.

Olimpia nada sabía en la época, pero fue el dios Amón que la visitó disfrazado de Nectanebo. Por eso, al parir a Alexander, ella dio a luz un dios, el mismo cuyo templo Cambises profanó.

Después de derrotar los persas en Asia Menor, Alexander se volvió hacia Egipto. Esperando fuerte oposición de los vicereyes persas que gobernaban Egipto, se sorprendió al ver aquel gran territorio caer en sus manos sin resistencia.

Un buen presagio, a buen seguro. Sin perder tiempo, Alexander se dirigió al Gran Oasis, sede del oráculo de Amón.

Allá el propio dios (según las leyendas) confirmó el verdadero parentesco del joven rey. Oyendo esa afirmación, los sacerdotes egipcios deificaron a Alexander como faraón.

De ahí en delante, él sería mostrado en las monedas de su reino como Zeus-Amón, ostentando dos cuernos.

En la calidad de un dios, Alexander pasó a considerar su deseo de escapar del destino de los mortales no un privilegio, sino un derecho.

Saliendo del Gran Oasis, Alexander fue para Karnak, al sur, el centro de la adoración de Amón, en un viaje que tenía más cosas que saltaba a la vista.

Gran centro religioso desde 3.000 a.C., Karnak era un conglomerado de templos, santuarios y monumentos a Amón construidos por varias generaciones de faraones.

Una de las más colosales e impresionantes edificaciones era el templo mandado erigir por la reina Hatshepsut mil años antes de la época de Alexander.

Esa soberana también tenía la fama de ser hija de Amón, habiendo nacido de una reina a quien el dios hubo visitado bajo un disfraz!

No se sabe lo que aconteció en Karnak, pero el hecho es que en vez de conducir sus tropas de vuelta al este, en la dirección del corazón del Imperio Persa, Alexander escogió una pequeña escolta y algunos amigos fieles para que lo acompañaran en una expedición aún más hacia el sur.

Sus perplejos compañeros fueron llevados a creer que el rey estaba saliendo en un viaje de recreo, buscando los placeres del amor.

Ese interludio tan poco característico fue incomprensible tanto para los generales de Alexander como para los historiadores de la época.

Intentando racionalizar los que registraron las aventuras del joven rey describieron a la mujer que él pretendía visitar como una femme fatale "cuya belleza ningún hombre vivo conseguiría elogiar de manera suficiente".

Ella era Candace, reina de un país al sur de Egipto (el actual Sudán).

Revirtiendo el cuento sobre Salomón y la reina de Saba, esta vez fue el rey que viajó hacia la tierra de la reina.

Sin que sus compañeros supieran, Alexander buscaba no el amor, sino el secreto de la inmortalidad.

Después de una estancia agradable, la reina Candace, como presente de despedida, acordó en revelar Alexander el secreto de la localización de la "maravillosa caverna donde los dioses se congregan".

Siguiendo las indicaciones, el rey encontró el lugar sagrado.

Él entró con algunos pocos soldados y vio una niebla azulada.
Los techos brillaban como iluminados por estrellas. Las formas
externas de los dioses estaban físicamente manifestadas; una
multitud los servía en silencio.
De inicio, él (Alexander) se quedó sorprendido y asustado, pero 
permaneció allí para ver lo que acontecía, pues avistó algunas 
figuras reclinadas cuyos ojos brillaron como rayos de luz.

La visión de las "figuras reclinadas" contuvo a Alexander. 

¿Serían dioses o mortales deificados? 

Entonces una voz lo asustó aún más. Una de las "figuras" había hablado.

Y hubo uno que dijo: "Saludos, Alexander, sabes quién soy?”Y él
(Alexander) habló: "No, mi señor". El otro dijo: "Soy
Sesonchusis, el rey conquistador del mundo que se unió a las
filas de los dioses".

Alexander había encontrado exactamente a la persona que buscaba. Si él estaba sorprendido, los ocupantes de la caverna no parecían muy impresionados. 

Era como si su llegada fuera esperada. Él fue invitado a entrar para conocer "el Creador y Supervisor de todo el Universo". 

Entró y "vio una niebla brillante como fuego y, sentado en un trono, el dios que una vez había visto siendo adorado por los hombres de Rokôtide, el Señor Serapis". 

(En la versión griega, fue el dios Dionisio.) Alexander aprovechó la oportunidad para tocar el asunto de su longevidad: "Señor, ¿cuantos años viviré?!

