domingo, 4 de octubre de 2015

Parte 13: EL FIN DE TODA CARNE






El 12avo Planeta.
Parte 13: EL FIN DE TODA CARNE




ZECHARIA SITCHIN
1976, Nueva York, USA.











La insistente creencia del Hombre de que hubo una Edad Dorada en su prehistoria no se puede basar en recuerdos humanos, pues el acontecimiento había tenido lugar hacía demasiado tiempo y el Hombre era demasiado primitivo como para conservar cualquier información para generaciones futuras. 

Si la Humanidad retuvo de algún modo una sensación subconsciente de haber vivido en aquellos tempranos días en una era de tranquilidad y felicidad se debe, simplemente, a que el Hombre no conocía nada mejor. 

También se debe a que los relatos de esa Era no se los contaron a la Humanidad los hombres que les precedieron, sino los mismos nefilim.

El único relato completo de los acontecimientos que le acaecieron al Hombre después de su traslado a la Morada de los Dioses en Mesopotamia es el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén:

Y la Deidad Yahveh plantó un huerto
en Edén, en el este;
y puso allí al Adán
al cual había creado.
Y la Deidad Yahveh
hizo crecer del suelo
todo árbol que es agradable a la vista
y bueno para comer;
Y el Árbol de la Vida estaba en el huerto
y el Árbol del Conocimiento del bien y del mal...
Y la Deidad Yahveh tomó a Adán
y lo puso en el Jardín del Edén
para que lo trabajara y lo cuidara.
Y la Deidad Yahveh
mandó al Adán, diciendo:
«De cualquier árbol del huerto comerás;
pero del Árbol del Conocimiento del bien y del mal
no comerás de él;
pues a partir del día en que comas
sin duda morirás».

Aunque se podía disponer de dos frutos vitales, los terrestres tenían prohibido tomar el fruto del Árbol del Conocimiento. 

Hasta ese momento, a la Deidad no parecía preocuparle que el Hombre pudiera probar el Fruto de la Vida. 

Sin embargo, el Hombre no pudo respetar siquiera una prohibición tan sencilla, y devino la tragedia.

La idílica imagen no tardó en dar paso a unos acontecimientos dramáticos, que los eruditos bíblicos y los teólogos llaman la Caída del Hombre. 

Es un relato de mandatos divinos desobedecidos, de mentiras divinas, de una astuta (aunque veraz) Serpiente, del castigo y el exilio.

Apareciendo no se sabe de dónde, la Serpiente desafió las solemnes advertencias de Dios:

Y la Serpiente... dijo a la mujer:
«¿De verdad la Deidad os ha dicho
'No comáis de ningún árbol del huerto'?»
Y la mujer le dijo a la Serpiente:
«De los frutos de los árboles del huerto
podemos comer;
es del fruto del árbol que hay
en mitad del huerto que la Deidad ha dicho:
'No comeréis de él, ni lo tocaréis,
no sea que muráis».
Y la Serpiente le dijo a la mujer:
«De ningún modo, sin duda no moriréis;
es que la Deidad sabe bien
que el día que comiereis
los ojos se os abrirán
y seríais como la Deidadconocedores
del bien y el mal».
Y la mujer vio que el árbol era bueno para comer
y que era apetecible de contemplar;
y el árbol era deseable para lograr sabiduría;
y tomó de su fruto y comió,
y dio también a su pareja, y él comió.
Y los ojos de ambos se abrieron,
y supieron que estaban desnudos;
y cosieron hojas de higuera,
y se hicieron taparrabos.

Leyendo y releyendo el conciso, aunque preciso, relato, uno no puede evitar preguntarse de qué iba todo este asunto. 

A pesar de la prohibición, bajo amenaza de muerte, de tocar siquiera el Fruto del Conocimiento, los dos terrestres son persuadidos para dar el paso y comerse aquello que les permitiría «conocer» como la Deidad. 

Y, sin embargo, todo lo que sucedió fue que, repentinamente, se dieron cuenta de que estaban desnudos.

De hecho, el estado de desnudez es un aspecto importante en todo este incidente. 

El relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén se inicia con la afirmación: «Y ambos estaban desnudos, el Adán y su compañera, y no estaban avergonzados». 

Tenemos que comprender que ambos estaban en un estadio del desarrollo humano inferior al de unos seres humanos plenamente desarrollados: no sólo estaban desnudos, sino que no eran conscientes de las implicaciones de tal desnudez.

Un examen ulterior del relato bíblico sugiere que el tema tratado aquí es el de la adquisición del Hombre de alguna proeza sexual. 

El «conocimiento» que se le impedía al Hombre no era algún tipo de información científica, sino algo relacionado con el sexo masculino y femenino; pues, tan pronto como el Hombre y su compañera adquirieron el «conocimiento», «supieron que estaban desnudos» y se cubrieron los órganos genitales.

Lo que aparece a continuación en la narración bíblica confirma la conexión entre la desnudez y la falta de conocimiento, pues la Deidad no se demora nada en asociar una cosa con otra:

Y ellos oyeron el sonido de la Deidad Yahveh
caminando en el huerto con la brisa del día,
y el Adán y su compañera se escondieron
de la Deidad Yahveh entre los árboles del huerto.
Y la Deidad Yahveh llamó al Adán
y dijo: «¿Dónde estás?».
Y él respondió:
«Tu sonido oí en el huerto
y tuve miedo, pues estoy desnudo;
y me escondí».
Y Él dijo:
«¿Quién te ha dicho que estás desnudo?
¿Acaso has comido del árbol
del que te mandé que no comieras?».

Admitiendo la verdad, el Trabajador Primitivo echó la culpa a su compañera, quien, a su vez, culpó a la Serpiente. 

Enormemente enojado, la Deidad maldijo a la Serpiente y a los dos terrestres. Después -sorprendentemente- «la Deidad Yahveh hizo para Adán y su mujer prendas de pieles, y los vistió».

No se puede suponer, con un mínimo de seriedad, que el propósito de todo el incidente -que llevó a la expulsión de los terrestres del Jardín del Edén- fuera explicar de una forma dramática de qué forma acabó por vestirse el Hombre. 

Ponerse ropa no era más que una manifestación externa del nuevo «conocimiento». 

La adquisición de tal «conocimiento», y los intentos de la Deidad por privar al Hombre de él, son los temas centrales de los acontecimientos.

Aunque no se ha encontrado todavía ningún homólogo mesopotámico del relato bíblico, poca duda puede haber de que el relato, como todo el material bíblico relativo a la Creación y a la prehistoria del Hombre, tenía un origen sumerio. 

Tenemos el emplazamiento: la Morada de los Dioses en Mesopotamia. 

Tenemos el revelador juego de palabras en el nombre de va (<<ella de.vida», «ella de costilla»). 

Y tenemos dos árboles importantes, el Árbol del Conocimiento y el Árbol de la Vida, como en la morada de Anu.

Incluso las palabras de la Deidad reflejan un origen sumerio, pues la Deidad hebrea única se vuelve a deslizar en el plural, dirigiéndose a colegas divinos que no aparecen en la Biblia, sino en los textos sumerios:

Entonces dijo la Deidad Yahveh:
«He aquí, el Adán ha venido a ser como uno de nosotros,
a conocer el bien y el mal.
Y ahora, ¿no podría alargar la mano
y tomar parte también del Árbol de la Vida,
y comer, y vivir para siempre?».
Y la Deidad Yahveh expulsó al Adán
del huerto del Edén.

Como se puede ver en muchas representaciones sumerias primitivas, hubo un tiempo en que el Hombre, como Trabajador Primitivo, servía a sus dioses en cueros. 

Estaba desnudo, tanto si servía a los dioses su comida y su bebida, como si trabajaba en los campos o en labores de construcción.

La implicación clara es que el estatus del Hombre con relación a los dioses no era muy diferente del de los animales domésticos. 

Los dioses no habían hecho más que mejorar un animal existente para satisfacer sus necesidades. 

¿Acaso la falta de «conocimiento» no significaría que, desnudo como un animal, el recién creado ser se dedicaba al sexo como, o con, los animales? 

Algunas representaciones primitivas indican que éste pudo ser el caso.

