viernes, 30 de octubre de 2015
Parte 4: SUMER, LA TIERRA DE LOS DIOSES.
El 12avo Planeta.
Parte 4: SUMER, LA TIERRA DE LOS DIOSES.
ZECHARIA SITCHIN
1976, Nueva York, USA.
No hay duda de que las «palabras de antaño», que durante miles de años constituyeron la lengua de las enseñanzas superiores y las escrituras religiosas, era la lengua de Sumer.
Y tampoco hay duda de que los «dioses de antaño» eran los dioses de Sumer; en ninguna parte se han encontrado registros, relatos, genealogías e historias de dioses más antiguos que los de Sumer.
Si nombramos y contamos a estos dioses (en sus formas originales sumerias o en las posteriores acadias, babilonias o asirías), la lista asciende a centenares.
Pero, en el momento en que se les clasifica, queda claro que aquello no era un amasijo de divinidades.
Estaban encabezados por un panteón de Grandes Dioses, gobernados por una Asamblea de Deidades, y estaban relacionados entre ellos.
En el momento en que se excluye a sobrinas, sobrinos, nietos y demás, emerge un grupo de deidades mucho más pequeño y coherente donde cada una juega un papel, con determinados poderes y responsabilidades.
Los sumerios creían que había dioses que eran «de los cielos».
Los textos que hablan de los tiempos de «antes de que las cosas fueran creadas» citan a algunos de estos dioses celestiales, como Apsu, Tiamat, Anshar, Kishar.
En ningún momento se dice que estos dioses aparecieran nunca sobre la Tierra.
Y, si miramos más de cerca a estos «dioses», que existieron antes de que se creara la Tierra, nos daremos cuenta de que eran los cuerpos celestes que componen nuestro sistema solar; y, como demostraremos, los así llamados mitos sumerios referentes a estos seres celestes eran, de hecho, conceptos cosmológicos precisos y científicamente admisibles sobre la creación de nuestro sistema solar.
También hubo dioses menores que eran «de la Tierra».
Sus centros de culto eran, en su mayor parte, ciudades de provincias; no eran más que deidades locales.
En el mejor de los casos, estaban encargados de algunas operaciones limitadas -como, por ejemplo, la diosa NIN.KASHI («dama-cerveza»), que supervisaba la preparación de bebidas.
De estas deidades no existe ningún relato heroico.
No disponían de armas impresionantes, y los demás dioses no se estremecían ante sus órdenes.
Le recuerdan a uno a aquel grupo de dioses jóvenes que desfilaban los últimos en la procesión pétrea de la hitita ciudad de Yazilikaya.
Entre los dos grupos estaban los Dioses del Cielo y de la Tierra, los llamados «dioses antiguos».
Éstos eran los «dioses de antaño» de los relatos épicos, y, según las creencias sumerias, habían bajado a la Tierra desde los cielos.
No eran simples deidades locales. Eran dioses nacionales -o, mejor aún, dioses internacionales.
Algunos de ellos estaban presentes y activos en la Tierra, aun antes de que hubiera Hombres en ella.
De hecho, se estimaba que la existencia del Hombre había sido el resultado de una deliberada empresa creadora por parte de estos dioses.
Eran poderosos, capaces de hazañas que estaban más allá de las capacidades o de la comprensión de los mortales.
Y, sin embargo, estos dioses no sólo tenían aspecto humano, sino que, también, comían y bebían como ellos, y exhibían todo tipo de emociones humanas, desde el amor y el odio hasta la lealtad y la infidelidad.
Aunque los papeles y la posición jerárquica de algunos de los principales dioses pudo cambiar con los milenios, algunos de ellos nunca perdieron su encumbrada posición y su veneración nacional e internacional.
A medida que observemos más de cerca este grupo central, veremos emerger una dinastía de dioses, una familia divina, estrechamente relacionados entre ellos y, sin embargo, amargamente divididos.
A la cabeza de esta familia de Dioses del Cielo y de la Tierra estaba AN (o Anu en los textos babilonios/asirios).
Él era el Gran Padre de los Dioses, el Rey de los Dioses. Su reino era la inmensidad de los cielos, y su símbolo era una estrella.
En la escritura pictográfica sumeria, el signo de una estrella tenía también el significado de An, de «cielos» y de «ser divino» o «dios» (descendiente de An). Este cuádruple significado del símbolo se mantuvo a través de las eras, a medida que la escritura pasó de su forma pictográfica sumeria hasta la cuneiforme acadia y la estilizada babilonia y asiría.
Desde los primeros tiempos hasta que la escritura cuneiforme se desvaneció -desde el cuarto milenio a.C. hasta casi la época de Cristo-, este símbolo precedía los nombres de los dioses, indicando que el nombre escrito en el texto no era el de un mortal, sino el de una deidad de origen celeste.
La morada de Anu, y la sede de su Realeza, estaba en los cielos.
Ahí era adonde iban los otros Dioses del Cielo y de la Tierra cuando necesitaban consejos o favores personales, o donde se reunían en asamblea para zanjar disputas entre ellos mismos o para tomar decisiones importantes.
Numerosos textos describen el palacio de Anu (cuyos pórticos estaban custodiados por un dios del Árbol de la Verdad y un dios del Árbol de la Vida), así como su trono, el modo en que los demás dioses se aproximaban a él y cómo se sentaban en su presencia.
Los textos sumerios también recogieron casos en que incluso a los mortales se les permitió subir a la morada de Anu, la mayoría de las veces con el objeto de escapar a la mortalidad.
Uno de estos relatos es el de Adapa («modelo de Hombre»).
Fue tan perfecto y tan leal al dios Ea, que le había creado, que Ea lo dispuso todo para que fuera llevado hasta Anu.
Es en ese momento cuando Ea le describió a Adapa lo que se debía esperar.
Adapa,
vas a ir ante Anu, el Rey;
tendrás que tomar el camino hacia el Cielo.
Cuando hayas ascendido hasta el Cielo,
y te hayas acercado al pórtico de Anu,
el «Portador de Vida» y el «Cultivador de la Verdad»
estarán de pie en el pórtico de Anu.
Guiado por su creador, Adapa «hasta el Cielo fue... ascendió al Cielo y se acercó al pórtico de Anu».
Pero cuando se le ofreció la posibilidad de hacerse inmortal, Adapa se negó a comer el Pan de la Vida, pensando que el enfurecido Anu le estaba ofreciendo alimentos envenenados.
Así pues, se le devolvió a la Tierra como sacerdote ungido, pero todavía mortal.
La afirmación sumeria de que también los humanos podían ascender a la Morada Divina en los cielos encuentra su eco en los relatos del Antiguo Testamento sobre el ascenso a los cielos de Enoc y del profeta Elias.
Aunque Anu vivía en una Morada Celeste, los textos sumerios hablan de ocasiones en las que bajó a la Tierra -bien en tiempos de alguna crisis importante o con ocasión de visitas ceremoniales (en las que iba acompañado por su esposa ANTU), o bien (al menos, una vez) para celebrar los desposorios de su bisnieta IN.ANNA en la Tierra.
Dado que no vivía de forma permanente en la Tierra, no parecía necesario darle exclusividad a su propia ciudad o centro de culto; y la morada, o «alta casa» erigida para él se encontraba en Uruk (la bíblica Erek), dominio de la diosa Inanna.
En la actualidad, en las ruinas de Uruk, hay un inmenso montículo artificial donde los arqueólogos han encontrado rastros de la construcción y reconstrucción de un gran templo, el templo de Anu; aquí se han descubierto no menos de dieciocho estratos o escalones distintos, lo cual habla de razones convincentes para mantener el templo en este sagrado lugar.
Al templo de Anu se le llamó E.ANNA («casa de An»).
Pero este sencillo nombre se le aplicaba a una estructura que, al menos en algunos de sus niveles, bien merece que la contemplemos.
Aquel era, según los textos sumerios, «el santo E-Anna, el santuario puro».
Según la tradición, los mismos Grandes Dioses «habían dado forma a sus partes». «Su cornisa era como de cobre», «sus paredes tocaban las nubes -una noble morada»; «era una Casa de un encanto irresistible, con un atractivo infinito».
Y los textos también dejan claro el propósito del templo, pues lo llaman «la Casa para descender del Cielo».
Una tablilla que perteneció a un archivo de Uruk nos aporta luz cubre la pompa y el boato que acompañaban la llegada de Anu y de su esposa en una «visita de estado».
Debido al deterioro de la tablilla, solamente podemos leer lo relativo a la segunda mitad de las ceremonias, cuando Anu y Antu estaban ya sentados en el patio del templo.
Los dioses, «exactamente en el mismo orden que antes», formaban entonces una procesión delante y detrás del portador del cetro.
Ahí, el protocolo daba las siguientes instrucciones:
La gente del País encenderá fuegos en sus casas,
y ofrecerá banquetes a todos los dioses...
Los guardianes de las ciudades encenderán fuegos
en las calles y en las plazas.
