sábado, 3 de octubre de 2015
Parte 14: CUANDO LOS DIOSES HUYERON DE LA TIERRA
El 12avo Planeta.
ZECHARIA SITCHIN
1976, Nueva York, USA.
¿Qué fue aquel Diluvio, cuyas furiosas aguas barrieron la Tierra?
Algunos lo explican en términos de las inundaciones anuales de la llanura Tigris-Eufrates.
Conjeturan que una de tales inundaciones pudo ser especialmente severa.
Campos y ciudades, hombres y animales fueron barridos por la crecida de las aguas, y los pueblos primitivos, viendo el acontecimiento como un castigo de los dioses, propagaron la leyenda del Diluvio.
En uno de sus libros, Excavations at Ur, Sir Leonard Woolley relata que, en 1929, cuando los trabajos en el Cementerio Real de Ur estaban tocando a su fin, los trabajadores hicieron un pequeño pozo en un montículo cercano, cavando a través de una masa de cerámica rota y de cascotes de ladrillo.
Casi un metro más abajo, llegaron a un nivel de barro endurecido, algo que, habitualmente, marca el punto donde una civilización ha comenzado.
Pero, ¿es que milenios de vida urbana sólo habían dejado un metro de estratos arqueológicos?
Sir Leonard les pidió a los trabajadores que cavaran todavía más.
Entonces profundizaron otro metro y, luego, metro y medio más.
Seguían sacando «suelo virgen» barro sin rastros de habitación humana.
Pero, después de cavar a través de casi tres metros y medio de cieno y barro seco, los trabajadores llegaron a un estrato en el que empezaron ya a encontrarse trozos de cerámica verde e instrumentos de sílex.
¡Una civilización más antigua había sido enterrada bajo tres metros y medio de bario!
Sir Leonard se metió en el hoyo de un salto y examinó la excavación.
Llamó a sus ayudantes, en busca de opiniones. Nadie tenía una teoría plausible.
Después, la esposa de Sir Leonard dijo casi por casualidad: «¡Pero, si está claro, es el Diluvio!».
Sin embargo, otras delegaciones arqueológicas en Mesopotamia dudaron de esta maravillosa intuición.
El estrato de barro donde no había rastros de habitación indicaba, efectivamente, una inundación.
Pero, mientras los depósitos de Ur y al-'Ubaid sugerían la inundación entre el 3500 y el 4000 a.C, un depósito similar descubierto posteriormente en Kis se estimó que se había formado en los alrededores del 2800 a.C. La misma fecha (2800 a.C.)
se estimó para unos estratos de barro encontrados en Erek y en Shuruppak, la ciudad del Noé sumerio.
En Nínive, los excavadores encontraron, a una profundidad de 18 metros, nada menos que trece estratos alternos de barro y arena ribereña, datados entre el 4000 y el 3000 a.C.
Por tanto, la mayoría de los estudiosos creen que lo que Woolley encontró fueron los rastros de varias inundaciones locales, algo frecuente en Mesopotamia, donde las ocasionales lluvias torrenciales y las crecidas de los dos grandes ríos y sus frecuentes cambios de curso causan tales estragos. En cuanto a los diferentes estratos de barro, los expertos han llegado a la conclusión de que no pertenecen a una gran calamidad, como debió ser el monumental acontecimiento prehistórico que conocemos como el Diluvio.
El Antiguo Testamento es una obra maestra de brevedad y precisión.
Las palabras siempre están muy bien elegidas para expresar los significados precisos; los versículos, relevantes; su orden, intencionado; su longitud, la necesaria.
La totalidad de la historia de la Creación hasta la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén se cuenta en 80 versículos.
La relación completa de Adán y su linaje, aun con el relato diferenciado de Caín y su linaje, y Set, Enós y su linaje, se trata en 58 versículos.
Pero el relato de la Gran Inundación mereció nada menos que 87 versículos.
Era, bajo cualquier criterio editorial, la «historia principal».
No era un mero acontecimiento local, fue una catástrofe que afectó a toda la Tierra, a toda la Humanidad.
Los textos mesopotámicos afirman con claridad que «los cuatro rincones de la Tierra» se vieron afectados.
Como tal, fue un punto crucial en la prehistoria de Mesopotamia.
Estaban los acontecimientos, las ciudades y la gente de antes del Diluvio, y los acontecimientos, las ciudades y la gente de después del Diluvio.
Estaban todos los hechos de los dioses y el Reino que habían hecho descender del Cielo antes de la Gran Inundación, y el curso de los acontecimientos humanos y divinos cuando el Reino fue bajado de nuevo a la Tierra después de la Gran Inundación.
Era la gran divisoria del tiempo.
No sólo las largas listas de reyes, sino también los textos relativos a reyes individuales y a su ascendencia hacían mención al Diluvio.
En uno, por ejemplo, perteneciente a Ur-Ninurta, se recordaba el Diluvio como un acontecimiento remoto en el tiempo:
En aquel día, en aquel remoto día,
en aquella noche, en aquella remota noche,
en aquel año, en aquel remoto año
cuando el Diluvio tuvo lugar.
El rey asirio Assurbanipal, un mecenas de las ciencias que amasó una inmensa biblioteca de tablillas de arcilla en Nínive, declaró en una de sus inscripciones conmemorativas que él había encontrado y había sido capaz de leer «inscripciones en piedra de antes del Diluvio». En un texto acadio, en el que se habla de los nombres y su origen, se explica que hay una lista de nombres «de reyes de después del Diluvio».
Un rey era ensalzado por ser «de simiente preservada desde antes del Diluvio».
Y diversos textos científicos citan como fuente «los sabios de antaño, de antes del Diluvio».
No, el Diluvio no fue un acontecimiento local o una inundación periódica.
Fue, según todos los relatos, un acontecimiento de una magnitud sin precedentes que sacudió la Tierra, una catástrofe que ni el Hombre ni los dioses habían experimentado hasta entonces, ni han experimentado después.
Los textos bíblicos y mesopotámicos que hemos examinado hasta ahora dejan unos cuantos misterios por resolver.
¿Qué terrible experiencia sufrió la Humanidad, que hizo que a Noé se le llamará «Respiro», con la esperanza de que su nacimiento señalara el fin de las penurias? ¿Cuál era el «secreto» que los dioses juraron guardar, y del que se acusó a Enki de haberlo desvelado? ¿Por qué el lanzamiento de un vehículo espacial desde Sippar fue la señal para que Utnapistim entrara y sellara el arca? ¿Dónde estuvieron los dioses mientras las aguas cubrían hasta la más alta de las montañas? ¿Y por qué valoraron tanto el sacrificio de carne asada que hizo Noé/Utnapistim?