Textos sumerios como «La Epopeya de Gilgamesh» sugieren que el comportamiento en la relación sexual era lo que marcaba la distinción entre el Hombre-salvaje y el Hombre-humano. 

Cuando el pueblo de Uruk quiso civilizar al salvaje Enkidu -«el bárbaro de las profundidades de las estepas»- se hicieron con los servicios de una «chica de placer» y la enviaron para que se encontrara con Enkidu en el hoyo de agua en el que solía entablar amistad con otros animales, para ofrecerle allí su «madurez».

El texto da a entender que el punto crucial del proceso de «civilización» de Enkidu fue el que los animales con los que había entablado amistad le rechazaran a él. 

El pueblo de Uruk le dijo a la chica que lo importante era que no dejara de invitarlo a aquel «trabajo de mujer» hasta que «las bestias salvajes que crecían en su estepa lo rechazaran». 

El prerrequisito para considerar que Enkidu se había hecho humano era que dejara la sodomía.

La muchacha liberó sus bestias, se desnudó el busto,
y él tomó posesión de la madurez de ella...
Ella invitó al salvaje a un trabajo de mujer.

Aparentemente, la estratagema funcionó. Después de seis días y siete noches, «después de que él se llenara de los encantos de ella», se acordó de sus antiguos compañeros de juegos.

Se volvió hacia sus bestias salvajes; pero,
al verlo, las gacelas huyeron.
Las bestias salvajes de la estepa
se alejaron de su cuerpo.

La afirmación es explícita. La relación sexual humana provocó un cambio tan profundo en Enkidu que los animales con los que tenía amistad «se alejaron de su cuerpo». No sólo huyeron, sino que también rehuyeron el contacto físico con él.

Asombrado, Enkidu se quedó inmóvil durante un rato, «pues sus animales salvajes se habían ido». Pero no lamentó el cambio, pues, como explica el antiguo texto:

Ahora tenía visión, una comprensión más amplia... La prostituta le dice a él, a Enkidu:

«Tienes conocimiento, Enkidu;
¡te has hecho como un dios!».

Las palabras en este texto mesopotámico son casi idénticas a las del relato bíblico de Adán y Eva. 

Tal como había predicho la Serpiente, al comer del Árbol del Conocimiento, se habían hecho -en materia sexual- «como la Deidad -conocedores del bien y el mal».

Si esto tan sólo significa que el Hombre había llegado a reconocer que tener relaciones sexuales con animales era incivilizado o malo, ¿por qué Adán y Eva fueron castigados por abandonar la sodomía? 

El Antiguo Testamento está repleto de admoniciones contra la sodomía, y es inconcebible que el aprendizaje de una virtud pudiera provocar la cólera divina.

El «conocimiento» que el Hombre obtuvo en contra de los deseos de la Deidad -o de una de las deidades debe haber sido de una naturaleza más profunda. 

Era algo bueno para el Hombre, pero algo que sus creadores no deseaban que tuviera.

Hemos leído detenidamente entre líneas la maldición contra Eva para captar el significado del acontecimiento:

Y a la mujer le dijo:
«Multiplicaré enormemente tus sufrimientos
por tu embarazo.
Sufriendo tendrás los hijos,
pero para tu compañero será tu deseo»...
Y el Adán llamó a su mujer «Eva»,
pues ella fue la madre de todos los vivientes.

Éste es, ciertamente, el acontecimiento trascendental que se nos transmite en el relato bíblico; mientras Adán y Eva carecieron de «conocimiento», vivieron en el Jardín del Edén sin descendencia. 

Al obtener el «conocimiento», Eva consiguió la capacidad (y el dolor) de quedarse embarazada y tener hijos.

Soló después de que la pareja hubiera adquirido este «conocimiento», «Adán conoció a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín».

A lo largo de todo el Antiguo Testamento, el término «conocer» se utiliza para significar la relación sexual, normalmente entre un hombre y su esposa, con el propósito de tener hijos. 

El relato de Adán y Eva en el Jardín del Edén es la historia de un paso crucial en el desarrollo del Hombre: la adquisición de la capacidad de procrear.