La partida de los dos Grandes Dioses también estaba planificada, no sólo al día sino también al minuto.
En el decimoséptimo día,
cuarenta minutos después de salir el sol,
se abrirá la puerta ante los dioses Anu y Antu,
llegando a su fin su estancia, tras pasar la noche.
Aunque el final de esta tablilla está roto, hay otro texto que describe con toda probabilidad la partida: la comida de la mañana, los ensalmos, los apretones de manos («agarrarse de las manos») de los otros dioses.
Después, los Grandes Dioses eran llevados a su punto de partida sobre literas con forma de tronos sobre los hombros de los funcionarios del templo.
Existe una representación asiría de una procesión de dioses que, si bien es bastante posterior en el tiempo, nos puede dar una buena idea de la forma en la que Anu y Antu eran llevados durante su procesión en Uruk.
Se recitaban ensalmos especiales cuando la procesión atravesaba «la calle de los dioses»; luego, se cantaban otros salmos e himnos cuando se acercaban «al muelle sagrado» y cuando llegaban «al dique del barco de Anu».
Se procedía a las despedidas y se recitaban y cantaban más ensalmos aún, «con gestos de levantar las manos».
Después, todos los sacerdotes y funcionarios del templo que habían llevado a los dioses, dirigidos por el sumo sacerdote, ofrecían una «oración de partida» especial.
«¡Gran Anu, que el Cielo y la Tierra te bendigan!» entonaban siete veces.
Oraban por la bendición de los siete dioses celestes e invocaban a los dioses que estaban en el Cielo y a los dioses que estaban en la Tierra.
En conclusión, les daban la despedida a Anu y Antu de este modo:
¡Que los Dioses de lo Profundo
y los Dioses de la Morada Divina
os bendigan!
¡Que os bendigan a diario,
cada día, de cada mes, de cada año!
Entre las miles y miles de representaciones de los antiguos dioses que se han descubierto, ninguna parece representar a Anu.
Y, sin embargo, nos observa desde cada estatua y cada retrato de cada rey que ha habido, desde la antigüedad hasta nuestros días.
Pues Anu no era sólo el Gran Rey, Rey de los Dioses, sino también aquel por cuya gracia los demás podían ser coronados como reyes.
Según la tradición sumeria, la soberanía emanaba de Anu; y el término para designar la «Realeza» era Anutu («Anu-eza»).
Las insignias de Anu eran la tiara (el divino tocado), el cetro (símbolo del poder) y el báculo (símbolo de la guía que proporciona el pastor).
En la actualidad, el báculo del pastor se puede encontrar más en manos de obispos que de reyes, pero la corona y el cetro los siguen llevando todos aquellos reyes que la Humanidad ha dejado en sus tronos.
La segunda deidad en poder del panteón sumerio era EN.LIL. Su nombre significa «señor del espacio aéreo», prototipo y padre de los posteriores Dioses de las Tormentas que encabezaban los panteones del mundo antiguo.
Era el hijo mayor de Anu, nacido en la Morada Celeste de su Padre.
Pero, en algún momento de los tiempos más antiguos, descendio a la Tierra y se convirtió así en el principal Dios del Cielo y la Tierra.
Cuando los dioses se reunían en asamblea en la Morada Celeste, Enlil presidía las reuniones en compañía de su padre.
Cuando los dioses se reunían en asamblea en la Tierra, se encontraban en la corte de Enlil, en el recinto divino de Nippur, la ciudad dedicada a Enlil, además de ser el sitio donde se encontraba su principal templo, el E.KUR («casa que es como una montaña»).
No sólo los sumerios tenían a Enlil por supremo, sino también los dioses de Sumer.
Éstos le llamaban Soberano de Todas las Tierras, y dejaban claro que «en el Cielo - él es el Príncipe; En la Tierra - él es el Jefe».
Sus «palabras (mandatos), en las alturas, hacen temblar los Cielos; abajo, hacen que la Tierra se estremezca»:
Enlil,
cuyos mandatos llegan lejos;
cuya «palabra» es noble y santa;
cuyas declaraciones son invariables;
que decreta destinos hasta el distante futuro...
Los es de la Tierra se inclinan gustosamente ante él;
los dioses Celestiales que están en la Tierra
se humillan ante él;
Permanecen fielmente junto a él, según las instrucciones.
Enlil, según las creencias sumerias, llegó a la Tierra mucho antes de que la Tierra se adecuara y se civilizara.
Un «Himno a Enlil, el Caritativo» narra los muchos aspectos de la sociedad y la civilización que no habrían llegado a existir de no ser por las instrucciones de Enlil para «ejecutar sus órdenes en todas partes».
No se construirían ciudades, ni se fundarían poblados; no se construirían establos, ni se levantarían rediles; ni reyes serían coronados, ni sumos sacerdotes nacidos.
Los textos sumerios dicen también que Enlil llegó a la Tierra antes de que las «Gentes de Cabeza Negra» -el apodo sumerio para designar a la Humanidad- fueran creados.
Durante estos tiempos previos a la Humanidad, Enlil levantó Nippur como centro particular suyo o «puesto de mando», al cual Cielo y Tierra estaban conectados a través de algún tipo de «enlace».
Los textos sumerios llamaban a este enlace DUR.AN.KI («enlace cielo-tierra») y usaban el lenguaje poético para relatar las primeras acciones de Enlil en la Tierra:
Enlil,
cuando señalaste los poblados divinos en la Tierra,
Nippur levantaste como tu propia ciudad.
La Ciudad de la Tierra, la noble,
tu lugar puro cuya agua es dulce.
Fundaste el Dur-An-Ki
en el centro de las cuatro esquinas del mundo.
En aquellos primeros días, cuando sólo los dioses habitaban Nippur y el Hombre aún no había sido creado, Enlil conoció a la diosa que acabaría convirtiéndose en su esposa.
Según una versión, Enlil vio a su futura novia mientras se estaba bañando en el riachuelo de Nippur, desnuda.
Fue un amor a primera vista, pero no necesariamente con matrimonio en mente:
El pastor Enlil, que decreta los destinos,
el del Brillante Ojo, la vio.
El señor le habla a ella de relaciones sexuales;
ella no está dispuesta.
Enlil le habla a ella de relaciones sexuales;
ella no está dispuesta:
«Mi vagina es demasiado pequeña (dice ella),
no sabe de la cópula;
mis labios son demasiado pequeños,
no saben besar.»
Pero Enlil no aceptó un no por respuesta.
Le reveló a su chambelán Nushku su ardiente deseo por «la joven doncella», que se llamaba SUD («la niñera»), y que vivía con su madre en E.RESH («casa perfumada»).
Nushku le sugirió un paseo en barca y le trajo una barca Enlil persuadió a Sud para salir a navegar con él y, una vez estuvieron en la barca, la violó.
El antiguo relato cuenta entonces que, aunque Enlil era el jefe de los dioses, éstos se enfurecieron tanto por lo que había hecho que lo detuvieron y lo desterraron al Mundo Inferior.
«¡Enlil, el inmoral!», le gritaban. «¡Vete de la ciudad!»
En esta versión, Sud, embarazada con el hijo de Enlil, siguió a éste y se casó con él.
Otra versión dice que Enlil, arrepentido, buscó a la joven y envió a su chambelán para que le pidiera a su madre la mano de la hija.
De un modo o de otro, Sud se convirtió en la esposa de Enlil, y éste le otorgó el título de NIN.LIL («señora del espacio aéreo»).
Pero lo que no sabían ni él ni los dioses que le desterraron es que no fue Enlil el que sedujo a Ninlil, sino al revés.
Lo cierto es que Ninlil se bañó desnuda en el riachuelo siguiendo las instrucciones de su madre, con la esperanza de que Enlil, que solía pasear junto al arroyo, se percatara de la presencia de Ninlil y deseara «abrazarte y besarte».
A pesar de la forma en la que se enamoraron, Ninlil fue tenida en muy alta estima a partir del momento en que Enlil le dio «la prenda de la señoría».
Con una única excepción, que, según creemos, tuvo que ver con la sucesión dinástica, no se conocen más indiscreciones de Enlil.
Una tablilla votiva encontrada en Nippur muestra a Enlil y a Ninlil en su templo mientras se les sirven alimentos y bebida.
La tablilla fue encargada por Ur-Enlil, el «Criado de Enlil».
Además de ser jefe de los dioses, a Enlil se le tenía por supremo Señor de Sumer (a veces llamada, simplemente, «El País») y de las «Gentes de Cabeza Negra». Un salmo sumerio habla con veneración de su dios:
El Señor, que conoce el destino de El País,
digno de confianza en su profesión;
Enlil, que conoce el destino de Sumer,
digno de confianza en su profesión;
Padre Enlil,
Señor de todas las tierras;
Padre Enlil,
Señor del Mandato Justo;
Padre Enlil,
pastor de los Cabezas Negras...
de la Montaña del Amanecer
a la Montaña del Ocaso,
no hay otro Señor en la Tierra;
sólo tú eres Rey.