No hubo respuesta. Sesonchusis intentó consolar Alexander, pues el silencio del dios habló por sí. Contó que, a pesar de haberse unido a las filas de los dioses, "no tuve tanta suerte como usted... pues, aunque haya conquistado el mundo entero y subyugado tantos pueblos, nadie se acuerda de mi nombre; pero usted poseerá gran fama... tendrá un nombre inmortal aún después de la muerte". 

Y terminó confortando Alexander con las siguientes palabras: "Usted vivirá al morir, y así no morirá", queriendo decir que él sería inmortalizado por una fama duradera.

Desalentado, Alexander dejó las cavernas y "continuó el viaje que tenía que hacer" para buscar consejos de otros sabios en la tentativa de escapar del destino de un mortal, de imitar a otros que antes de él habían obtenido éxito en unirse a los dioses inmortales.

Según una versión, entre aquellos que Alexander buscaba y encontró fue a Enoc, el patriarca bíblico de los tiempos antes del diluvio, el bisabuelo de Noé. 

El encuentro se dio en un lugar en las montañas, "donde queda situado el paraíso, la Tierra de los Vivos", el lugar "donde viven los santos". 

En lo alto de una montaña había una estructura brillante, de donde se elevaba hacia el cielo una inmensa escalera hecha de 2.500 lajas de oro.

En un vasto salón o caverna, Alexander vio "estatuas de oro, cada una en su nicho", un altar de oro y dos inmensos "candeleros de oro" con cerca de 20 metros de altura.

Sobre un diván próximo se veía la forma reclinada de un hombre envuelto en una colcha bordada con oro y piedras preciosas, y por encima de él estaban las ramas de una vid hecha de oro, cuyos rizos de uva eran formados por joyas.

El hombre habló de pronto, identificándose como Enoc. "No sondees los misterios de Dios", alertó. 

Atendiendo al aviso, Alexander partió para juntarse con sus tropas, pero no antes de recibir como presente de despedida el rizo de uvas que milagrosamente alimentó todo su ejército.

En otra versión, Alexander no encontró sólo uno, sino dos hombres del pasado: Enoc y el profeta Elías, que, según las tradiciones bíblicas, jamás murieron. 

El caso aconteció cuando el rey atravesaba un desierto. Súbitamente su caballo fue tomado por un "espíritu" que lo transportó, junto con su caballero, para un centelleante tabernáculo, donde Alexander vio a dos hombres.

Sus rostros brillaban, los dientes eran más blancos que leche, los ojos tenían el fulgor de la estrella matutina. Tenían "gran estatura y apariencia graciosa". 

Después de que dijeran quién eran, ellos dijeron que "Dios los escondió de la muerte". Hablaron también que aquel lugar era la "Ciudad del Granero de la Vida", de donde emanaba la "cristalina Agua de la Vida". 

Pero, antes de que Alexander descubriera más o consiguiera beber el agua, un "coche de fuego" lo arrebató de allí y él se vio de nuevo con sus tropas.

(Según la tradición musulmana, mil años después también el profeta Mahoma fue llevado hacia el cielo montado en su caballo blanco.)

¿El episodio de la caverna de los dioses y tantos otros de las historias sobre Alexander serían pura ficción, meros mitos? 

O ¿serían cuentos embellecidos, basados en hechos históricos?

¿Existió una reina Candace, una ciudad real llamada Shamar, un conquistador del mundo entero como Sesonchusis? 

Hasta muy recientemente, esos nombres poco significaban para los estudiosos de la Antigüedad. 

Si eran figuras de la realeza egipcia o de una mítica región de África, estaban tan encubiertos por el pasar de los siglos como los monumentos egipcios por la arena.

Irguiéndose por encima del desierto, las pirámides y la esfinge sólo aumentaban el enigma.

Los jeroglíficos, indescifrables, sólo confirmaban la existencia de secretos que tal vez no debieran ser desvelados. 

Los relatos de la Antigüedad transmitidos por griegos y romanos fueron disolviéndose en leyendas y poco a poco cayeron en la oscuridad.

Fue sólo en 1798, cuando Napoleón conquistó Egipto, que Europa comenzó a redescubrir la región. 

Junto con las tropas de Napoleón llegaron investigadores serios que pasaron a remover la arena y a levantar la cortina del olvido. 

Entonces, cerca de la cidadezinha de Rosetta, fue encontrada una placa de piedra con la misma inscripción en tres idiomas. 