No debería de sorprendernos que los primeros representantes del Homo sapiens no fueran capaces de reproducirse. 

Fuera cual fuera el método que utilizaran los nefilim para infundir su material genético en la estructura biológica de los homínidos que seleccionaran para éste objetivo, el nuevo ser no dejaría de ser un híbrido, un cruce entre dos especies que, aunque emparentadas, eran diferentes. 

Al igual que la muía (un cruce de yegua y asno), los mamíferos híbridos son estériles. 

A través de la inseminación artificial e, incluso, de métodos más sofisticados de ingeniería biológica, podemos producir antas mulas como deseemos, incluso sin la relación sexual entre asno y yegua; pero ninguna mula puede procrear y engendrar otra mula.

¿No será que, al principio, los nefilim se dedicaban simplemente a producir «mulas humanas» para satisfacer sus requerimientos?

En las montañas del sur de Elam, se encontró una roca tallada en la que hay una escena que nos despierta la curiosidad. 

En ella, hay una deidad sentada que sostiene un matraz «de laboratorio» del cual fluye un líquido -una representación familiar de Enki. 

Junto a él, hay una Gran Diosa también sentada, postura que indica que se trata de una colaboradora más que de una esposa; no podía ser otra que Ninti, la Diosa Madre o Diosa del Nacimiento. 

Ambos están flanqueados por diosas menores -una reminiscencia de las diosas del nacimiento de los relatos de la Creación. 

Delante de estos creadores del Hombre hay filas y filas de seres humanos, cuyo rasgo más notable es que todos ellos parecen iguales -como hechos en un mismo molde.

Un relato sumerio atrae, una vez más, nuestra atención. 

Es el relato de los machos y las hembras imperfectos que engendraron en sus inicios Enki y la Diosa Madre, seres que o bien no tenían sexo o eran sexualmente incompletos. 

¿Estará recordando este texto la primera fase de la existencia del híbrido Hombre, un ser a imagen y semejanza de los dioses, pero sexualmente incompleto, carente de «conocimiento»?

Después de que Enki se las ingeniara para hacer un «modelo perfecto» -Adapa/Adán-, en los textos sumerios se describen técnicas de «producción en masa»: la implantación de óvulos genéticamente tratados en una «producción en línea» de diosas del nacimiento, sabiendo de antemano que la mitad engendrarían varones y la otra mitad hembras. 

Esto no sólo está hablando de la técnica por la cual el híbrido Hombre fue «manufacturado»; también implica que el Hombre quizás no procreara por sí mismo.

Se ha descubierto recientemente que la incapacidad de los híbridos para procrear proviene de un déficit en las células reproductoras. 

Aunque todas las células contienen sólo una serie de cromosomas hereditarios, el Hombre y otros mamíferos pueden reproducirse porque tienen dos series de cromosomas en sus células sexuales (el esperma masculino y el óvulo femenino). 

Pero los híbridos carecen de este rasgo único. En la actualidad, se están haciendo pruebas en ingeniería genética para proporcionar a los híbridos una doble serie de cromosomas en sus células reproductoras, con el fin de hacerlos sexualmente «normales».

¿Fue eso lo que el dios cuyo epíteto era «La Serpiente» hizo con la Humanidad?

La Serpiente bíblica no era, claro está, una humilde y literal serpiente, pues pudo conversar con Eva, sabía la verdad acerca del tema del «conocimiento» y debía tener la suficiente categoría como para no vacilar en dejar por mentiroso a la deidad. 

Recordemos que, en todas las tradiciones de la antigüedad, la deidad jefe combatía con un adversario Serpiente -un cuento cuyas raíces se remontan, indudablemente, a los dioses sumerios.

El relato bíblico revela muchas pistas de su origen sumerio, incluida la presencia de otras deidades: «El Adán se ha hecho como uno de nosotros». 

La posibilidad de que los antagonistas bíblicos -la Deidad y la Serpiente- sean Enlil y Enki se nos antoja del todo posible.

Como hemos descubierto, su antagonismo se origina en el momento de la transferencia del mando de la Tierra a Enlil, aunque Enki había sido el verdadero pionero. 