A medida que vayamos descubriendo las respuestas a éstas y otras preguntas, veremos que el Diluvio no fue un castigo premeditado, producido por los dioses por voluntad propia. Descubriremos que, aunque el Diluvio fue un acontecimiento previsible, también fue inevitable, una calamidad natural en la cual los dioses no representaron un papel activo, sino pasivo.
También mostraremos que el secreto que los dioses juraron no revelar era una conspiración contra la Humanidad, consistente en reservarse la información que tenían respecto a la próxima avalancha de agua, de modo que, mientras los nefilim se salvaban, la Humanidad pereciera.
Gran parte de los conocimientos que tenemos ahora sobre el Diluvio y los acontecimientos que lo precedieron provienen del texto «Cuando los dioses».
En él, el héroe del Diluvio se llama Atra-Hasis.
En el fragmento sobre el Diluvio que hay en «La Epopeya de Gil-gamesh», Enki llama a Utnapistim «extremadamente sabio», que es lo que, en acadio, significa atra-hasis.
Los expertos tenían la teoría de que los textos en los que Atra-Hasis es el héroe podían formar parte de una historia anterior del Diluvio, concretamente sumeria. Con el tiempo, se descubrieron las suficientes tablillas babilonias, asirías, cananeas e, incluso, sumerias originales como para permitir un importante reensamblaje de la epopeya de Atra-Hasis, un trabajo maestro cuyos principales artífices fueron W. G. Lambert y A. R. Millard
(Atra-Hasis: The Babylonian Story of the Flood).
Tras describir el duro trabajo de los anunnaki, su motín y la subsiguiente creación del Trabajador Primitivo, la epopeya relata cómo comenzó el Hombre a procrear y a multiplicarse (cosa que también sabemos por la versión bíblica).
Con el tiempo, la Humanidad empezó a disgustar a Enlil.
La tierra se extendía, la gente se multiplicaba;
en la tierra, como toros salvajes yacían.
El dios se molestó con sus uniones;
el dios Enlil oía sus declaraciones,
y dijo a los grandes dioses:
«Las declaraciones de la Humanidad se han hecho agobiantes;
sus uniones no me dejan dormir».
Entonces, Enlil -una vez más, en el papel de perseguidor de la Humanidad- ordenó un castigo.
Ahora, uno esperaría leer algo sobre la llegada del Diluvio, pero no.
Sorprendentemente, Enlil no llegaba siquiera a mencionar un Diluvio ni ninguna ordalía acuática similar.
En vez de esto, pidió que se diezmara a la Humanidad con la peste y otras enfermedades.
Las versiones acadia y asiria de la epopeya hablan de los «dolores, mareos, resfriados, fiebre», así como de las «enfermedades, plagas y peste» que afligieron a la Humanidad y a su ganado después de la petición de Enlil de un castigo.
Pero los planes de Enlil no funcionaron.
Resultó que «el que era extremadamente sabio» - Atra-Hasis- era alguien especialmente cercano al dios Enki.
Contando su propia historia en algunas de las versiones, dice: «Yo soy Atra-Hasis; vivía en el templo de Ea, mi señor».
Con «su mente atenta a su Señor Enki», Atra-Hasis apeló a él para que desmontara el plan de su hermano Enlil:
«Ea, Oh Señor, la Humanidad gime;
la furia de los dioses consume la tierra.
¡Y, sin embargo, tú eres el que nos ha creado!
¡Que cesen los dolores, los mareos,
los resfriados, la fiebre!».
Hasta que no se encontraron más tablillas rotas, no supimos cuál había sido el consejo de Enki.
Éste dijo algo de «...que aparezca en la tierra».
Fuera lo que fuera, funcionó. Poco después, Enlil se quejó amargamente a los dioses de que «la población no ha disminuido; ¡son más numerosos que antes!».
Entonces, se puso a esbozar el exterminio de la Humanidad a través del hambre.
«¡Que se le corten los suministros a la gente; que sus vientres carezcan de frutas y vegetales!»
La hambruna tenía que acaecer a través de las fuerzas de la naturaleza, por escasez de lluvia y falta de irrigación.
Que las lluvias del dios de la lluvia se retengan arriba; abajo, que las aguas no salgan de sus fuentes.
Que el viento sople y reseque el suelo;
que las nubes se espesen, pero que retengan su aguacero.
Incluso las fuentes de alimentación marinas tenían que desaparecer. A Enki se le ordenó que «pasara el cerrojo y atrancara el mar», y que «guardara» sus alimentos lejos de la gente.
La sequía no tardó en difundir la devastación.
Desde arriba, el calor no era...
Abajo, las aguas no surgían de sus fuentes.
La matriz de la Tierra no daba frutos;
la vegetación no crecía...
Los negros campos se hicieron blancos;
la amplia llanura se asfixió con sal.
La hambruna resultante causó estragos entre la gente, y la situación fue empeorando con el paso del tiempo.
Los textos mesopotámicos hablan de una devastación creciente a lo largo de seis sha-at-tam's, un término que algunos traducen como «años», pero que literalmente significa «pasos»-, y, como la versión asiria aclara, «un año de Anu»:
Durante un sha-at-tam ellos comieron la hierba de la tierra.
Durante el segundo sha-at-tam sufrieron la venganza.
El tercer sha-at-tam llegó;
sus rasgos se vieron alterados por el hambre,
sus rostros estaban incrustados...
estaban viviendo al borde de la muerte.
Cuando el cuarto sha-at-tam llegó,
sus rostros parecían verdes;
caminaban encorvados por las calles;
su ancho [¿hombros?] se hizo estrecho.
Para el quinto «paso», la vida humana comenzó a deteriorarse. Las madres cerraban las puertas a sus propias hijas hambrientas.
Las hijas espiaban a sus madres para ver si ocultaban comida. Para el sexto «paso», había un canibalismo desenfrenado.
Cuando el sexto sha-at-tam llegó
se preparaban a la hija para la comida;
al hijo se preparaban como alimento...
Una casa devoraba a la otra.
Los textos hablan de la insistente intercesión de Atra-Hasis ante su dios Enki.
«En la casa de su dios... puso el pie;... todos los días lloraba, trayendo oblaciones por la mañana... invocaba el nombre de su dios», buscando la ayuda de Enki para detener la hambruna.
Sin embargo, Enki debía sentirse ligado a la decisión de las otras deidades, pues, en un primer momento, no respondió.