Los sumerios reverenciaban a Enlil tanto por temor como por gratitud.
Era él, el que se aseguraba de que las sentencias de la Asamblea en contra de la Humanidad se llevaran a efecto; era su «viento» el que soplaba tormentas devastadoras contra las ciudades ofensoras. Era él el que buscaba la destrucción de la Humanidad cuando el Diluvio, pero también el que, cuando estaba en paz con el género humano, se convertía en un dios amable que concedía favores, según un texto sumerio, fue Enlil el que dio a la Humanidad el conocimiento de la agricultura, junto con el del arado y el pico.
Enlil elegía también a los reyes que tenían que gobernar a la Humanidad, no como soberanos, sino como servidores del dios a los que se les confiaba la administración de las leyes divinas de justicia.
Así pues, los reyes sumerios, acadios y babilonios abrían sus inscripciones de auto adoración describiendo cómo Enlil les había llamado a la Realeza.
Estas «llamadas» -promulgadas por Enlil en su propio nombre y en el de su padre, Anu- le concedían legitimidad al gobernante y delimitaban sus funciones.
Incluso Hammurabi, que reconocía a Marduk como dios nacional de Babilonia, afirmó en el prefacio de su código legal que «Anu y Enlil me nombraron para promover el bienestar del pueblo... para hacer que la justicia prevalezca en la tierra».
Dios del Cielo y de la Tierra, Primogénito de Anu, Dispensador de Realeza, Jefe Ejecutivo de la Asamblea de Dioses, Padre de Dioses y Hombres, Dador de la Agricultura, Señor del Espacio Aéreo... estos eran algunos de los atributos de Enlil que hablaban de su grandeza y sus poderes. Sus «mandatos llegaban lejos», sus «declaraciones invariables»; él «decretaba los destinos». Disponía del «enlace cielo-tierra», y desde su «impresionante ciudad de Nippur» podía «elevar los rayos que buscan el corazón de todas las tierras» - «ojos que Pueden explorar todas las tierras».
Sin embargo, era tan humano como cualquier joven capaz de dejarse seducir por una belleza desnuda; sujeto a leyes morales impuestas por la comunidad de los dioses, transgresiones que se castigaban con el destierro; y ni siquiera era inmune a las quejas de los mortales.
Al menos, que se sepa, consta un caso en la que un rey sumerio de Ur se quejó directamente a la Asamblea de los Dioses de que toda una serie de males que habían caído sobre Ur y sus gentes podían deberse al desafortunado hecho de que «Enlil le había dado la realeza a un hombre indigno... que no era de simiente sumeria».
A medida que avancemos, iremos viendo el papel fundamental que jugaba Enlil en los asuntos divinos y mortales de la Tierra, y cómo sus distintos hijos combatieron entre ellos y con otros por la sucesión divina, dando así origen, sin duda, a relatos posteriores sobre batallas entre dioses.
El tercer Gran Dios de Sumer fue otro hijo de Anu; tenía dos nombres, E.A y EN.KI.
Al igual que su hermano Enlil, Ea era, también, un Dios del Cielo y de la Tierra, una deidad de origen celeste que había bajado a la Tierra.
Su llegada a la Tierra está relacionada en los textos sumerios con una época en la que las aguas del Golfo Pérsico entraban en tierra firme mucho más allá de lo que vemos hoy en día, convirtiendo en pantanosa la parte sur del país.
Ea (el nombre significa, literalmente, «casa-agua»), que era maestro en ingeniería, planificó y supervisó la construcción de canales, de diques en los ríos, así como el drenaje de los pantanos.
Le encantaba salir a navegar por estos cursos de agua y, de modo especial, por los pantanos.
Como su nombre indica, las aguas eran su hogar. Construyó su «gran casa» en la ciudad que fundó, al filo de las tierras pantanosas, una ciudad llamada HA.A.KI («lugar de los peces-agua»), aunque también fue conocida como E.RI.DU («hogar de ir desde lejos»).
Ea era «Señor de las Aguas Saladas», los mares y los océanos.
Los textos sumerios hablan repetidamente de una época muy antigua en la que los tres Grandes Dioses se repartieron los reinos entre ellos.
«Los mares se los dieron a Enki, el Príncipe de la Tierra», dándole así «el gobierno del Apsu» (lo «Profundo»).
Como Señor de los Mares, Ea construyó barcos que navegaban hasta tierras lejanas, y, en especial, a lugares desde donde se traían metales preciosos y piedras semipreciosas.
Los sellos cilindricos sumerios más antiguos representan a Ea como un dios rodeado de ríos fluentes en los que, a veces, se veían peces.
Los sellos relacionaban a Ea, como se puede ver aquí, con la Luna (indicada por su creciente), una relación quizás basada en el hecho de que la Luna provoca las mareas.
No hay duda, en lo referente a esta imagen astral, de que a Ea se le dio el epíteto de NIN.IGI.KU («señor brillo-ojo»).
Según los textos sumerios, entre los que se incluye una asombrosa autobiografía del mismo Ea, éste nació en los cielos y vino a la Tierra antes de que hubiera ninguna población o civilización sobre la Tierra.
«Cuando me acerqué al país, estaba inundado en gran parte», afirma.
Después, procede a describir la serie de acciones que emprendió para hacer habitable la tierra: llenó el río Tigris con frescas «aguas dadoras de vida»; nombró a un dios para que supervisara la construcción de canales, para hacer navegables el Tigris y el Éufrates; y descongestionó las tierras pantanosas, llenándolas de peces y haciendo un refugio para aves de todos los tipos, y haciendo crecer allí carrizos que pudieran servir como material de construcción.
Centrándose después en la tierra seca, Ea decía que fue él quien «dirigió el arado y el yugo... abrió los sagrados surcos... construyó establos... levantó rediles». Después, el auto adulatorio texto (llamado por los expertos «Enki y la Ordenación del Mundo») dice que fue este dios el que trajo a la Tierra las artes de la elaboración de ladrillos, de la construcción de moradas y ciudades, de la metalurgia, etc.
Presentándolo como al mayor benefactor de la Humanidad, como al dios que trajo la civilización, muchos textos lo tienen también Por el principal defensor de la Humanidad en los consejos de los dioses.
En los textos sumerios y acadios sobre el Diluvio, donde se deben buscar los orígenes del relato bíblico, se dice que Ea fue el dios que, desafiando la decisión de la Asamblea de Dioses, permitió escapar del desastre a un seguidor de confianza (el «Noé» mesopotámico).
De hecho, los textos sumerios y acadios, que, como el Antiguo Testamento, se adhieren a la creencia de que un dios o los dioses crearon al Hombre por medio de un acto consciente y deliberado, atribuyen a Ea un papel clave en todo esto.
Como científico jefe de los dioses, fue él el que diseñó el método y el proceso por el cual debía ser creado el Hombre.
Con tal afinidad con la «creación» o aparición del Hombre, no es de sorprender que fuera Ea el que guió a Adapa -el «hombre modelo» creado por la «sabiduría» de Ea- a la morada de Anu en los cielos, desafiando la determinación de los dioses de negarle la «vida eterna» a la Humanidad.
¿Se puso Ea del lado del Hombre simplemente porque tuvo que ver con su creación, o hubo algún otro motivo más subjetivo?
A medida que exploremos los textos, nos encontraremos con que los constantes desafíos de Ea, tanto en temas humanos como divinos, tenían como objetivo principal el frustrar las decisiones o los planes que emanaban de Enlil.
Los archivos están repletos de alusiones a los abrasadores celos que sentía Ea por su hermano Enlil.
De hecho, el otro nombre de Ea (y, quizás, el primero) era EN.KI («señor de la Tierra»), y los textos que hablan del reparto del mundo entre los tres dioses sugieren que Ea perdió el dominio de la Tierra en favor de su hermano Enlil por el simple método de echarlo a suertes.
Los dioses habían estrechado las manos,
habían repartido suertes y habían hecho las divisiones.
Entonces, Anu subió al Cielo;
a Enlil, la Tierra se le sometió.
Los mares, rodeados como con un lazo,
se le dieron a Enki, el Príncipe de la Tierra.
Aun con la amargura que pudo sentir Ea/Enki con aquel reparto, parece que esto no hacía más que alimentar un resentimiento mucho más profundo.
La razón nos la da el mismo Enki en su autobiografía: era él, y no Enlil, el primogénito, según afirma Enki; era él, por tanto, y no Enlil, el que debía ser heredero de Anu:
«Mi padre, el rey del universo,
me puso delante en el universo...
Yo soy la semilla fértil,
engendrada por el Gran Toro Salvaje;
yo soy el hijo primogénito de Anu.
Yo soy el Gran Hermano de los dioses...
Yo soy el que nació
como primer hijo del divino Anu.»
Si damos por supuesto que los códigos legales que regían la vida de los mortales en el antiguo Oriente Próximo fueron dados por los dioses, tendremos que convenir en que las leyes sociales y familiares que se aplicaban a los hombres eran una copia de aquellas otras que se aplicaban entre los dioses.