Mientras Enlil estaba en el confortable Centro de Control de la Misión de Nippur, Enki fue enviado a organizar las operaciones mineras del Mundo Inferior. 

El motín de los anunnaki fue dirigido contra Enlil y contra su hijo, Ninurta; el dios que habló a favor de los amotinados fue Enki. 

También fue Enki el que sugirió, y llevó a cabo, la creación de los Trabajadores Primitivos; Enlil tuvo que usar la fuerza para obtener algunas de estas maravillosas criaturas. 

A medida que los textos sumerios van tomando nota del curso de los acontecimientos humanos, Enki emerge, por regla general, como el protagonista de la Humanidad, mientras que Enlil es el que le impone disciplina a los nuevos seres, cuando no se convierte en su claro antagonista. 

El papel de una deidad que desea mantener a los nuevos seres humanos sexualmente reprimidos, y el de una deidad que desea y es capaz de ofrecerle a la Humanidad el fruto del «conocimiento», les encajan a la perfección a Enlil y a Enki respectivamente.

Una vez más, los juegos de palabras sumerios y bíblicos vienen en nuestra ayuda. 

La palabra bíblica para «Serpiente» es nahash. 

Pero esta palabra proviene de la raíz NHSH, que significa «descifrar, descubrir»; de manera que nahash también podría significar «el que puede descifrar, el que descubre cosas», un epíteto correspondiente a Enki, el científico jefe, el Dios del Conocimiento de los nefilim.

Trazando paralelismos entre el relato mesopotámico de Adapa (que obtuvo el «conocimiento», pero fracasó en conseguir la vida eterna) y el destino de Adán, S. Langdon (Semitic Mythology) reprodujo una imagen descubierta en Mesopotamia que trasluce fuertemente el relato bíblico: una serpiente enroscada en un árbol, señalando su fruto. 

Los símbolos celestes son significativos: en lo alto está el Planeta del Cruce, que simboliza a Anu; cerca de la serpiente esta el creciente de la Luna, que simboliza a Enki.

Más relevante para nuestros descubrimientos es el hecho de que, en los textos mesopotámicos, el dios que finalmente concedía el «conocimiento» a Adapa no era otro más que Enki: Una considerable comprensión perfeccionó para él...

La sabiduría [le había dado]...
A él le había dado Conocimiento;
La Vida Eterna no se la había dado.

Existe una historia ilustrada, grabada en un sello cilindrico encontrado en Mari, que es muy posible que represente una antigua versión mesopotámica del relato del Génesis. 

El grabado muestra a un gran dios sentado en un terreno elevado que emerge de las aguas -una representación obvia de Enki. 

Unas serpientes que echan chorros de agua salen de ambos lados del «trono».

Flanqueando a esta figura central, hay dos dioses con aspecto de árbol. 

El de la derecha, que tiene ramas que terminan con forma de pene, sostiene un cuenco donde, presumiblemente, se encuentra el Fruto de la Vida. 

El de la izquierda, cuyas ramas terminan en forma de vagina, ofrece ramas cargadas de fruto, representando al Árbol del «Conocimiento» -el don de la procreación dado por el dios.

Al lado de esta figura, de pie, hay otro Gran Dios; creemos que se trata de Enlil. 

Su enfado con Enki es obvio.

Nunca sabremos lo que provocó este «conflicto en el Jardín del Edén». Pero, fueran cuales fueran los motivos de Enki, consiguió perfeccionar al Trabajador Primitivo y crear al Homo sapiens, que, a partir de entonces, tendría su propia descendencia.

Después de que el Hombre adquiriera el «conocimiento», el Antiguo Testamento deja de referirse a él como «el Adán», y toma al sujeto, Adán, una persona concreta, como el primer patriarca de la línea del pueblo del que se ocupa la Biblia. 

Pero esta mayoría de edad de la Humanidad marcó también un cisma entre Dios y el Hombre.

La separación de caminos, donde el Hombre ya no era un siervo mudo de los dioses, sino una persona que se cuidaba de sí misma, no se atribuye en el Libro del Génesis a una decisión del Hombre mismo, sino a la imposición de un castigo por parte de la Deidad: para que el terrestre no consiga escapar de la mortalidad, se le expulsará del Jardín del Edén. 