Allí estaba la llave para descifrar la lengua y las inscripciones de Egipto Antiguo, los registros de los hechos de los faraones, la glorificación de sus dioses.

Alrededor de 1820, exploradores europeos, que penetraron en la dirección sur alcanzando Sudán, reportaron la existencia de antiguos monumentos, inclusive pirámides de ángulos agudos, en un punto del Nilo llamado Méroe. 

Una expedición real de la Prusia descubrió impresionantes ruinas en excavaciones realizadas en 1842-1844. 

Entre 1912 y 1914, otros arqueólogos encontraron lugares sagrados. Los jeroglíficos indicaron que uno de ellos era llamado Templo del Sol - tal vez el lugar exacto donde los espías de Cambises habían visto "La Mesa del Sol".

Excavaciones posteriores sumadas a los datos ya conocidos, más la continua traducción de los jeroglíficos establecieron que realmente existió en aquella región, el primer milenio a.C., un reino nubio. 

Era la bíblica Tierra de Cuch.

Y existió una reina Candace. Las inscripciones revelaron que en los inicios del reino nubio, era gobernado por una sabia y benevolente reina llamada Candace. (fig 5) De ahí en delante, siempre que una mujer ascendía al trono - lo que no era raro -, ella adoptaba su nombre como símbolo de gran soberanía. 

Y, al sur de Méroe, dentro del territorio de ese reino, había una ciudad llamada Sennar - posiblemente la Shamar mencionada en las leyendas de Alexander.

Y ¿qué de Sesonchusis? La versión etíope del pseudo-Calístenes dice que cuando Alexander hubo viajado para el (o de el) Egipto, él y sus hombres pasaron por un lago lleno de cocodrilos. 

Allí un antiguo gobernante había mandado construir un camino para atravesar el lago. 

"Había una edificación en el margen del lago y sobre esa edificación quedaba un altar pagano en el cual se leía: 

'Soy Coch, rey del mundo, el conquistador que atravesó este lago'.”

¿Sería ese conquistador del mundo un soberano que había reinado sobre Cuch o Nubia? 

En la versión griega de esa leyenda, el hombre que había hecho el monumento para marcar la travesía del lago - descrito como parte de las aguas del mar Rojo - se llamaba Sesonchusis. 

Así, Sesonchusis y Coch serían una sóla persona, un faraón que reinó sobre Egipto y Nubia. 

Los monumentos nubios muestran un gobernante como ese recibiendo el Fruto de la Vida, bajo la forma de datileras, de las manos de un "Dios Brillante".

Los registros egipcios hablan de un gran faraón que, en el inicio del segundo milenio a.C., fue realmente un conquistador del mundo. 

Su nombre era Senusret y él también era devoto de Amón. 

Los historiadores griegos le atribuyen la conquista de Libia y de Arabia, y, significativamente, de Etiopía y de todas las islas del mar Rojo, y enormes partes de Asia, penetrando más al este de lo que más tarde hicieron los persas. 

Él también habría invadido Europa a partir de Asia Menor. 

Herodoto describió los grandes hechos de ese faraón, a quien llama como Sesóstris, añadiendo que él erigía pilares conmemorativos en todos los lugares por los que pasaba.

"Los pilares que él erigió aún son visibles", escribió Herodoto. Así, cuando Alexander vio el pilar junto al lago, tuvo la confirmación de lo que el historiador griego hubo registrado un siglo antes.

Sesonchusis realmente existió. Su nombre egipcio significa: “Aquellos cuyos nacimientos viven". Y, en virtud de ser un faraón de Egipto, él tenía todo el derecho de ir a unirse a las filas de los dioses y vivir para siempre.

En la búsqueda del Agua de la Vida o eterna juventud, era importante tener la certeza de que la exploración no sería vana, como a otros les había sucedido en el pasado. 

Además de eso, si el agua procedía de un paraíso perdido, encontrar a los que habían estado en él ¿no sería un medio de descubrir cómo llegar hasta él?

Fue con eso en mente que Alexander intentó encontrar a los Antepasados Inmortales. 

Si realmente estuvo con ellos no es significativo. Lo importante es que en los siglos que precedieron a la era cristiana, Alexander o sus historiadores (o ambos) creían que esos ancestrales realmente existían, que en tiempos para ellos antiguos y distantes los hombres podían hacerse inmortales si los dioses así lo desearan.

Los autores o redactores de las historias de Alexander cuentan varios incidentes donde el joven rey se encontró con Sesonchusis, Elías y Enoc, o sólo con este último. 