Archivos judiciales y familiares encontrados en sitios como Mari y Nuzi confirman que las costumbres y las leyes bíblicas por las cuales se guiaban los patriarcas hebreos eran las mismas leyes a las que se sometían reyes y nobles por todo el Oriente Próximo de la antigüedad.
Los problemas de sucesión que los patriarcas tuvieron que afrontar son, por tanto, sumamente esclarecedores.
Abraham, privado de sucesión por la aparente esterilidad de su esposa Sara, tuvo un primogénito con su criada.
Sin embargo, este hijo (Ismael) fue excluido de la sucesión patriarcal tan pronto como Sara le dio a Abraham un hijo, Isaac.
La esposa de Isaac, Rebeca, quedó embarazada de gemelos.
Técnicamente, el primero en nacer fue Esaú, un sujeto rudo y de cabello rojizo.
Después, agarrando el talón de Esaú, salió Jacob, más refinado y preferido por Rebeca.
Cuando Isaac, anciano y medio ciego, estaba a punto de anunciar su testamento, Rebeca utilizó un ardid para que la bendición de la sucesión recayera sobre Jacob en vez de sobre Esaú.
Por último, los problemas sucesorios de Jacob vinieron como resultado de que, aunque éste sirvió a Labán durante veinte años para conseguir la mano de Raquel, Labán le obligó a casarse primero con la hermana mayor de Raquel, Lía.
Fue ésta la que le dio a Jacob su primer hijo, Rubén, y tuvo más hijos con ella -además de una hija- y con dos concubinas.
Sin embargo, cuando por fin Raquel le dio su propio primogénito, José, éste se convirtió en el preferido de Jacob.
A la vista de tales costumbres y leyes de sucesión, uno puede comprender las conflictivas relaciones entre Enlil y Ea/Enki.
Enlil, según todos los archivos hijo de Anu y de su consorte oficial, Antu, era el primogénito legal.
Pero el angustioso lamento de Enki: «Yo soy la semilla fértil... Yo soy el primogénito de Anu», debió ser una declaración de hecho.
¿Quizás era hijo de Anu, pero de otra diosa que fuera una concubina?
El relato de Isaac e Ismael, o la historia de Esaú y Jacob, pudieron tener un paralelismo previo en la Morada Celestial.
Aunque Enki parece haber aceptado las prerrogativas sucesorias de Enlil, algunos expertos ven las evidencias suficientes como para mostrar una insistente lucha por el poder entre los dos dioses.
Samuel N. Kramer tituló uno de los antiguos textos como «Enki y su Complejo de Inferioridad».
Como veremos más adelante, varios relatos bíblicos -el de Eva y la serpiente en el Jardín del Edén, o el del Diluvio- llevan implícitos, en sus versiones originales sumerias, los desafíos de Enki a los edictos de su hermano.
Parece que, en un momento determinado, Enki decidió que su lucha por el Trono Divino no tenía sentido, y puso todo su empeño en hacer que fuera un hijo suyo -en vez de un hijo de Enlil- el sucesor de la tercera generación.
Y esto pretendía lograrlo, al menos en un principio, con la ayuda de su hermana NIN.HUR.SAG («dama de la cabeza de la montaña»).
Ella también era hija de Anu, pero, evidentemente, no de Antu, y ahí radica otra norma de la sucesión.
Los estudiosos se han estado preguntando durante los últimos años por qué tanto Abraham como Isaac daban cuenta del hecho de que sus respectivas esposas eran también sus hermanas, una afirmación que provoca una enorme confusión, dada la prohibición bíblica de mantener relaciones sexuales con una hermana.
Pero, a medida que se iban desenterrando documentos legales en Mari y Nuzi, fue quedando claro que un hombre sí que podía casarse con una hermanastra.
Y lo que es más, a la hora de tomar en consideración a los hijos de todas las esposas, el hijo nacido de tal esposa, al tener un cincuenta por ciento más de «simiente pura» que el hijo de una esposa sin parentesco, era el heredero legal, tanto si era el primogénito como si no.
Y esto fue, por cierto, lo que llevó (en Mari y en Nuzi) a la práctica de adoptar a la esposa preferida como «hermana», con el fin de hacer de su hijo el heredero legal indiscutible.
Fue con esta hermanastra, Ninhursag, con quien Enki buscó tener un hijo.
Ella también era «de los cielos», habiendo llegado a la Tierra en tiempos primitivos.
Varios textos dicen que, cuando los dioses se estaban repartiendo la Tierra entre ellos, a ella le dieron la Tierra de Dilmun -«un lugar puro... una tierra pura... un lugar de lo más brillante».
Un texto al que los estudiosos llaman «Enki y Ninhursag - un Mito del Paraíso» habla del viaje de Enki a Dilmun con intenciones conyugales.
Ninhursag -el texto lo remarca una y otra vez- «estaba sola», es decir, soltera y sin compromiso.
Aunque en épocas posteriores se la representaría como a una vieja matrona, debió de ser muy atractiva de joven, pues el texto nos informa sin ningún rubor de que, cuando Enki se acercó a ella, su sola visión «hizo que su pene regara sus represas».
Dando instrucciones para que se les dejara a solas, Enki «derramó el semen en la matriz de Ninhursag.
Ella guardó el semen en su matriz, el semen de Enki»; y más tarde, «después de nueve meses de femineidad... ella dio a luz a la orilla de las aguas».
Pero resultó ser una niña.
Al no conseguir un heredero varón, Enki se decidió a hacer el amor con su propia hija.
«La abrazó, la besó; Enki derramó su semen en la matriz».
Pero ella, también, le dio una hija.
Entonces, Enki fue a por su nieta y la dejó embarazada también; pero, una vez más, su descendencia fue femenina.
Decidida a detener estos desmanes, Ninhursag echó una maldición sobre Enki por la cual éste, tras comer unas plantas, cayó mortalmente enfermo.
Sin embargo, los otros dioses obligaron a Ninhursag a levantar la maldición.
Mientras que estos hechos tenían mucho que ver con asuntos divinos, otros relatos de Enki y Ninhursag tienen que ver en gran medida con asuntos humanos; pues, según los textos sumerios, el Hombre fue creado por Ninhursag, siguiendo los procesos y las fórmulas que diseñó Enki.
Ella fue la enfermera jefe, la encargada de los servicios médicos; fue por ese papel que la diosa recibió el nombre de NIN.TI (<<dama de la vida>>)
Algunos expertos ven en Adapa (el «hombre modelo» de Enki) al bíblico Adama, o Adán.
El doble significado del sumerio TI evoca también paralelismos bíblicos, pues ti podía significar tanto «vida» como «costilla», de manera que el nombre de Ninti podía significar tanto «dama de la vida» como «dama de la costilla».
La bíblica Eva -cuyo nombre significa «vida»- fue creada a partir de una costilla de Adán, por lo que, también Eva, resultaba ser una «dama de la vida» y una «dama de la costilla».
Como dadora de vida de dioses y del Hombre, se habló de Ninhursag como de la Diosa Madre.
Se le apodó «Mammu» -la precursora de «mamá»-, y su símbolo fue el «cortador», el instrumento Que usaban las comadronas en la antigüedad para cortar el cordón umbilical después del parto.
Enlil, el hermano y rival de Enki, tuvo la buena fortuna de conseguir ese «heredero legítimo» a través de su hermana Ninhursag.
El más joven de los dioses en la Tierra que había nacido en los cielos, tenía por nombre NIN.UR.TA («señor que completa la fundación»).
Fue «el heroico hijo de Enlil que partió con red y rayos de luz» para luchar por su padre; «el hijo vengador... que lanzaba rayos de luz».
Su esposa BA.U fue también enfermera o médico; su epíteto era el de «dama que a los muertos devuelve a la vida».
Las antiguas representaciones de Ninurta le muestran sujetando un arma única -sin duda, la que podía disparar «rayos de luz».
Los textos antiguos lo aclaman como a un poderoso cazador, un dios luchador famoso por sus habilidades marciales.
Pero su combate más heroico no lo entabló en nombre de su padre, sino en el suyo propio.
Fue una batalla a gran escala con un dios malvado llamado ZU («sabio»), y que tenía como precio nada menos que el liderazgo de los dioses en la Tierra; pues Zu había capturado ilegalmente las insignias y los objetos que Enlil había ostentado como Jefe de los Dioses.
Las tablillas que describen estos sucesos están en los inicios del relato, y la narración sólo se hace legible a partir del punto en el que Zu llega al E-Kur, el templo de Enlil.
Parece ser que es conocido y que debe de ostentar algún rango, pues Enlil le da la bienvenida, «confiándole la custodia de la entrada a su santuario».
Pero el «malvado Zu» iba a pagar su confianza con una traición, la de «la sustracción de la Enlildad» -la toma de posesión de los divinos poderes-«que él albergaba en su corazón».