Es bastante posible que, incluso, se ocultara de su fiel adorador, que dejara el templo y saliera a navegar por sus amados pantanos.
«Cuando el pueblo estaba viviendo al filo de la muerte», Atra-Hasis «puso su lecho de cara al río». Pero no hubo respuesta.
La visión de una Humanidad hambrienta y desintegrada, de padres que se comían a sus propios hijos, trajo finalmente lo inevitable: otro enfrentamiento entre Enki y Enlil. En el séptimo «paso», cuando los hombres y las mujeres que quedaban eran «como fantasmas de los muertos», recibieron un mensaje de Enki.
«Haced un gran ruido en la tierra», dijo. Enviad heraldos que ordenen a toda la gente: «No veneréis a vuestros dioses, no recéis a vuestras diosas».
¡Que haya desobediencia total!
Bajo la tapadera de este alboroto, Enki planeaba una acción más concreta.
Los textos, bastante fragmentados en este punto, desvelan que Enki convocó una asamblea secreta de «ancianos» en su templo.
«Ellos entraron... tomaron consejo en la Casa de Enki».
En primer lugar, Enki se exoneró contándoles lo mucho que se había opuesto a los actos de los demás dioses.
Después, esbozó un plan de acción que, de algún modo, tenía que ver con su mando sobre los mares y el Mundo Inferior.
Podemos recoger los detalles clandestinos del plan a partir de unos versículos fragmentarios:
«Por la noche... después de que él...» alguien tenía que estar «a la orilla del río» a determinada hora, quizás para esperar el regreso de Enki desde el Mundo Inferior.
De allí, Enki «trajo a los guerreros del agua» -quizás también algunos de los terrestres que eran Trabajadores Primitivos en las minas.
En el momento acordado, se cursaron las órdenes: «¡Vamos!... la orden...»
A pesar de todas las líneas que se han perdido, podemos suponer lo que sucedió a partir de la reacción de Enlil.
«Estaba lleno de ira».
Convocó la Asamblea de Dioses y envió a su alguacil para que trajera a Enki.
Después, se levantó y acusó a su hermano de romper los planes de vigilancia y contención:
Todos nosotros, Grandes Anunnaki,
llegamos juntos a una decisión...
Ordené que, en el Pájaro del Cielo,
Adad vigilaría las regiones superiores;
que Sin y Nergal vigilarían
las regiones medias de la Tierra;
que el cerrojo, la barrera del mar,
tú [Enki] vigilarías con tus cohetes.
¡Pero tú has dejado pasar provisiones para la gente!
Enlil acusó a su hermano de romper el «cerrojo del mar». Pero Enki negó que aquello hubiera ocurrido con su consentimiento:
El cerrojo, la barrera del mar,
guardé con mis cohetes.
[Pero] cuando... escapó de mí...
una miríada de pescado... desapareció;
ellos rompieron el cerrojo...
ellos mataron a los guardianes del mar.
Enki afirmó que había capturado a los culpables y que los había castigado, pero Enlil no se dio por satisfecho.
Pidió que Enki «dejara de alimentar a su gente», que ya no suministrara «raciones de cereales con las que la gente rebosa de salud».
La reacción de Enki fue asombrosa:
El dios se hartó de la sesión;
en la Asamblea de los Dioses,
la risa le venció.
Podemos imaginarnos el pandemónium que se organizó. Enlil estaba furioso.
Hubo acalorados intercambios con Enki y gritos.
«¡No deja de calumniar!» Cuando la Asamblea recuperó por fin el orden, Enlil recuperó la palabra de nuevo.
Les recordó a sus colegas y subordinados que había sido una decisión unánime.
Hizo un repaso de los acontecimientos que habían llevado a la creación del Trabajador Primitivo, y recordó las muchas veces que Enki había «roto la norma».
Pero, dijo, aún había una posibilidad para condenar a la Humanidad.
Una «inundación exterminadora» estaba al caer.
La catástrofe que se avecinaba debía mantenerse en secreto, a resguardo del pueblo.
Pidió a los miembros de la Asamblea que se comprometieran a guardar el secreto y, lo que es más importante, que «el príncipe Enki se comprometa con un juramento».
Enlil abrió la boca para hablar
y se dirigió a la Asamblea de todos los dioses:
«¡Vamos, todos, y prestemos juramento
sobre la Inundación Exterminadora!».
Anu juró primero;
Enlil juró; sus hijos juraron con él.
Al principio, Enki se negó a prestar juramento. «¿Por qué me quieres comprometer con un juramento?», preguntó. «¿Acaso voy a levantar mis manos contra mis propios humanos?»
Pero, al final, fue obligado a pronunciar el juramento.
Uno de los textos dice, específicamente, «Anu, Enlil, Enki y Ninhursag, los dioses del Cielo y la Tierra, han prestado juramento».
La suerte estaba echada.
¿Cuál fue el juramento al que se comprometió Enki?
Tal como decidió interpretarlo, Enki juró que no revelaría al pueblo el secreto del Diluvio que se avecinaba; pero, ¿acaso no podía contárselo a una pared?
Hizo que Atra-Hasis fuera al templo, e hizo que se pusiera detrás de un biombo.
Después, Enki fingió que hablaba con el biombo, no con su devoto terrestre.
«Biombo de junco», dijo:
«Presta atención a mis instrucciones.
En todos los lugares habitados, sobre las ciudades,
una tormenta asolará.
Ésa será la destrucción de la simiente de la Humanidad...
Éste es el último fallo,
la palabra de la Asamblea de los dioses,
la palabra dicha por Anu, Enlil y Ninhursag».
(Este subterfugio explica el argumento que expondría Enki más tarde, cuando se descubrió que Noé/Utnapistim había sobrevivido, al decir que él no había roto su juramento -al decir que aquel terrestre «extremadamente sabio», (atra-hasis), había descubierto el secreto del Diluvio por sí mismo, a través de la correcta interpretación de los signos.)
Existen sellos en los que se ve a un asistente sosteniendo el biombo mientras Ea -como Dios Serpiente- revela el secreto a Atra-Hasis.
El consejo que le dio Enki a su fiel sirviente fue que construyera una nave, pero éste le dijo: «Yo nunca he construido un barco... hazme un plano en el suelo para que pueda verlo», y entonces Enki le dio las instrucciones precisas sobre las medidas que debía tener y sobre su construcción.
Acostumbrados a las historias bíblicas, nos imaginamos el «arca» como un barco muy grande, con cubiertas y superestructuras.
Pero el término bíblico "teba" proviene de la raíz «hundido», por lo que hay que llegar a la conclusión de que Enki le dio instrucciones a su Noe para que construyera un barco sumergible, un submarino.