La identidad del faraón podía sólo ser adivinada por ellos y así la manera como Sesonchusis fue trasladado para la inmortalidad no es descrita. 

Lo mismo no acontece con Elías, el compañero de Enoc en el Templo Brillante, según una de las versiones de la leyenda de Alexander.

Elías es el profeta bíblico que vivió en Israel el siglo IX a.C., durante el reinado de Acab y Ocozias. Como indica el nombre que adoptó (Eliyah - "Mi Dios es Yahvé"), él era inspirado por el dios hebreo, cuyos fieles estaban siendo perseguidos por los seguidores del dios cananeo Baal. 

Después de un retiro en un lugar secreto cerca del río Jordán, donde aparentemente fue instruido por el Señor, Elías recibió "un manto tejido de vellos" y se hizo capaz de hacer milagros. 

Viviendo cerca de la ciudad fenicia de Sidon, el primer milagro que él realizó fue hacer que un poquito de aceite y una cuchara de harina duren para el resto de la vida de una viuda que le hubo concedido refugio.

Inmediatamente después, necesitó clamar a Dios para revivir al hijo de esa mujer, que acababa de fallecer en virtud de "una fuerte enfermedad". 

Elías también podía convocar el Fuego de Dios, que venía bien para calhar en sus continuos entreveros con reyes y sacerdotes que sucumbieron a las tentaciones paganas.

Las escrituras dicen que Elías no murió en la Tierra, pues "subió al cielo en un torbellino". Según las tradiciones judaicas, Elías continúa inmortal y hasta hoy ellas mandan que él sea invitado a visitar los hogares judíos en la víspera de la Pascua. 

Su ascenso al cielo está descrito con grandes detalles en el Viejo Testamento.

Como es contado en II Reyes, Capítulo 2, el evento no fue súbito o inesperado. Al contrario, se trató de una operación planeada, cuyo lugar y hora fueron comunicados a Elías con antelación.

El lugar marcado quedaba en el vale del Jordán, en el margen izquierdo del río - tal vez la misma área donde Elías fuera ordenado como "Hombre de Dios". 

Cuando salió de Gilgal en su último viaje, Elías encontró dificultad en librarse de su dedicado discípulo Eliseo. 

Durante el camino, los dos profetas fueron repetidamente interpelados por discípulos menores, "los hijos de los profetas", que preguntaban si era verdad que aquel día Dios llevaría Elías para el cielo.

Dejemos el narrador bíblico contar la historia con sus propias palabras:

He ahí lo que aconteció cuando Dios arrebató Elías al cielo en
un torbellino:
Elías y Eliseo partieron de Gilgal.
Y Elías dijo a Eliseo:
"Te quedas aquí, pues Yahvé me envió sólo hasta Betel";
Pero Eliseo respondió:"
Tan cierto como que Yahvé vive y tú vives, no te dejaré!
"Y descendieron la Betel.
Los hijos de los profetas que vivían en Betel salieron al
encuentro de Eliseo y le dijeron:
"Sabes que hoy Yahvé va a llevar el maestro por sobre tu
cabeza?”
Él respondió:"
Sé, pero callaos".

Esta vez Elías admitió que su destino era Jericó, a los márgenes del río Jordán, y pidió a su compañero se quedara ahí y lo dejara seguir solo. 

Nuevamente Eliseo se rechazó e insistió en ir con el profeta. "Y ellos fueron la Jericó.”

Los hijos de los profetas que vivían en Jericó se aproximaron a
Eliseo y le dijeron:
"Sabes que hoy Yahvé va a llevar a tu maestro por sobre tu
cabeza?”
Él respondió:
"Sé, pero callaos".

Contrariado en su deseo de proseguir solo, Elías pidió a Eliseo que se quedara en Jericó y lo dejara ir solo hasta el margen del río, Sin embargo Eliseo rechazó separarse de su maestro.

Animados, "cincuenta hombres de los hijos de los profetas fueron también, pero se quedaron parados a la distancia mientras los dos (Elías y Eliseo) se detenían al borde del Jordán".

Entonces Elías tomó su manto,
lo enrolló y batió con él en las aguas,
que se dividieron de un lado y de otro,
de modo que ambos pasaron a pie enjuto.


Después que pasaron para el otro margen, Eliseo pidió Elías que le fuera dado el espíritu santo, pero antes que pudiera oír una respuesta:

Y aconteció que mientras andaban y conversaban
he ahí que un carro de fuego
y caballos de fuego los separaron uno del otro
y Elías subió al cielo en el torbellino.
Eliseo miraba y gritaba:
Mi padre! Mi padre!
El coche y la caballería de Israel!
Después no más lo vio...