Para ello, Zu tenía que tomar posesión de determinados objetos, incluida la mágica Tablilla de los Destinos.
El astuto Zu dio con la oportunidad cuando Enlil se desvistió para meterse en la piscina en su baño diario, dejando descuidada toda aquella parafernalia.
A la entrada del santuario,
que él había estado observando,
Zu espera el comienzo del día.
Cuando Enlil se estaba lavando con agua pura,
habiéndose quitado la corona
y habiéndola depositado en el trono,
Zu cogió en sus manos la Tablilla de los Destinos,
se llevó la Enlildad.
Mientras Zu estaba huyendo en su MU (traducido «nombre», pero indica una máquina voladora) hasta un escondrijo lejano, las consecuencias de su audaz acción comenzaron a tener efecto.
Se suspendieron las Fórmulas Divinas;
la quietud se esparció por todas partes; el silencio se impuso...
La brillantez del Santuario se desvaneció.
«El Padre Enlil enmudeció». «Los dioses de la tierra se fueron reuniendo uno a uno con las noticias».
El asunto era tan grave que incluso se informó a Anu en su Morada Celestial.
Anu analizó la situación y concluyó que Zu tenía que ser capturado para que devolviera las fórmulas.
Volviéndose «a los dioses, sus hijos», Anu preguntó: «¿Cuál de los dioses castigará a Zu? ¡Su nombre será el más grande de todos!»
Varios dioses, conocidos por su valor, fueron convocados.
Pero todos ellos señalaron que, habiéndose hecho con la Tablilla de los Destinos, Zu poseía ahora los mismo poderes que Enlil, de modo que «el que se le enfrente se convertirá en arcilla».
Entonces, Ea tuvo una gran idea: ¿Por qué no llamar a Ninurta para que acepte tan desesperado combate?
Los dioses reunidos se percataron de la ingeniosa picardía de Ea.
Estaba claro que las posibilidades de que la sucesión cayera en su propia descendencia se incrementarían si Zu era derrotado; pero también resultaría beneficiado si Ninurta resultaba muerto en el proceso.
Para sorpresa de los dioses, Ninhursag (en los textos llamada NIN.MAH -«gran dama») se mostró de acuerdo, y, dirigiéndose a su hijo Ninurta, le explicó que Zu no sólo le había robado a Enlil la Enlildad, sino también a él.
«Con chillidos de dolor di a luz», gritó, y fue ella la que «aseguré para mi hermano y para Anu» la continuidad de la «Realeza del Cielo».
Para que sus dolores no fueran en vano, Ninurta tenía que salir y luchar por la victoria:
Lanza tu ofensiva... captura al fugitivo Zu...
Que tu aterradora ofensiva se ensañe con él...
¡Córtale la garganta! ¡Vence a Zu!...
Que tus siete Vientos del mal vayan contra él...
Genera todo el Torbellino para atacarle...
Que tu Resplandor vaya contra él...
Que tus Vientos lleven sus Alas hasta un lugar secreto...
Que la soberanía vuelva a Ekur;
que las Fórmulas Divinas vuelvan
al padre que te engendró.
Las diversas versiones de este relato épico nos proporcionan, después, emocionantes descripciones de la batalla que vino a continuación.
Ninurta le disparó «flechas» a Zu, pero «las flechas no se podían acercar al cuerpo de Zu... mientras llevara en la mano la Tablilla de los Destinos de los dioses».
Las armas lanzadas «se detenían en mitad» de su vuelo.
Pero, mientras se desarrollaba la incierta batalla, Ea le aconsejó a Ninurta que añadiera un til-lum a sus armas, y que le disparara en los «piñones», o pequeñas ruedas dentadas, de las «alas» de Zu.
Siguiendo su consejo, y gritando «Ala con ala», Ninurta disparó el til-lum en los piñones de Zu.
Así alcanzado, los piñones empezaron a desmontarse y las «alas» de Zu cayeron dando vueltas.
Zu fue vencido, y las Tablillas del Destino volvieron a Enlil.
¿Quién era Zu?
¿Era, como algunos expertos sostienen, un «ave mitológica»?
Evidentemente, podía volar, pero también puede hacerlo hoy en día cualquier persona que coja un avión, o cualquier astronauta que se suba a una nave espacial.
También Ninurta podía volar, tan hábilmente como Zu (y, quizás, mejor).
Pero él no era un ave de ninguna clase, como dejan patente muchas representaciones que han quedado de él, solo o con su consorte BA.U (llamada también GULA).
Más bien, volaba con la ayuda de una extraordinaria «ave», que se guardaba en el recinto sagrado (el GIR.SU) de la ciudad de Lagash.
Zu no era un «ave»; parece ser que tenía a su disposición un «ave» en la que pudo huir para esconderse.
Más bien, fue desde dentro de estas «aves» que los dioses se enfrentaron en su batalla en el cielo.
Y no debería de haber duda en cuanto a la naturaleza del arma que, finalmente, hirió al «pájaro» de Zu. Llamada TIL en sumerio y til-lum en asirio, se escribía pictóricamente así: >--->-- , y debió significar entonces lo que til significa, hoy en día, en hebreo: «misil».
Así pues, Zu era un dios -uno de los dioses que intrigó para usurpar la Enlildad; un dios al que Ninurta, como legítimo sucesor, tenía todos los motivos para combatir.
¿Quién era Zu? ¿No sería MAR.DUK («hijo del montículo Puro»), el primogénito de Enki y de su esposa DAM.KI.NA, impaciente por apropiarse, mediante un ardid, de algo que no era legalmente suyo?
Existen razones para creer que, no habiendo podido tener un hijo con su hermana para generar así un contendiente legal para la En-lildad, Enki echó mano de su hijo Marduk.
De hecho, cuando a comienzos del segundo milenio a.C. toda la zona de Oriente Próximo se vio sacudida por grandes agitaciones sociales y militares, Marduk fue elevado en Babilonia al estatus de dios nacional de Sumer y Acad.
A Marduk se le proclamó Rey de los Dioses, en lugar de Enlil, y se requirió al resto de dioses que le prometieran fidelidad a él y que fueran a residir en Babilonia, donde sus actividades podrían ser fácilmente supervisables.
Esta usurpación de la Enlildad (mucho después del incidente con Zu) vino acompañada por un importante esfuerzo babilonio por falsificar los antiguos textos.
Se reescribieron y se alteraron los textos más importantes para hacer aparecer a Marduk como Señor de los Cielos, el Creador, el Benefactor, el Héroe, en vez de Anu, Enlil o, incluso, Ninurta.
Entre los textos alterados estaba el «Relato de Zu»; y, según la versión babilonia, fue Marduk (no Ninurta) el que luchó con Zu.
En esta versión, Marduk alardeó: «Mahasti moh il Zu» («He aplastado el cráneo del dios Zu»).
Así pues, Zu no pudo haber sido Marduk.
Ni tampoco hubiera tenido sentido que Enki, «Dios de las Ciencias», le hubiera dado indicaciones a Ninurta en cuanto a la elección y uso de la mejor arma, si el oponente hubiera sido su propio hijo, Marduk.
Enki, a juzgar por su conducta, así como por su recomendación a Ninurta de «corta la garganta de Zu», esperaba ganar algo con el combate, ya que no le importaba quién perdiera.
La única conclusión lógica es que también Zu debía de ser, de algún modo, un contendiente legal para la Enlildad.
Esto sólo nos sugiere a un dios: Nanna, el primogénito de Enlil, el que tuvo con su consorte oficial, Ninlil.
Pues, si Ninurta fuera eliminado, Nanna sería el siguiente en la línea sucesoria.
Nanna (diminutivo de NAN.NAR -«el brillante») nos resulta más conocido por su nombre acadio (o «semita»): Sin.
Como primogénito de Enlil, se le concedió la soberanía sobre la más conocida ciudad-estado de Sumer, UR («La Ciudad»).
Su templo en Ur recibió el nombre de E.GISH.NU.GAL («casa de la semilla del trono»).
Desde esa morada, Nanna y su consorte NIN.GAL («gran dama») llevaban los asuntos de la ciudad y sus gentes con gran benevolencia.
El pueblo de Ur sentía un gran afecto por sus divinos soberanos, llamando amorosamente a su dios «Padre Nanna», así como con otros apodos cariñosos.
La gente atribuía la prosperidad de Ur a Nanna.
Shulgi, un gobernante de Ur (por la gracia del dios) de finales del tercer milenio a.C, describía la «casa» de Nanna como «un gran establo henchido de abundancia», un «lugar opulento de ofrendas de pan», donde se multiplicaban las ovejas y se sacrificaban bueyes, un lugar de dulce música donde sonaban el pandero y el tambor.
Bajo la administración de su dios protector, Nanna, Ur se convirtió en el granero de Sumer, el suministrador de grano, así como de ovejas y ganado vacuno, de templos de todas partes.
Un «Lamento por la Destrucción de Ur» nos informa, en negativo, de lo que pudo ser Ur antes de su hundimiento:
En los graneros de Nanna no había grano.