El texto acadio dice que Enki hablaba de un barco «techado por encima y por debajo», herméticamente sellado con «brea dura».
No tenían que haber cubiertas ni aberturas, «de modo que el sol no viera el interior».
Tenía que ser un barco «como un barco del Apsu», un Sulili; y éste es el término que se utiliza en la actualidad, en hebreo, Soleleth, para identificar un submarino.
«Que el barco», dijo Enki, «sea un MA.GUR.GUR» -«un barco que pueda darse la vuelta y caer».
Lo cierto es que sólo un barco así podía haber sobrevivido a una avalancha de aguas tan arrolladora.
La versión de Atra-Hasis, al igual que las demás, reitera que, aunque la calamidad estaba a siete días vista, la gente no era consciente de lo que se avecinaba.
Atra-Hasis utilizó la excusa de que la «nave del Apsu» que estaba construyendo le iba a permitir ir a la morada de Enki, evitando así la ira de Enlil.
Y la excusa fue aceptada sin más, pues las cosas estaban realmente mal.
El padre de Noé había tenido la esperanza de que su nacimiento señalara el fin del largo tiempo de sufrimiento que habían padecido.
El problema del pueblo era la sequía -la ausencia de lluvia, la escasez de agua.
¿Quién, en su sano juicio, habría pensado que estaba a punto de perecer en una avalancha de agua?
No obstante, aunque los seres humanos no podían leer las señales, los nefilim sí que podían.
Para ellos, el Diluvio no era un acontecimiento repentino; aunque era inevitable, ellos detectaron su llegada.
El plan de los dioses para destruir a la Humanidad ya no descansaba en un papel activo, sino pasivo.
Ellos no provocaron el Diluvio; ellos, simplemente, se confabularon para que los terrestres no se enteraran de su llegada.
Sin embargo, conscientes de la inminente calamidad y de su impacto global, los nefilim tomaron las medidas oportunas para poner a salvo sus pellejos.
Estando la Tierra a punto de ser engullida por las aguas, no tenían más que una dirección de salida: hacia el cielo.
Cuando la tormenta que precedió al Diluvio comenzó a rugir, los nefilim se subieron a su lanzadera y permanecieron en órbita terrestre hasta que las aguas comenzaron a descender.
El día del Diluvio, como mostraremos ahora, fue el día en que los dioses huyeron de la Tierra.
La señal que tenía que esperar Utnapistim para reunirse con los demás en el arca y sellarla era ésta:
Cuando Shamash,
que da la orden del temblor al anochecer,
haga caer una lluvia de erupciones-
¡sube a bordo del barco
y atranca la entrada!
Como sabemos, Shamash tenía a su cargo el espaciopuerto de Sippar.
No nos cabe la menor duda de que Enki dio instrucciones a Utnapistim para que vigilara la primera señal de lanzamientos espaciales en Sippar.
Shuruppak, que es donde vivía Utnapistim, estaba sólo a 18 beru (unos 180 kilómetros) al sur de Sippar.
Dado que los lanzamientos debían tener lugar al anochecer, no habría problemas para ver la «lluvia de erupciones» que harían «caer» las naves espaciales.
Aunque los nefilim estaban preparados para el Diluvio, su llegada fue una experiencia aterradora.
«El ruido del Diluvio... hizo temblar a los dioses».
Pero, cuando llegó el momento de dejar la Tierra, los dioses, «dando la vuelta, ascendieron a los cielos de Anu».
La versión asiría de Atra-Hasis dice que los dioses utilizaron el rukub ilani («carro de los dioses») para escapar de la Tierra.
«Los Anunnaki elevaron» sus naves espaciales, como antorchas, «iluminando la tierra con su resplandor».
En órbita alrededor de la Tierra, los nefilim vieron una escena de la destrucción que les afectó profundamente.
Los textos del Gilga-mesh nos cuentan que, cuando la tormenta creció en intensidad, no sólo «uno no podía ver a su compañero», sino que «tampoco se podía reconocer a la gente desde los cielos».
Apiñados en su nave espacial, los dioses se, esforzaban por ver lo que estaba sucediendo en el planeta del cual acababan de despegar.
Los dioses se encogieron como perros,
se agacharon contra la pared exterior.
Ishtar gritó como una mujer de parto:
«Los días de antaño se han convertido en barro»....
Los dioses anunnaki lloraban con ella.
Los dioses, abatidos todos, se sentaron y lloraron;
tenían los labios apretados... uno y todos.
Los textos de Atra-Hasis repiten el mismo tema. Los dioses, mientras huían, pudieron ver la destrucción también.
Pero la situación dentro de sus propias naves tampoco era muy estimulante.
Parece ser que tuvieron que repartirse entre varias naves espaciales; la Tablilla III de la epopeya de Atra-Hasis describe las condiciones a bordo de una nave donde los anunnaki compartían alojamiento con la Diosa Madre.
Los Anunnaki, grandes dioses,
se fueron sentando sedientos, hambrientos...
Ninti lloró y dejó salir sus emociones;
lloraba y aliviaba sus sentimientos.
Los dioses lloraban con ella por la tierra.
Ella estaba abrumada por el dolor,
tenía sed de cerveza.
Donde ella se había sentado, se sentaron los dioses llorando;
amontonándose como ovejas en un abrevadero.
Tenían los labios febriles por la sed,
y sufrían retortijones a causa del hambre.
La misma Diosa Madre, Ninhursag, estaba conmocionada por tan completa devastación, y se lamentaba por lo que estaba viendo:
La Diosa vio y lloró...
tenía los labios cubiertos de calenturas...
«Mis criaturas se han convertido como en moscasllenan los ríos como libélulas, el retumbante mar se ha llevado su paternidad».
Pero, ¿cómo podía salvar su propia vida mientras la Humanidad, la que había ayudado a crear, estaba muriendo?
¿Cómo podía haber dejado la Tierra?, se preguntaba.
«¿Debo ascender al Cielo, para residir en la Casa de las Ofrendas, donde Anu, el Señor, me ha ordenado ir?»
Las órdenes de los nefilim eran claras: abandonad la Tierra, «ascended al Cielo».
Fue la vez en la que el Duodécimo Planeta estuvo más cerca de la Tierra, dentro del cinturón de asteroides (el «Cielo»), como lo sugiere el hecho de que Anu fuera capaz de asistir personalmente a las cruciales conversaciones que tuvieron lugar poco antes del Diluvio.