Atolondrado, Eliseo se quedó inmóvil por algunos instantes. Después vio el manto que Elías había dejado atrás. 

¿Eso había acontecido por accidente o fué a propósito? 

Determinado a descubrirlo, Eliseo cogió el manto y volvió al margen del río. Invocando el nombre de Yahvé, batió con él en las aguas y he ahí "que las aguas se dividieron de un lado y de otro, y Eliseo atravesó el río". 

Y los hijos de los profetas, los discípulos que habían quedado en el margen izquierdo del río, en la llanura de Jericó, "lo vieron a la distancia y dijeron: 'El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo!'; vinieron a su encuentro y se postraron delante de él".

Incrédulos, a pesar de lo que habían visto con sus propios ojos, los cincuenta discípulos dudaron que Elías hubiera sido llevado al cielo para siempre. 

El torbellino del Señor podía haberlo arrebatado y lanzado en algún valle o montaña. A despecho de las objeciones de Eliseo, ellos lo buscaron por tres días. 

Eliseo entonces habló: "No había dicho yo que no fuerais?" Ahora, él sabía muy bien cual era la verdad: El Dios de Israel había llevado a Elías para el cielo en un coche de fuego.

El relato del encuentro de Alexander con Enoc, que está en las leyendas sobre el rey de la Macedonia, introdujo en la búsqueda por la inmortalidad un "antepasado inmortal", específicamente mencionado tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, cuyas leyendas son muy anteriores a la aparición de la Biblia y ya estaban registradas cuando ésta fue escrita. 

Según la Biblia, Enoc fue el séptimo patriarca prediluviano del linaje de Adán a través de Set (para distinguirlo del maldecido linaje proveniente de Caín). 

Él era el bisabuelo de Noé, el héroe del diluvio. El quinto capítulo del Génesis da la lista de las genealogías de esos patriarcas, las edades en que tuvieron a sus primogénitos y la edad en que murieron. 

Sin embargo, Enoc es una excepción. No existe mención sobre su muerte. Explicando que él "anduvo con Dios", el Génesis afirma que, a la edad real o simbólica de 365 años (el número de días del año solar), Enoc "desapareció" de la Tierra, "pues Dios lo arrebató".

Ampliando esa crítica afirmación bíblica, los comentaristas judíos frecuentemente citaron fuentes más antiguas que parecían describir el real ascenso al cielo de Enoc, donde él fue transformado en Metatrón, el "Príncipe del Semblante" de Dios, que se quedaba postrado atrás de Su trono.

Según esas leyendas, como fueron reunidas por I. B. Lavner en su libro Kol Agadoth Israel (Todas las Leyendas de Israel), cuando Enoc fue llamado a la casa del Señor, un caballo de fuego vino a recogerlo. 

En la época, el patriarca predicaba virtud al pueblo. Cuando el pueblo vio el caballo flamante descendiendo del cielo, pidió una explicación a Enoc, que habló: "Sepan que llegó la hora de dejarlos y subir a los cielos". 

Pero, cuando él comenzó a montar el caballo, el pueblo se rechazó a dejarlo partir y lo siguió por doquier durante una semana.

"Entonces, el séptimo día, un coche de fuego estirado por ángeles y caballos flamantes descendió y arrebató Enoc."

Mientras el patriarca subía, los ángeles se quejaron al Señor:

"¿Cómo puede un hombre nacido de mujer ascender a los cielos?"

Dios destacó la piedad y devoción de Enoc y abrió para él los Portones de la Vida y de la Sabiduría, y lo vistió con una ropa magnífica y una corona luminosa.

Como en otros casos, las referencias más críticas en las escrituras muchas veces sugieren que el antiguo redactor partía de la hipótesis de que el lector conocía otros textos más detallados sobre el tema en cuestión. 

Existen hasta menciones específicas a esos escritos - el "Libro de la Virtud" o "El Libro de las Guerras de Yahvé" - que deben haber realmente existido, pero se perdieron en el tiempo. 

En el caso de Enoc, el Nuevo Testamento amplía una afirmación crítica de que el patriarca fue "llevado" por Dios "a fin de escapar de la muerte", mencionando un Testimonio de Enoc, escrito o dictado por él antes de ser "arrebatado" para la inmortalidad. (Hebreos, 11:5.) 