Las comidas nocturnas de los dioses se suprimieron;
en sus grandes comedores, se terminaron el vino y la miel...
En el noble horno del templo, ya no se preparaban bueyes y ovejas;
el rumor ha cesado en el gran Sitio de los Grilletes de Nanna:
la casa donde se gritaban las órdenes para el buey su
silencio es sobrecogedor...
El agobiante mortero y su mano yacen inertes...
Las barcas de las ofrendas ya no llevan ofrendas...
No llevan ofrendas de pan a Enlil en Nippur.
El río de Ur está vacío, ya no hay gabarras en él...
No hay pies que recorran sus riberas; grandes hierbas crecen allí.
Otro lamento, donde se duele por los «rebaños que han sido entregados al viento», por los abandonados establos, por los pastores y vaqueros que se fueron, es de lo más inusual: no fue escrito por la gente de Ur, sino por el mismo dios Nanna y su esposa Ningal.
Estos y otros lamentos sobre la caída de Ur desvelan el trauma de un suceso inusual.
Los textos sumerios nos informan que Nanna y Ningal dejaron la ciudad antes de que su ruina fuera completa.
Fue una salida precipitada, descrita de forma conmovedora.
Nanna, que amaba su ciudad,
partió de la ciudad.
Sin, que amaba a Ur,
no pudo seguir en su Casa.
Ningal...
huyendo de su ciudad por territorio enemigo,
se puso precipitadamente un vestido,
partió de su Casa.
La caída de Ur y el exilio de sus dioses se explicó en los lamentos como la consecuencia de una decisión deliberada de Anu y Enlil.
Fue a estos dos a los que Nanna apeló para que cesara el castigo.
Que Anu, el rey de los dioses,
pronuncie: «Es suficiente»;
Que Enlil, el rey de las tierras,
decrete un destino favorable.
Apelando directamente a Enlil, «Sin llevó su dolido corazón a su padre; hizo una reverencia ante Enlil, el padre que le engendró» y le imploró:
Oh, padre mío que me engendraste,
¿hasta cuándo verás con hostilidad
mi reparación?
¿Hasta cuándo?...
Sobre el corazón oprimido que tú has hecho
vacilar como una llama,
por favor, deposita una mirada amable.
En ninguna parte desvelan los lamentos la causa de la ira de Anu y de Enlil.
Pero, si Nanna era Zu, el castigo habría justificado su crimen por usurpación. Pero, de verdad, ¿era Zu?
Ciertamente, pudo haber sido Zu, porque Zu poseía algún tipo de máquina voladora -el «ave» en la cual escapó y con la cual combatió a Ninurta.
Los salmos sumerios hablan con adoración de su «Barco del Cielo».
Padre Nannar, Señor de Ur...
cuya gloria en el sagrado Barco del Cielo está...
Señor, hijo primogénito de Enlil.
Cuando en el Barco del Cielo asciendes,
tú eres glorioso.
Enlil ha adornado tu mano
con un cetro eterno
cuando, sobre Ur, en el Barco Sagrado te subes.
Existen evidencias adicionales. El otro nombre de Nanna, Sin, se deriva de SU.EN, que era otra forma de pronunciar ZU.EN.
El mismo significado complejo de una palabra de dos sílabas se podía obtener poniendo las sílabas en cualquier orden: ZU.EN y EN.ZU eran palabras «espejo» una de otra.
Nanna/Sin como ZU.EN no era otro que EN.ZU («señor Zu»). Así pues, tenemos que llegar a la conclusión de que fue él el que intentó hacerse con la Enlildad.
Ahora podemos comprender por qué, a pesar de la sugerencia de Ea, el señor Zu (Sin) fue castigado, no con la ejecución, sino con el exilio.
Tanto los textos sumerios como las evidencias arqueológicas indican que Sin y su esposa huyeron a Jarán, la ciudad hurrita protegida por varios ríos y terrenos montañosos.
Vale la pena apuntar que, cuando el clan de Abraham, dirigido por su padre, Téraj, dejó Ur, también se dirigieron a Jarán, donde estuvieron por muchos años en su camino hacia la Tierra Prometida.
Aunque Ur siguió siendo durante todo el tiempo una ciudad dedicada a Nanna/Sin, Jarán debió ser su residencia durante bastante tiempo, pues se hizo a semejanza de Ur; sus templos, sus edificios y sus calles eran casi exactamente iguales.
André Parrot (Abraham et son temps) resume las similitudes diciendo que «todas las evidencias indican que el culto de Jarán no fue más que una réplica exacta del de Ur».
Cuando se descubrió el templo de Sin en Jarán -construido y reconstruido a lo largo del milenio-, durante unas excavaciones que duraron más de cincuenta años, se encontraron dos estelas (dos pilares de piedra conmemorativos) en los que sólo había una inscripción.
Era un registro dictado por Adadguppi, una suma sacerdotisa de Sin, sobre cómo rezaba y organizaba el retorno de Sin, pues, algún tiempo antes, Sin, el rey de todos los dioses, se enfureció con su ciudad y su templo, y subió al Cielo.
El hecho de que Sin, disgustado o desesperado, simplemente, «hiciera las maletas» y subiera al Cielo» viene corroborado por otras inscripciones.
En éstas, se nos cuenta que el rey asirio Assurbanipal recobró de ciertos enemigos un sagrado «sello cilindrico del más costoso jaspe» y que «lo mejoró dibujando sobre él una imagen de Sin».
Después, inscribió sobre la sagrada piedra «un elogio a Sin, y lo colgó alrededor del cuello de la imagen de Sin».
Ese sello pétreo de Sin debió de ser una reliquia de antaño, pues se dice más adelante que «es el sello en el cual su rostro fue dañado en aquellos días, durante la destrucción llevada a cabo por el enemigo».
Se cree que la suma sacerdotisa, que había nacido durante el reinado de Assurbanipal, era también de sangre real.
En sus súplicas a Sin, le proponía un práctico «acuerdo»: restablecer los poderes de Sin sobre sus adversarios a cambio de ayudar al hijo de ella, Nabunaid, a convertirse en soberano de Sumer y Acad.
Los archivos históricos confirman que, en el año 555 a.C, Nabunaid, entonces comandante de los ejércitos babilonios, fue nombrado por sus colegas militares para el trono.
Para esto, se decía que había sido ayudado directamente por Sin.
Sucedió, según nos dicen las inscripciones de Nabunaid, «en el primer día de su aparición» que Sin, utilizando «el arma de Anu», fue capaz de «tocar con un rayo de luz» los cielos y aplastar a los enemigos abajo en la Tierra.
Nabunaid mantuvo la promesa que su madre había hecho al dios.
Reconstruyó el templo de Sin, el E.HUL.HUL («casa de la gran alegría»), y declaró a Sin como Dios Supremo.
Es entonces cuando Sin pudo haber tomado en sus manos «el poder del cargo de Anu, esgrimir todo el poder del cargo de Enlil, asumir el poder del cargo de Ea, tomando así en sus propias manos todos los Poderes Celestiales».
Así, derrotando al usurpador Marduk, incluso haciéndose con los poderes del padre de Marduk, Ea, Sin asumía el título de «Creciente Divino» y establecía su reputación como el llamado Dios Luna.
¿Cómo pudo Sin, del que se dice que había vuelto al Cielo disgustado, realizar tales hazañas de vuelta a la Tierra?
Nabunaid, al confirmar que Sin se había «olvidado de su ira... y había decidido volver al templo Ehulhul», confirmó el milagro.
Un milagro «que no ha sucedido en el País desde los días de antaño» había tenido lugar:
una deidad «ha bajado del Cielo».
Éste es el gran milagro de Sin,
que no ha sucedido en el País
desde los días de antaño;
Que la gente del País
no ha visto, ni ha escrito
sobre tablillas de arcilla, para conservarlo para siempre:
que Sin,
Señor de todos los dioses y diosas,
residiendo en el Cielo,
ha bajado desde el Cielo.
Lamentablemente, no se aportan detalles del lugar y la manera en la cual Sin aterrizó de regreso a la Tierra.
Pero sabemos que fue en los campos que rodean Jarán que Jacob, en su viaje desde Canaán para encontrar una novia en el «viejo país», vio «una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles del Señor subían y bajaban por ella».
Al mismo tiempo que Nabunaid restauraba los poderes y los templos de Nanna/Sin, restauró también los templos y el culto de los hijos gemelos de Sin, IN.ANNA («dama de Anu») y UTU («el resplandeciente»).
Ambos eran hijos de Sin y de su esposa oficial, Ningal, siendo, así, por nacimiento, miembros de la Dinastía Divina.
Inanna era, técnicamente, la primogénita, pero su hermano gemelo, Utu, era el hijo primogénito, y, por tanto, el heredero dinástico legal.
A diferencia de la rivalidad que existía en el caso, similar, de Esaú y Jacob, los dos niños divinos crecieron muy unidos entre sí.