Enlil y Ninurta -acompañados quizás por la élite de los anunnaki, aquellos que habían ocupado Nippurestaban en una nave espacial, planeando, sin duda, volver a encontrarse con la nave principal.
Pero los demás dioses no estaban tan resueltos.
Obligados a abandonar la Tierra, se habían dado cuenta, de pronto, del apego que habían llegado a sentir por el planeta y por sus habitantes.
En una nave, Ninhursag y su grupo de anunnaki debatían los méritos de las órdenes que había dado Anu.
En otra, Ishtar gritaba: «Los días de antaño se han convertido en barro»; los anunnaki que estaban en su nave «lloraban con ella».
Enki, obviamente, estaba también en otra nave o, de lo contrario, habría descubierto a los demás que se las había ingeniado para salvar la simiente de la Humanidad.
Sin duda, tenía motivos para sentirse menos pesimista, pues las evidencias sugieren que también había planeado el encuentro en el Ararat.
Las versiones antiguas parecen dar a entender que, simplemente, el arca fue llevada hasta la región del Ararat por las aguas torrenciales, que la «tormenta-sur» habría llevado al barco hacia el norte.
Pero los textos mesopotámicos reiteran que Atra-Hasis/Utnapistim llevó consigo un «Barquero» llamado Puzúr-Árnurri («occidental que conoce los secretos»).
A él, el Noé mesopotámico «le cedió la estructura, junto con su contenido» en cuanto se desató la tormenta.
¿Para qué necesitaba a un experimentado navegante, a menos que fuera " para llevar el arca hasta un destino concreto?
Como ya hemos visto, los nefilim utilizaban los picos de Ararat como puntos de referencia desde el principio.
Siendo las cumbres más altas en esa parte del globo, esperarían que fuera lo primero en reaparecer sobre el
manto de agua.
Y, dado que Enki, «El Sabio, el Omnisciente», podía suponer esto, nos atrevemos a conjeturar que dio instrucciones a su sirviente para llevar el arca hacia el Ararat, planeando el encuentro desde un principio.
La versión del Diluvio de Beroso, según la cuenta el griego Abideno, dice:
«Cronos le reveló a Sisithros que iba a haber un Diluvio en el decimoquinto día de Daisios [el segundo mes], y le ordenó que ocultase en Sippar, la ciudad de Shamash, todos los escritos que pudiera. Sisithros llevó a cabo lo que se le dijo, inmediatamente después salió navegando en dirección a Armenia y, acto seguido, sucedió lo que el dios había anunciado».
Beroso repite los detalles referentes a la liberación de las aves.
Cuando Sisithros (que es atra-asis al revés) iba a ser llevado por los dioses a su morada, explicó al resto de la gente del arca que se encontraban en ese momento «en Armenia» y que tenían que volver (a pie) a Babilonia.
En esta versión, no sólo nos encontramos con la relación con Sippar, el espaciopuerto, sino también con la confirmación de que Sisithros recibió instrucciones para «navegar inmediatamente hasta Armenia» -al país del Ararat.
Tan pronto como Atra-Hasis tocó tierra, sacrificó algunos animales y los asó al fuego.
No es de sorprender que los exhaustos y hambrientos dioses «acudieron como moscas a la ofrenda».
De pronto, se dieron cuenta de que el Hombre, el alimento que éste cultivaba y el ganado que criaba eran esenciales.
«Cuando, por fin, Enlil llegó y vio el arca, montó en cólera».
Pero la lógica de la situación y la persuasión de Enki prevalecieron; Enlil hizo las paces con los restos de la Humanidad y se llevó a Atra-Hasis/Utnapistim en su nave a la Morada Eterna de los Dioses.
Otro factor que pudo pesar en la rápida decisión de hacer las paces con la Humanidad pudo ser la progresiva retirada de las aguas del Diluvio y la aparición de tierra seca y de vegetación sobre ella.
Ya hemos visto que los nefilim supieron con antelación que se aproximaba una calamidad; pero aquello era tan singular en su experiencia que temieron que la Tierra quedara inhabitable para siempre.
Cuando aterrizaron en el Ararat, vieron que éste no era el caso.
La Tierra seguía siendo habitable y, pra vivir en ella, necesitarían al hombre.
¿Qué fue aquella catástrofe, previsible pero inevitable?
Una clave importante para desentrañar el misterio del
Diluvio es darse cuenta de que no fue un acontecimiento único y repentino, sino la culminación de una cadena de acontecimientos.
Unas atípicas plagas afectaron a hombres y animales, y una grave sequía precedió a la ordalía de agua; un proceso que duró, según las fuentes mesopotámicas, siete «pasos», o shar's. Estos fenómenos sólo podrían estar justificados por importantes cambios climáticos.
Estos cambios habían estado relacionados con las periódicas glaciaciones y épocas interglaciales que habían dominado el pasado inmediato del planeta.
La reducción de las precipitaciones, el descenso del nivel del agua en mares y lagos, y la desecación de las fuentes de agua subterránea eran las señales de identidad de una glaciación inminente.
Dado que el Diluvio, que terminó abruptamente con estos trastornos, vino seguido por la civilización sumeria y el actual período postglacial, la glaciación en cuestión sólo pudo ser la última.
Nuestra conclusión es que los acontecimientos del Diluvio nos hablan del último período glacial de la Tierra y de su catastrófico final.
Perforando las cubiertas de hielo del Ártico y el Antartico, los científicos han podido medir el oxígeno atrapado en las distintas capas y han podido valorar, a partir de ello, el clima que ha imperado en los últimos milenios.
Las muestras recogidas del fondo de los mares, como, por ejemplo, las recogidas en el Golfo de México, en las que se mide la proliferación o la disminución de vida marina, les permite estimar también las temperaturas de las distintas épocas del pasado.
Basándose en estos descubrimientos, los científicos aseguran ahora que el último período glacial comenzó hace unos 75.000 años y experimentó un minicalentamiento hace unos 40.000 años.
Hace alrededor de 38.000 años, sobrevino un período más duro, más frío y seco.
Y después, hace unos 13.000 años, el período glacial terminó abruptamente, dando entrada a nuestro actual clima suave.
Poniendo en línea la información bíblica y sumeria, nos encontramos con que los momentos duros, la «maldición de la Tierra», comenzó en la época del padre de Noé, Lámek.
Su esperanza en que el nacimiento de Noé («respiro») marcara el fin de las penurias se cumplió de un modo inesperado, a través del catastrófico Diluvio.
Muchos estudiosos creen que los diez patriarcas bíblicos antediluvianos (desde Adán hasta Noé) son, de algún modo, homólogos de /los diez soberanos antediluvianos de las listas de reyes sumerios.