Se considera que la Epístola de San Judas, 14, hablando de las profecías de Enoc, hace referencias a textos escritos por el patriarca.

Varios escritos cristianos a lo largo de los siglos también contienen insinuaciones o referencias similares. De hecho, circulan por el mundo, desde el siglo II a.C., diferentes versiones de un Libro de Enoc.

Cuando los manuscritos fueron estudiados el siglo XIX, los eruditos concluyeron que ellos provenían básicamente de dos fuentes. 

La primera, identificada como I Enoc y llamada como Libro Etíope de Enoc, es la traducción para el griego de un original en hebraico o arameo. 

La otra, llamada II Enoc, es una traducción eslávica de un original griego cuyo título completo era El Libro de los Secretos de Enoc. The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament (Los Apócrifos y Pseudoepígrafes del Viejo Testamento), que R. H. Charles comenzó a publicar en 1913, aún es la principal traducción de los libros de Enoc y otros escritos primitivos que fueron excluidos del Viejo y Nuevo Testamentos canonizados.

Escrito en primera persona, El Libro de los Secretos de Enoc comienza en una hora precisa y en un lugar determinado. 

El primero día del primer mes del 365º. Año, yo estaba sólo en mi casa, reposando en mi lecho, y adormecí... 

Entonces surgieron delante de mí dos hombres muy altos, como yo jamás viera en la Tierra. Tenían el rostro brillante como el sol, los ojos eran como candelas y fuego salía de sus labios. Las ropas que usaban parecían de perlas, los pies eran morados. 

Sus alas eran más brillantes que el oro y las manos más blancas que la nieve. Ellos estaban junto a la cabecera y me llamaron por el nombre.

Como Enoc dormía cuando esos extraños llegaron, él insiste en registrar que ahora estaba despierto: "Vi claramente esos hombres parados delante de mí". 

El patriarca los saludó, asustado, pero los dos lo tranquilizaron: Alégrate, Enoc, no te asustes.

El Dios Eterno nos mandó aquí y hoy tú ascenderás con nosotros al cielo.

Los dos entonces dijeron a Enoc que despertara a su familia y los criados, dándoles órdenes para no buscarlo "hasta que el Señor te devuelva a ellos". 

El patriarca obedeció, aprovechando la oportunidad para instruir sus hijos sobre el camino de la virtud.

Entonces llegó la hora de la partida: 

Cuando terminé de hablar con mis hijos, los dos hombres me
llamaron, me tomaron en sus alas y me colocaron en las nubes;
y he ahí que las nubes se movieron... Subiendo más, vi el aire y,
más alto aún, el espacio celeste. Inicialmente ellos me pusieron
en el Primer Cielo y me mostraron un mar inmenso mayor que el
terrestre.

Ascendiendo al cielo en "nubes que se movían", Enoc fue transportado para el Primer Cielo, donde "doscientos ángeles gobiernan las estrellas", y enseguida para el sombrío Segundo Cielo. 

De ahí él fue para el Tercero, donde le mostraron: 

Un jardín agradable a la vista, bellos y perfumados árboles y
frutos. En medio de él queda un Árbol de la Vida - en el lugar 
donde Dios reposa cuando viene al paraíso.

Impresionado con la magnificencia del árbol, Enoc intenta describir el Árbol de la Vida con las siguientes palabras: "El es más bello que cualquier cosa ya creada; en todos sus lados parece hecho de oro y carmesí, y es transparente como el fuego".

De las raíces salían cuatro ríos que vertían miel, leche, vino y aceite, y ellos descendían de ese paraíso celeste para el Jardín del Edén haciendo una vuelta en torno a la Tierra. 

Ese Tercer Cielo y su Árbol de la Vida eran guardados por trescientos ángeles "muy gloriosos" y era allí que quedaba situado el Lugar de los Justos y el Lugar Terrible, donde los malos sufrían torturas.

Subiendo para el Cuarto Cielo, Enoc pudo ver los luminares y varias criaturas formidables, además de la Hueste del Señor. 

En el Quinto Cielo, más "huestes"; en el Sexto, "bandos de ángeles que estudian la revolución de las estrellas". Alcanzando el Séptimo Cielo, donde los mayores ángeles andaban apresuradamente de un lado para el otro, Enoc vio Dios - "de lejos" - sentado en su trono.

Los dos hombres alados y su nube movible colocaron al patriarca en la frontera del Séptimo Cielo y partieron. Por eso, el Señor mandó el ángel Gabriel a recogerlo para traerlo su Presencia.