Compartían experiencias y aventuras, se ayudaban mutuamente, y cuando Inanna tuvo que elegir marido entre dos dioses, fue a su hermano en busca de consejo.
Inanna y Utu habían nacido en tiempos inmemoriales, cuando sólo los dioses habitaban la Tierra.
La ciudad dominio de Utu, Sippar, estaba entre las primeras ciudades que habían establecido los dioses en Sumer.
Nabunaid decía en una inscripción que, cuando emprendió la reconstrucción del templo de Utu, E.BABBARA («casa resplandeciente»), en Sippar:
Busqué su antigua plataforma-cimiento,
y profundicé dieciocho codos en el suelo.
Utu, el Gran Señor de Ebabbara...
me mostró personalmente la plataforma-cimiento
de Naram-Sin, hijo de Sargón, que durante 3.200 años
ningún rey antes que yo había visto.
Cuando la civilización floreció en Sumer, y el Hombre se unió a los dioses en el País Entre los Ríos, Utu estaba relacionado, principalmente, con la ley y la justicia.
Varios códigos legales primitivos, aparte de acogerse a Anu y a Enlil, se presentaron también en busca de aceptación y adhesión, porque fueron promulgados «de acuerdo con la palabra verdadera de Utu».
El rey babilonio Hammurabi inscribió su código legal en una estela en cuya parte superior se le representó a él recibiendo las leyes de manos del dios.
Muchas tablillas descubiertas en Sippar atestiguan la reputación de la ciudad en tiempos antiguos como lugar de leyes justas y buenas.
Algunos textos representan al mismo Utu juzgando a dioses y hombres; Sippar fue, de hecho, la sede del «tribunal supremo» de Sumer.
La justicia por la que abogaba Utu recuerda al Sermón de la Montaña que se registró en el Nuevo Testamento.
Una «tablilla de sabiduría» sugería que el siguiente comportamiento complacía a Utu:
Ni siquiera hagas daño a tu oponente;
al que te haga mal recompénsale con bien.
Hasta a tu enemigo, que se haga justicia...
No dejes que tu corazón sea inducido a hacer el mal...
Al que pida limosna,
dale alimentos para comer, dale vino para beber...
Sé servicial; haz el bien.
Por garantizar la justicia e impedir la opresión -y, quizás, por otras razones, como veremos más adelante-, Utu fue considerado el protector de los viajeros.
Sin embargo, los epítetos más habituales y duraderos que se le aplicaron a Utu tenían que ver con su resplandor.
Desde tiempos muy antiguos, se le llamó Babbar («el resplandeciente»).
Era «Utu, el que derrama una gran luz», el que «ilumina Cielo y Tierra».
Hammurabi, en su inscripción, llama al dios por su nombre acadio, Shamash, que en lenguas semitas significa «Sol».
De ahí, que los expertos aceptaran que Utu/Shamash fuera el mesopotámico Dios Sol.
Más adelante, mostraremos que, aunque a este dios se le asignara el Sol como homólogo celeste, hubo otro motivo para afirmar que «derramaba una brillante luz» cuando llevaba a cabo las tareas que le había asignado su abuelo Enlil.
Del mismo modo en que los códigos legales y los archivos judiciales son los certificados humanos de la presencia real entre las antiguas gentes de Mesopotamia de una deidad llamada Utu/Shamash, existen también innumerables inscripciones, textos, ensalmos, oráculos, oraciones y representaciones que atestiguan la existencia y la presencia física de la diosa Inanna, cuyo nombre acadio era Ishtar.
Un rey de Mesopotamia del siglo xiii a.C. decía haber reconstruido su templo en la ciudad de su hermano, Sippar, sobre unos cimientos que, en aquel momento, tenían ochocientos años de antigüedad.
Pero en su ciudad central, Uruk, los relatos sobre ella se remontaban a los tiempos de antaño.
Conocida por los romanos como Venus, por los griegos como Afrodita, Astarté para los cananeos y los hebreos, Ishtar o Eshdar para los asirios, babilonios, hititas y otros pueblos de la antigüedad, Inanna ,Innin o Ninni para los acadios y los sumerios, o por otros de sus muchos apodos o epítetos, ella fue, en todas las épocas, la Diosa de la Guerra y la Diosa del Amor, una mujer feroz y hermosa que, aun siendo nada más que la bisnieta de Anu, se ganó por sí misma y para sí misma un lugar importante entre los Grandes Dioses del Cielo y de la Tierra.
Como una diosa joven que era, al menos en apariencia, tenía asignado un dominio en una tierra lejana al este de Sumer, la Tierra de Aratta.
Fue allí donde «la noble, Inanna, reina de todo el país», tuvo su «casa».
Pero Inanna tenía ambiciones mayores. En la ciudad de Uruk se erguía el gran templo de Anu, ocupado por éste sólo durante sus ocasionales visitas de estado a la Tierra; e Inanna puso sus ojos en esta sede del poder.
Las listas de reyes sumerios dicen que el primer soberano no divino de Uruk fue Meshkiaggasher, hijo del dios Ütu a través de una madre humana.
A él le sucedió su hijo Énrnerkar, un gran rey sumerio. Inanna, por tanto, era la tía abuela de Enmerkar; y no tuvo demasiadas dificultades para persuadir a su sobrino nieto de que ella debía ser en verdad la diosa de Uruk, más que de la remota Aratta.
Un largo y fascinante texto llamado «Enmerkar y el Señor de Aratta» dice que Enmerkar envió emisarios a Aratta, utilizando todos los argumentos posibles en una «guerra de nervios», para obligar a Aratta a someterse, porque «el señor Enmerkar, que es el servidor de Inanna, la hizo reina de la Casa de Anu».
El poco claro final del relato épico insinúa un final feliz: aunque Inanna se mudó a Uruk, «no abandonó su Casa en Aratta».
Que terminara convirtiéndose en una «diosa itinerante» tampoco sería improbable, pues Inanna/Ishtar se la conoce en otros textos por ser una arriesgada viajera.
La ocupación del templo de Anu en Uruk no podría haber tenido lugar sin el conocimiento y el consentimiento de éste; y los textos nos dan unas marcadas pistas sobre cómo se obtuvo ese consentimiento.
Inanna no tardó en ser conocida como «Anunitum», un apodo que significa «amada de Anu».
A ella se refieren en los textos como «la sagrada amante de Anu»; y de todo esto se desprende que Inanna no sólo compartió el templo de Anu, sino también su cama -cada vez que venía a Uruk, o en las ocasiones en que ella subía a su Morada Celestial.
Después de maniobrar hasta conseguir la posición de diosa de Uruk y señora del templo de Anu, Ishtar recurrió al fraude para potenciar la posición de Uruk, así como sus propios poderes.
Lejos, Eufrates abajo, estaba la antigua ciudad de Eridú -el centro de Enki.
Siendo conocedora de los grandes conocimientos del dios en todo tipo de artes y ciencias de la civilización, Inanna tomó la decisión de rogar, pedir prestados o robar estos secretos.
Intentando utilizar, obviamente, sus «encantos personales», Inanna se las ingenió para visitar a su tío abuelo, Enki, a solas.
Este hecho no le pasó desapercibido a Enki, que instruyó a su maestresala para que preparara cena para dos.
Ven Isimud, mi maestresala, escucha mis instrucciones;
te he de decir algo, ten en cuenta mis palabras:
La doncella, completamente sola, ha dirigido sus pasos hacia el Abzu...
Que la doncella entre en el Abzu de Eridú,
dale de comer pasteles de cebada con mantequilla,
escánciale agua fría que refresque su corazón,
dale de beber cerveza...
Feliz y bebido, Enki estaba preparado para hacer cualquier cosa que le pidiese Inanna, y ésta, audazmente, le pidió las fórmulas divinas, que eran la base de una elevada civilización.
Enki le dio alrededor de un centenar de ellas, entre las que estaban las fórmulas divinas pertenecientes al señorío supremo, la Realeza, las funciones sacerdotales, las armas, los procedimientos legales, la escribanía, el trabajo de la madera e, incluso, el conocimiento de los instrumentos musicales y de la prostitución del templo.
Para cuando Enki despertó y se dio cuenta de lo que había hecho, Inanna ya estaba volviendo a Uruk.
Enki ordenó perseguirla con sus «terribles armas», pero fue en vano, pues Inanna se había ido a toda velocidad en su «Barco del Cielo».
Con bastante frecuencia, se representa a Ishtar como a una diosa desnuda; haciendo gala de su belleza, hay veces en que incluso se la representaba levantándose las faldas para mostrar las partes bajas de su anatomía.
Gilgamesh, soberano de Uruk alrededor del 2900 a.C, en parte humano y en parte divino, por ser hijo de hombre y diosa, también fue objeto de la seducción de Inanna, aun cuando, por aquel entonces, ella ya tenía un esposo oficial.
Habiéndose lavado después de una batalla y habiéndose puesto «un manto con flecos, sujeto con una faja», La gloriosa Ishtar posó sus ojos en su belleza.