Estas listas no le aplican los títulos divinos de DIN.GIR o EN a los dos últimos de esos diez, y tratan a Ziusundra/Utnapistim y
a su padre, Ubar-Tutu, como hombres.
Los dos últimos son los homólogos de Noé y de su padre, Lámek; y, según las listas sumerias, entre los dos reinaron un total de 64.800 años, hasta que tuvo lugar el Diluvio.
El último período glacial, desde hace 75.000 hasta hace 13.000 años, duró 62.000 años. Dado que las penurias comenzaron cuando Ubar-tutu/Lámek ya estaba reinando, esos 62.000 encajan perfectamente con los 64.800.
Además, las condiciones más duras se prolongaron, según la epopeya de Atra-Hasis, durante siete shar's, es decir, 25.200 años.
Los científicos han descubierto evidencias de un período extremadamente duro entre hace 38.000 y 13.000 años, es decir, un lapso de 25.000 años.
Una vez más, las evidencias mesopotámicas y los descubrimientos de los científicos actuales se corroboran entre sí.
Nuestro esfuerzo por desentrañar el misterio del Diluvio, por tanto, se concentra en los cambios climáticos de la Tierra y, en particular, en el colapso abrupto del período glacial que tuvo lugar hace unos 13.000 años.
¿Qué pudo causar un repentino cambio climático de tal magnitud?
De las muchas teorías que han avanzado los científicos, nos intriga la sugerida por el Dr. John T. Hollín, de la Universidad de Maine.
El Dr. Hollin sostiene que la capa de hielo de la Antártida se rompe periódicamente y se desliza en el mar, ¡creando una repentina y gigantesca marea!
Esta hipótesis -aceptada y ampliada por otros- sugiere que, a medida que la capa de hielo se va haciendo más y más gruesa, no sólo atrapa más calor de la Tierra debajo de la capa de hielo, sino que también crea en su fondo (debido a la presión y a la fricción) una capa medio derretida y, de ahí, resbaladiza, que actúa como un lubricante entre la gruesa capa de hielo de arriba y la tierra sólida de abajo, provocando que la primera se deslice, más pronto o más tarde, en el océano circundante.
Hollin calculó que, sólo con que la mitad de la actual capa de hielo de la Antártida (que, en promedio, tiene
más de kilómetro y medio de grosor) se deslizara en los mares del sur, la inmensa marea que provocaría elevaría el nivel de todos los mares del globo en unos 18 metros, inundando ciudades costeras y tierras bajas.
En 1964, A. T. Wilson, de la Universidad Victoria, en Nueva Zelanda, ofreció la teoría de que los períodos glaciales terminaron abruptamente con deslizamientos como éstos sucedidos no sólo en el Antartico, sino también en el Ártico.
Creemos que los distintos textos y los hechos reunidos justifican la conclusión de que el Diluvio fue el resultado del deslizamiento en las aguas del Antartico de miles de millones de toneladas de hielo, trayendo con ello el fin repentino de la última gradación.
El súbito acontecimiento desencadenó una inmensa marea.
Comenzando con las aguas del Antartico, se extendió hacia el norte por los océanos Atlántico, Pacífico e índico.
El abrupto cambio de temperatura debió crear unas violentas tormentas acompañadas por torrentes de lluvia.
Moviéndose más rápido que las aguas, las tormentas, las nubes y el oscurecimiento de los cielos debieron anunciar la avalancha de agua que se aproximaba.
Ése es exactamente el fenómeno que se describe en los textos antiguos.
Tal como le había ordenado Enki, Atra-Hasis hizo subir a todos al arca mientras él se quedaba fuera para esperar la señal para subir a bordo y sellar la nave.
Dándonos un detalle de «interés humano», el antiguo texto
nos cuenta que Atra-Hasis, a pesar de habérsele ordenado quedarse fuera de la nave, «entraba y salía; no podía estar sentado, no podía agacharse... su corazón estaba roto; estuvo vomitando bilis».
Pero, entonces,
... la Luna desapareció...
El aspecto del tiempo cambió;
las lluvias rugieron en las nubes...
Los vientos se hicieron salvajes...
... el Diluvio estaba en camino,
su fuerza cayó sobre la gente como una batalla;
Una persona no veía a otra,
no eran reconocibles en la destrucción.
El Diluvio bramó como un toro;
los vientos gimieron como un asno salvaje.
La oscuridad era densa;
no se podía ver el Sol.
«La Epopeya de Gilgamesh» es muy específica en lo relativo a la dirección de la cual vino la tormenta: vino del sur.
Nubes, vientos, lluvia y oscuridad precedieron, sin duda, a la marea que echó abajo, en primer lugar, «los puestos de Nergal» en el Mundo Inferior:
Con el fulgor de la aurora
una nube negra se elevó en el horizonte;
en su interior, el dios de las tormentas tronaba-
Todo lo que había sido luminoso
se tornó oscuridad-
Durante un día sopló la tormenta del sur,
ganando velocidad mientras soplaba, sumergiendo las montañas...
Seis días y seis noches sopló el viento
mientras la Tormenta del Sur barría la tierra.
Cuando llegó el séptimo día,
el Diluvio de la Tormenta del Sur amainó.
Las referencias a la «tormenta del sur», al «viento del sur», indican con claridad la dirección desde la cual llegó el Diluvio, sus nubes y vientos, los «heraldos de la tormenta», moviéndose «sobre colinas y llanuras» hasta alcanzar Mesopotamia.
Ciertamente, una tormenta y una avalancha de agua originadas en el Antartico alcanzarían Mesopotamia a través del Océano índico después de engullir las colinas de Arabia, inundando más tarde la llanura del Tigris y el Eufrates.
«La Epopeya de Gilgamesh» nos dice también que, antes de que la gente y la tierra quedaran sumergidos, las «represas de la tierra seca» y sus diques fueron «destrozados»: el litoral continental resultó arrollado y barrido.
La versión bíblica del Diluvio dice que saltaron «las fuentes del Gran Abismo» antes de que se abrieran «las compuertas del cielo».
En primer lugar, las aguas del «Gran Abismo» (qué nombre más descriptivo para los mares más meridionales, los mares helados del Antartico) se liberaron de su gélida reclusión; sólo entonces comenzaron las lluvias a caer del cielo.
Esta confirmación de nuestra manera de entender el Diluvio se repite, al revés, cuando el Diluvio amaina.
En primer lugar, las «Fuentes del Abismo [se] cerraron»; después, la lluvia «fue arrestada de los cielos».