Durante 33 días Enoc fue instruido sobre toda la sabiduría y eventos del pasado y el futuro. Después de ese periodo, un ángel "con fisonomía muy fría" lo devolvió a la Tierra. 

En el total, Enoc se quedó sesenta días ausente de la Tierra. Sin embargo, ese retorno sólo se le dio para poder enseñar a los hijos las leyes y mandamientos. 

Treinta días después, el patriarca fue nuevamente llevado para el cielo - esta vez para siempre.

Escrito tanto en la forma de testamento personal como en la de una reseña histórica, el Libro Etíope de Enoc, cuyo título primitivo probablemente era Palabras de Enoc, describe no sólo los viajes para el cielo sino también una jornada por los cuatro puntos de la Tierra. 

Mientras viajaba "para los confines norte de la Tierra", el patriarca avistó "un grande y glorioso artefacto", cuya naturaleza no es descrita, y en ese lugar, así como en los confines este de la Tierra, vio "tres portales del cielo dentro del cielo", a través de los cuáles soplaban granizo y nieve, frío y helada."

De ahí fui para los confines sur de la Tierra" y allá, por los portales del cielo, salían el rocío y la lluvia. 

Enseguida, Enoc fue a ver los portales occidentales, a través de los cuales pasaban las estrellas siguiendo su curso.

Sin embargo, los principales misterios y secretos del pasado y futuro sólo fueron revelados la Enoc cuando él llegó "por la mitad de la Tierra" y para el este y oeste de ese punto. 

El "medio de la Tierra" era el lugar del futuro Templo Sagrado de Jerusalén.

En su viaje para el este de ese lugar, Enoc llegó al Árbol del Conocimiento y, hacia el oeste, le fue mostrado el Árbol de la Vida.

En la jornada para el este, Enoc pasó por montañas y desiertos, vio cursos de agua saliendo de picos rocosos cubiertos de nieve y hielo ("agua que no corre") y más árboles perfumados. 

Siguiendo cada vez más para el este, se encontró sobre las montañas que rodean el mar de Eritreo (mar Rojo y el mar de Arabia) y, prosiguiendo, pasó por Zotrel, el ángel que guardaba la entrada del paraíso, y entró en el Jardín de la Virtud. 

Allá, entre muchos árboles magníficos, avistó el Árbol del Conocimiento. Era alto como un pino, con hojas parecidas a la de la alfarrobeira y frutos como los rizos de una vid. 

El ángel que acompañaba a Enoc confirmó que aquél era exactamente el árbol cuyo fruto Adán y Eva habían comido antes de que fueran expulsos del Jardín del Edén.

En su viaje para el oeste, Enoc llegó la "una cadena de montañas de fuego, que ardían día y noche". Más además, llegó a un lugar cercado por seis montañas separadas por "ravinas arduas y profundas". 

Una séptima montaña se elevaba entre ellas "pareciendo un trono, toda cercada de árboles aromáticos; entre ellas había uno cuyo perfume yo jamás hube sentido... y sus frutos eran como los dátiles de una palmera".

El ángel que acompañaba Enoc explicó que la montaña del medio era el trono "donde el Gran Santo, el Señor de la Gloria, el Rey Eterno irá a sentarse cuando viniera a la Tierra". 

Y acerca del árbol, cuyos frutos parecían dátiles, dijo:

Cuanto al árbol perfumado, ningún mortal tiene permiso de
tocarlo hasta el
Gran Juicio...Sus frutos serán alimento para los electos...
Su aroma estará en sus huesos
Y ellos tendrán vida larga en la Tierra.

Fue durante esos viajes que Enoc vio "que los ángeles recibían largos cordones, que cojan sus alas y que partan para el norte".

Cuando preguntó lo que estaba aconteciendo, el ángel acompañante habló: "Ellos partieron para medir... traerán las medidas de los justos para los justos y las cuerdas de los justos para los justos... todas esas medidas revelarán los secretos de la Tierra". 

Terminado el viaje a todos los lugares secretos de la Tierra, llegó la hora de Enoc para partir al cielo. 

Y, como otros después de él, fue llevado para una "montaña cuya cumbre alcanzaba el cielo" y para un País de las Tinieblas.