«¡Ven, Gilgamesh, sé tu mi amante!
Ven, dame tu fruto.
Tú serás mi macho, yo seré tu hembra.»
Pero Gilgamesh sabía con quién estaba tratando.
«¿A cuál de tus amantes amaste para siempre?», le preguntó. «¿Cuál de tus acompañantes te complació en todo momento?»
Y, recitando una larga lista de sus amoríos, Gilgamesh se negó a complacerla.
Con el transcurso del tiempo, a medida que asumía rangos más elevados en el panteón, y con la responsabilidad de los asuntos de estado, Inanna/Ishtar comenzó a mostrar más cualidades marciales, y a menudo se la representó como una Diosa de la Guerra, armada hasta los dientes.
Las inscripciones dejadas por los reyes asirios relatan cómo iban a la guerra por ella y bajo sus órdenes, cómo les aconsejaba directamente cuándo esperar y cuándo atacar, cómo, en ocasiones, marchaba a la cabeza de los ejércitos, y cómo, en al menos una ocasión, concedió una teofanía y se apareció ante todas las tropas.
A cambio de su lealtad, ella les prometía a los reyes larga vida y éxito. «Desde una Cámara Dorada en los cielos te vigilaré», les aseguraba.
¿Acaso se convirtió en una amargada guerrera debido a que, también ella, pasó por malos momentos con el ascenso de Marduk a la supremacía?
Nabunaid dice en una de sus inscripciones: «Inanna de Uruk, la exaltada princesa que moraba en una nao dorada, que montaba sobre un carro de batalla del cual tiraban siete leones - los habitantes de Uruk cambiaron su culto durante el gobierno del rey Erba-Marduk, quitaron su nao y soltaron su tiro».
Inanna, según informaba Nabunaid, «tuvo que dejar, enfurecida, el E-Anna, y permaneció desde entonces en un lugar indecoroso» (que no nombra).
Buscando, quizás, combinar el amor con el poder, la muy cortejada Inanna eligió a su marido, DU.MU.ZI, un hijo menor de Enki.
Muchos textos antiguos tratan de los amores y las peleas de ambos.
Algunos de ellos son canciones de amor de gran belleza y vivida sexualidad.
Otros nos cuentan cómo Ishtar, a la vuelta de uno de sus viajes, se encontró a Dumuzi divirtiéndose en su ausencia.
Ella se las compuso para capturarlo y hacerlo desaparecer en el Mundo Inferior -un dominio gobernado por su hermana RESH.KLGAL y su consorte NER.GAL.
Algunos de los textos súmerios y acadios más famosos tratan del viaje de Ishtar al Mundo Inferior en busca de su desterrado amado.
De los seis hijos conocidos de Enki, tres fueron protagonistas de distintos relatos sumerios: el primogénito Marduk, que, con el tiempo, usurpó la supremacía; Nergal, que se convirtió en soberano del Mundo Inferior; y Dumuzi, que se casó con Inanna/Ishtar.
Enlil también tuvo tres hijos que jugaron importantes papeles tanto en asuntos divinos como humanos:
Ninurta, que, por ser hijo de Enlil y de su hermana Ninhursag, era su sucesor legal; Nanna/Sin, primogénito de Enlil con su esposa oficial Ninlil; y un hijo menor de Ninlil llamado ISH.KUR («montañoso», «lejana tierra montañosa»), al que, con más frecuencia, se le llamaba Adad («amado»).
Como hermano de Sin y tío de Utu e Inanna, Adad parece haberse sentido más en casa con ellos que en su propia casa.
Los textos sumerios los sitúan juntos constantemente.
En las ceremonias relacionadas con la visita de Anu a Uruk también se habla de los cuatro como un grupo.
Un texto, en el que se describe la entrada en la corte de Anu, afirma que a la sala del trono se llegaba a través del «pórtico de Sin, Shamash, Adad e Ishtar».
Otro texto, publicado por primera vez por V. K. Shileiko (Academia Rusa de la Historia de las Culturas), describe poéticamente a los cuatro mientras se retiran juntos por la noche.
Entre Adad e Ishtar parece haber habido la mayor de las afinidades, e incluso se les suele representar a los dos juntos, como en un relieve, en el que se muestra a un soberano asirio que es bendecido por Adad (que sostiene el anillo y el rayo) y por Ishtar, que sujeta su arco. (La tercera deidad está demasiado mutilada como para ser identificada.)
¿Fue esta «afinidad» algo más que una relación platónica, a la vista del «talante» de Ishtar?
Conviene señalar que en el bíblico Cantar de los Cantares, la juguetona muchacha llama a su amante dod -palabra que significa tanto «amante» como «tío».
Por tanto, ¿se le dio a Ishkur el nombre de Adad -una derivación de la palabra sumeria DA.DA- debido a que el tío era el amante?
Pero Ishkur no era sólo un playboy; era un dios poderoso, dotado por su padre Enlil con los poderes y prerrogativas de un dios de las tormentas.
Como tal, se le reverenció como el hurrita/hitita Teshub y el urarteo Teshubu («el que sopla el viento»), el amorita Ramanu («tronador»), el cananeo Ragimu («el que envía el granizo»), el indoeuropeo Buriash («hacedor de luz»), el semita Meir («el que ilumina» los cielos).
Una lista de dioses que se conserva en el Museo Británico, según Hans Schlobies (Der Akkadische Wettergott in Mesopotamien), aclara que Ishkur era, ciertamente, un señor divino en tierras muy lejanas de Sumer y Acad.
Como los textos sumerios revelan, esto no fue un accidente.
Parece ser que Enlil envió deliberadamente a su hijo menor para que se convirtiera en la «Deidad Residente» en las tierras montañosas del norte y el oeste de Mesopotamia.
¿Por qué Enlil alejó de Nippur a su hijo más joven y amado?
Se han encontrado diversos relatos épicos sumerios en los que se habla de las discusiones e, incluso, de las sangrientas luchas entre los dioses más jóvenes.
En muchos sellos cilindricos se representan escenas de dioses combatiendo entre sí y da la impresión de que la rivalidad original entre Enki y Enlil siguió adelante y se intensificó entre sus hijos, con ocasionales enfrentamientos también entre hermanos -un relato divino de Caín y Abel.
Algunas de estas batallas se llevaron a cabo contra una deidad llamada Kur -con toda probabilidad, Ishkur/Adad.
Esto podría explicar por qué Enlil estimó oportuno conceder a su hijo menor un lejano dominio, para mantenerle al margen de las peligrosas batallas sucesorias.
La posición de los hijos de Anu, Enlil y Enki, y de sus descendientes, en el linaje dinástico emerge con toda claridad a través de un dispositivo sumerio único: la asignación de un rango numérico a ciertos dioses.
El descubrimiento de este sistema revela también la afimación en el Gran Círculo de Dioses del Cielo y de la Tierra en el momento del florecimiento de la civilización sumeria. Nos encontraremos con que este Panteón Supremo estaba compuesto por doce deidades.
La primera pista de que se estaba aplicando un sistema numérico criptográfico a los Grandes Dioses llegó con el descubrimiento de que los nombres de los dioses Sin, Shamash e Ishtar eran a veces sustituidos en los textos por los números 30,20 y 15 respectivamente.
La unidad más alta del sistema sexagesimal sumerio -el 60- se le asignaba a Anu; Enlil «era» el 50; Enki, el 40; y Adad, el 10.
El número 10 y sus seis múltiplos dentro del número principal 60 se les asignaban a deidades masculinas, y parecería plausible que los números terminados en 5 se les asignaran a deidades femeninas.
A partir de aquí, nos encontramos con la siguiente
tabla criptográfica:
Masculino
60 - Anu
50 - Enlil
40 - Ea/Enki
30 - Nanna/Sin
20 - Utu/Shamash
10 - Ishkur/Adad
6 deidades masculinas
Femenino
55 - Antu
45 - Ninlil
35 - Ninki
25 - Ningal
15 - Inanna/Ishtar
5 – Ninhursag,
6 deidades femeninas
No debería de sorprendernos que a Ninurta se le asignara el número 50, como a su padre.
En otras palabras, su rango dinástico se transmitía en un mensaje criptográfico: si Enlil se va, tú, Ninurta, ocupas su lugar; pero, hasta entonces, no eres uno de los Doce, pues el rango del «50» está ocupado.
Tampoco debería de sorprendernos saber que, cuando usurpó la Enlildad, Marduk insistiera en que los dioses le otorgaran «los cincuenta nombres», dando a entender que el rango del «50» ahora era suyo.
Hubo otros muchos dioses en Sumer: hijos, nietos, sobrinas y sobrinos de los Grandes Dioses; hubo también varios centenares de dioses «de base», llamados anunnaki, a los que se les asignaban -por decirlo así- «tareas generales».
Pero sólo doce componían el Gran Círculo.
Ellos, sus relaciones familiares y, por encima de todo, la línea de sucesión dinástica se pueden consultar mejor si los observamos en un diagrama:
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