Tras la primera y gigantesca marea, las aguas aún «iban y venían» en inmensas olas.
Después, las aguas comenzaron a «retroceder», y «fueron menos» después de 150 días, cuando el arca se posó entre los picos del Ararat.
La avalancha de agua, viniendo desde los mares del sur, volvió a los mares del sur.
¿Cómo pudieron predecir los nefilim cuándo se iba a desencadenar el Diluvio en la Antártida?
Sabemos que los textos mesopotámicos relacionan el Diluvio y los cambios climáticos que lo precedieron con siete «pasos», algo que, indudablemente, tiene que ver con el tránsito periódico del Duodécimo Planeta por las inmediaciones de la Tierra.
Sabemos que, incluso la Luna, el pequeño satélite de la Tierra, ejerce la suficiente atracción gravitatoría como para provocar las mareas.
Tanto los textos mesopotámicos como los bíblicos describían de qué forma se sacudía la Tierra cada vez que el Señor Celestial pasaba por sus inmediaciones.
¿Pudo suceder que los nefilim, al observar los cambios climáticos y la inestabilidad de la capa de hielo antartica, se dieran cuenta de que, con el siguiente «paso» del Duodécimo Planeta, se desencadenaría la inevitable catástrofe?
Los antiguos textos demuestran que así fue como sucedió.
El más extraordinario de esos textos es uno que tiene unas treinta líneas inscritas, con una escritura cuneiforme en miniatura, en ambos lados de una tablilla de arcilla de poco más de dos centímetros de larga.
Fue desenterrada en Assur, pero la profusión de palabras su-merias en el texto acadio no deja lugar a dudas sobre su origen sume-rio.
El Dr. Erich Ebeling determinó que era un himno que se recitaba en la Casa de los Muertos, de ahí que incluyera este texto en su obra maestra (Tod und Leben) sobre la muerte y la resurrección en la antigua Mesopotamia.
Sin embargo, un minucioso examen nos demuestra que la composición «invocaba los nombres» del Señor Celestial, el Duodécimo Planeta.
En él, se elabora el significado de los distintos epítetos, relacionándolos con el paso del planeta por el lugar de la batalla con Tiamat -¡un tránsito que provoca el Diluvio!
El texto comienza anunciando que, a pesar de todo su poder y tamaño, el planeta («el héroe»), no obstante, orbita al Sol.
El Diluvio era el «arma» de este planeta.
Su arma es el Diluvio;
Dios cuya Arma trae la muerte a los malvados.
Supremo, Supremo, Ungido...
Quien, como el Sol, cruza las tierras;
el Sol, su dios, él teme.
Pronunciando el «primer nombre» del planeta -que, desgraciadamente, es ilegible- el texto describe su paso cerca de Júpiter, hacia el lugar de la batalla con Tiamat:
Primer Nombre:...
el que repujó la banda circular;
el que partió en dos a la Ocupadora, echándola.
Señor, que en el tiempo de Akiti
dentro del lugar de la batalla de Tiamat reposa...
Cuya simiente son los hijos de Babilonia;
que no puede ser perturbado por el planeta Júpiter;
que por su fulgor creará.
Al acercarse, al Duodécimo Planeta se le llama SHILIG.LU.DIG («líder poderoso de los jubilosos planetas»).
Se encuentra ahora muy cerca de Marte: «Con el brillo del dios [planeta] Anu dios [planeta] Lahmu se viste».
Entonces, soltó el Diluvio sobre la Tierra:
Éste es el nombre del Señor
que desde el segundo mes hasta el mes de Addar
las aguas ha espoleado.
La elaboración de los dos nombres del texto ofrece una importante información en cuanto al calendario.
El Duodécimo Planeta pasó por Júpiter y se acercó a la Tierra «en el tiempo de Akiti», cuando comenzaba el Año Nuevo mesopotámico.
Durante el segundo mes estuvo muy cerca de Marte. Después, «desde el segundo mes hasta el mes de Addar» (el duodécimo mes), soltó el Diluvio sobre la Tierra.
Esto está perfectamente de acuerdo con el relato bíblico, que dice que «las fuentes del gran abismo saltaron» en el decimoséptimo día del segundo mes.
El arca descansó en el Ararat en el séptimo mes; otra tierra seca era visible en el décimo mes; y el Diluvio terminó en el duodécimo mes -pues fue en «el primer día del primer mes» del siguiente año cuando Noé abrió la ventanilla del arca.
Al pasar a la segunda fase del Diluvio, cuando las aguas comenzaron a descender, el texto llama al planeta SHUL.PA.KUN.E.
Héroe, Señor Vigilante,
que reúnes las aguas;
que manando aguas
purificas al justo y al malvado;
que en la montaña de los picos gemelos
detuviste el...
... pez, río, río; la inundación se detuvo.
En la tierra montañosa, sobre un árbol, el ave descansó.
Día que... dijo.
A pesar de que algunas líneas son ilegibles por estar deteriorada la tablilla, los paralelismos con los relatos del Diluvio bíblico y los mesopotámicos son evidentes: la inundación había cesado, el arca se había «detenido» en la montaña de los picos gemelos; los ríos comenzaron a fluir de nuevo desde las cimas de las montañas y a llevar agua hacia el océano; se veían peces; se soltó un ave del arca. La ordalía había pasado.
El Duodécimo Planeta había pasado su «cruce». Se había acercado a la Tierra y se alejaba,
acompañado por sus satélites:
Cuando el sabio grite: «¡Inundación! »-
es el dios Nibiru [«Planeta del Cruce»];
es el Héroe, el planeta de cuatro cabezas.
El dios, cuya arma es la Tormenta de la Inundación,
volverá;
a su lugar de descanso bajará él mismo.
(El planeta, alejándose, afirma el texto, volvió a cruzar el sendero de Saturno en el mes de Ululu, el sexto mes del año.)
El Antiguo Testamento se refiere con frecuencia al momento en que el Señor hizo que la Tierra se cubriera con las aguas del abismo.
El Salmo 29 describe la «visita» así como el «retorno» de las «grandes aguas» por el Señor:
Al Señor, vosotros hijos de los dioses,
dad la gloria, reconoced el poder...
El sonido del Señor está sobre las aguas;
el Dios de gloria, el Señor,
tronó sobre las grandes aguas...
El sonido del Señor es poderoso,
el sonido del Señor es majestuoso;
el sonido del Señor partió los cedros...
Hace bailar como un novillo al [Monte del] Líbano,
y hace brincar al [Monte] Sirión como un toro joven.
El sonido del Señor enciende llamaradas;
el sonido del Señor sacudió el desierto...