Y ellos (los ángeles) me llevaron a un lugar donde los que allá
estaban eran como fuego flamante y, cuando deseaban,
aparecían como hombres.
Y ellos me llevaron hacia un lugar de tinieblas y para una
montaña cuyo pico llegaba al cielo.
Y yo vi la cámara de los luminares, los tesoros de las estrellas y
del trueno en las grandes profundidades, donde había un arco y
flechas flamantes con su
aljaba, una espada flamante y todos los rayos.

En el caso de Alexander, en esa etapa crucial de la jornada la inmortalidad escapó de sus manos porque él fué a buscarla contrariando su destino. 

Sin embargo, Enoc, como los faraones después de él, viajaba bajo la bendición divina. Así, en ese punto fue considerado digno de proseguir y por eso "ellos me llevaron al Agua de la Vida".

Continuando enfrente, el patriarca llegó a la Casa de Fuego:

Entré hasta aproximarme a una pared hecha de cristales y
cercada de lenguas de fuego, lo que me causó miedo.
Avancé por entre las llamaradas y llegué cerca de una gran casa
hecha de cristales. Las paredes y el piso eran un mosaico
de cristal. El techo parecía el camino de las estrellas y de los
rayos, y entre ellos se cernían flamantes querubines y su cielo
era como agua.
Un fuego resplandeciente cercaba las paredes y los portales
ardían con fuego.
Entré en esa casa y ella era caliente como el fuego y fría como
el hielo...Miré hacia dentro de ella y vi un imponente trono.
Parecía de cristal y sus ruedas eran como el sol brillante, y
hubo la aparición de querubines.
Y, por abajo del trono salían ríos de fuego, de modo que no pude
mirar atrás de él.

Después de alcanzar el "Río de Fuego", Enoc fue llevado hacia lo alto. Entonces pudo ver toda la Tierra - "las desembocaduras de todos los ríos de la Tierra... todos los marcos de frontera de la Tierra... y los vientos cargando las nubes". 

Subiendo más, se quedó donde los vientos que estiran las bóvedas de la Tierra y tienen su estación entre el cielo y la Tierra. 

Vi los vientos del cielo que giran y traen la circunferencia del Sol y de todas las estrellas. Siguiendo "los caminos de los ángeles", Enoc llegó a un punto del "firmamento del cielo arriba", desde el cuál pudo ver "el fin de la Tierra".

De ese lugar, consiguió avistar la expansión de los cielos y "siete estrellas como grandes montañas centelleantes", "siete montañas de magníficas piedras". 

Del punto donde observaba esos cuerpos celestiales, "tres quedaban para el este, en la región del fuego celeste", y fue allí que el patriarca vio "columnas de fuego" subiendo y bajando, erupciones "además de cualquier medida, tanto en anchura como largura". 

En el otro lado, los tres cuerpos celestiales estaban "para el sur" y allá Enoc vio "un abismo, un lugar sin firmamento del cielo sobre él y ninguna tierra firme debajo... un vacío, un lugar preocupante". 

Cuando pidió una explicación al ángel que lo transportaba, oyó: "Allá los cielos fueron completados... es el fin del cielo y de la Tierra, una prisión para las estrellas y huestes del cielo".

La estrella del medio "llegaba al cielo como el trono de Dios". Daba la impresión de ser de alabastro "y la cúpula del trono parecía hecha de zafiro". La estrella era como "un fuego flamante".

Continuando el relato sobre su viaje a los cielos, Enoc dice: "Proseguí hasta donde las cosas eran caóticas y allá vi algo terrible". 

Lo que lo impresionó fueron "estrellas del cielo amarradas unas a las otras". El ángel explicó: "Son las estrellas del cielo que transgredieron el mandamiento del Señor y están presas aquí hasta que pasen 10 mil años ".

El patriarca entonces concluye su historia: "Y yo, Enoc, solo vi la visión, el fin de todas las cosas, y ningún hombre los verá como yo". 

Después de recibir todo tipo de sabiduría en el reino celestial, él fue devuelto a la Tierra para transmitir esas enseñanzas a los otros hombres. Por un periodo de tiempo no especificado, "Enoc permaneció escondido y ningún hijo de hombre sabía donde él vivía o lo que había sido de él". 

Sin embargo, cuando el diluvio se aproximaba, Enoc escribió sus enseñanzas y aconsejó a su bisnieto Noé ser virtuoso y digno de salvación.

Cumplida esa obligación, el patriarca una vez más "fue elevado de entre aquellos que habitaban la Tierra. Él fue cargado para lo alto en la Carroza de los Espíritus y desapareció entre ellos".




+++

No hay comentarios:

Publicar un comentario