El Señor al Diluvio [dijo]: «¡Vuelve!».
El Señor, como rey, está en el trono para siempre.
En el grandioso Salmo 77 -«Mi voz hacia Dios yo clamo»-, el salmista recuerda la aparición y la desaparición del Señor en tiempos primitivos:
He calculado los Días de Antaño,
los años de Olam...
Recordaré las gestas del Señor,
recuerdo tus maravillas en la antigüedad...
Tu curso, Oh Señor, está determinado;
ningún dios es tan grande como el Señor...
Las aguas te vieron, Oh Señor, y se estremecieron;
tus raudas chispas salieron.
El sonido de tu trueno retumbaba;
los relámpagos iluminaron el mundo;
la Tierra se agitaba y temblaba.
[Entonces] en las aguas iba tu camino,
tus senderos en las aguas profundas;
y tus huellas desaparecieron, desconocidas.
El Salmo 104, que ensalza las gestas del Señor Celestial, recordaba el momento en que los océanos arrasaron los continentes y se les hizo retroceder:
Fijaste la Tierra en constancia,
inconmovible para siempre jamás.
Con los océanos, como vestido, la cubriste;
sobre los montes persistía el agua.
Al reprenderlas tú, las aguas huyeron;
con el sonido de tu trueno, se alejaron raudas.
Saltaron las montañas, bajaron a los valles
hasta el lugar que tú les habías asignado.
Les pusiste un límite, para que no lo pasaran;
para que no vuelvan a cubrir la Tierra.
Las palabras del profeta Amós son aun más explícitas:
Ay de los que ansian el Día del Señor;
¿qué creéis que es?
Pues el Día del Señor es oscuridad y no luz...
La mañana se convirtió en la sombra de la muerte,
el día se hizo oscuro como la noche;
las aguas del mar se salieron
y se derramaron sobre la faz de la Tierra.
Éstos, por tanto, fueron los acontecimientos que tuvieron lugar «en los días de antaño». El «Día del Señor» fue el día del Diluvio.
Ya hemos visto que, después de aterrizar en la Tierra, los nefili-m asociaron los primeros reinados en las primeras ciudades con los signos del Zodiaco -dando a los signos los epítetos de los distintos dioses con los que estaban relacionados.
Ahora, veremos que el texto descubierto por Ebeling no sólo proporcionaba información a los hombres, sino también a los nefilim.
El Diluvio, nos dice, ocurrió en la «Era de la constelación del León»:
Supremo, Supremo, Ungido;
Señor cuya corona radiante con terror se carga.
Planeta supremo: un asiento él ha erigido
de cara a la limitada órbita del rojo planeta [Marte].
A diario, dentro del León él está ardiendo;
su luz, su brillo declara reinos sobre las tierras.
También podemos comprender ahora un enigmático versículo de los rituales de Año Nuevo, que dice que fue «la constelación del León la que midió las aguas del abismo».
Estas afirmaciones sitúan el tiempo del Diluvio dentro de un marco definido, pues, aunque los astrónomos de hoy en día no pueden determinar con precisión dónde establecían los súmenos el inicio de una casa zodiacal, la siguiente tabla de la eras se considera exacta.
60 a.C. a 2100 d.C.
2220 a.C. a 60 a.C.
4380 a.C. a 2220 a.C.
6540 a.C. a 4380 a.C.
8700 a.C. a 6540 a.C.
10.860 a.C. a 8700 a.C.
Era de Piscis, Era de Aries, Era de Tauro, Era de Géminis, Era de Cáncer, Era de Leo
Si el Diluvio acaeció en la Era de Leo o, lo que es lo mismo, en algún momento entre el 10860 a.C. y el 8700 a.C, la fecha del Diluvio coincide con nuestra tabla temporal: según la ciencia moderna, la última glaciación terminó abruptamente en el hemisferio sur hace doce o trece mil años, y en el hemisferio norte uno o dos mil años después.
El fenómeno zodiacal de la precesión nos ofrece una corroboración aun más amplia de nuestras conclusiones.
Habíamos concluido antes que los nefilim llegaron a la Tierra 432.000 años (120 shar's) antes del Diluvio, en la Era de Piscis.
En los términos del ciclo precesional, 432.000 años comprenden 16 ciclos completos, o Grandes Años, y más de medio de otro Gran Año, dentro de la «era» de la constelación de Leo.
Podemos reconstruir ahora la tabla temporal completa para los acontecimientos de los que se ocupan nuestros descubrimientos.
Hace años ACONTECIMIENTO
445.000 Los nefilim, liderados por Enki, llegan a la Tierra desde el Duodécimo Planeta. Se funda Eridú -Estación Tierra I- en el sur de Mesopotamia.
430.000 Las grandes placas de hielo comienzan a retroceder. El clima se hace benigno en Oriente Próximo.
415.000 Enki se traslada tierra adentro y funda Larsa.
400.000 El gran período interglacial se expande por todo el globo. Enlil llega a la Tierra, funda Nippur como Centro de Control de la Misión. Enki establece rutas marítimas hacia el sur de África y organiza operaciones mineras de extracción de oro.
360.000 Los nefilim fundan Bad-Tibira como centro metalúrgico de fundición y refinado. Se construye Sippar, el espaciopuerto, así como otras ciudades de los dioses.
300.000 El motín de los anunnaki. Enki y Ninhursag crean al Hombre -el «Trabajador Primitivo».
250.000 El «Homo sapiens primitivo» se multiplica y se propaga por otros continentes.
200.000 La vida en la Tierra se retrae durante un nuevo período glacial.
100.000 El clima se caldea de nuevo. Los hijos de los dioses toman a las hijas del Hombre por esposas.
77.000 Ubartutu/Lámek, un humano de parentesco divino, asume la corona en Shuruppak bajo el patrocinio de Ninhursag.
75.000 Comienza la «maldición de la Tierra» -una nueva glaciación. Tipos regresivos de Hombre vagan por la Tierra.
49.000 Comienza el reinado de Ziusudra («Noé»), «fiel servidor» de Enki.
38.000 El duro período climático de los «siete pasos» empieza a diezmar a la Humanidad. El Hombre de Neanderthal desaparece en Europa; sólo sobrevive el Hombre de CroMagnon (establecido en Oriente Próximo). Enlil, desencantado con la Humanidad, busca su exterminio.
13.000 Los nefilim, al tanto de la inminente inundación que se desencadenará con la aproximación del Duodécimo Planeta, se conjuran para dejar perecer a la Humanidad. El Diluvio arrasa la Tierra, dando fin súbitamente a la glaciación.
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