Según estas fuentes, la existencia independiente del Hombre no comenzó en el sur de Mesopotamia, donde los nefilim habían establecido sus ciudades y huertos, sino en el este, en los Montes Zagros: «Y expulsó al Adán y le hizo vivir al este del Jardín del Edén».

Así pues, una vez más, la información bíblica se acopla a los descubrimientos científicos: la cultura humana comenzó en las zonas montañosas que bordean la llanura mesopotámica. 

¡Qué lástima que la narración bíblica sea tan breve, pues trata de lo que fue la primera vida civilizada del Hombre en la Tierra!

Arrojado de la Morada de los Dioses, condenado a una vida mortal, pero capaz de procrear, el Hombre se dedicó precisamente a eso. 

El primer Adán de cuyas generaciones se ocupa el Antiguo Testamento «conoció» a su mujer Eva, y tuvieron un hijo, Caín, que labraba la tierra. 

Después, Eva tuvo a Abel, que era pastor.

Insinuando a la homosexualidad como causa, la Biblia dice que «Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató».

Temiendo por su vida, la Deidad le dio una señal protectora a Caín y le ordenó que se fuera más hacia el este. 

Al principio, llevó una vida nómada hasta que, finalmente, se estableció en «el País de la Emigración, bastante al este de Edén». 

Allí tuvo un hijo al que llamó Henoc («inauguración»), «y construyó una ciudad, y le puso por nombre a la ciudad el nombre de su hijo». 

Henoc, a su vez, tuvo hijos, nietos y bisnietos. 

En la sexta generación después de Caín, nació Lámek; a sus tres hijos se les considera en la Biblia como los portadores de la civilización: Yabal «fue el padre de los que habitan en tiendas y crían ganado»; Yubal «fue el padre de los que tocan la lira y el arpa»; Túbal Caín fue el primer herrero.

Pero Lámek, al igual que su antepasado Caín, también se vio involucrado en el asesinato -esta vez de un hombre y de un muchacho. 

Se puede afirmar con seguridad que las víctimas no eran unos humildes extraños, pues el Libro del Génesis le da vueltas al incidente y lo considera un punto crucial en el linaje de Adán. 

La Biblia dice que Lámek llamó a sus dos esposas, madres de sus tres hijos, y les confesó el doble asesinato, diciendo: «Si Caín es siete veces vengado, Lámek será setenta y siete veces». 

Habría que aceptar que esta poco comprendida afirmación tenía que ver con la sucesión; Lámek parece admitir ante sus esposas que la esperanza de que la maldición de Caín quedará redimida con la séptima generación (la generación de sus hijos) se ha quedado en nada. 

Ahora, una nueva maldición, una maldición mucho más duradera, se le ha impuesto a la casa de Lámek.

Para confirmar que el acontecimiento tenía que ver con la línea de sucesión, los versículos siguientes nos informan del establecimiento inmediato de un nuevo linaje, de un linaje puro:

Y Adán conoció a su mujer de nuevo
y ella dio a luz un hijo
y le puso por nombre Set [«fundación»],
pues la Deidad ha fundado para mí
otra semilla en lugar de Abel, al que mató Caín.

A partir de aquí, el Antiguo Testamento pierde todo el interés en Ja corrompida línea de Caín y de Lámek. 

El relato en curso de los acontecimientos humanos se fija, a partir de entonces, en el linaje de Adán a través de su hijo Set y el primogénito de Set, Enós, cuyo nombre ha adquirido en hebreo la connotación genérica de «ser humano». 

«Fue entonces», nos dice el Génesis, «cuando se comenzó a invocar el nombre de la Deidad».

Esta enigmática afirmación ha desconcertado a los eruditos bíblicos y a los teólogos a lo largo de los siglos.

Viene seguido por un capítulo en que se da la genealogía de Adán a través de Set y Enós a lo largo de diez generaciones y finalizando con Noé, el héroe del Diluvio.

Los textos sumerios, que describen los tiempos primitivos, cuando los dioses estaban solos en Sumer, describen con igual precisión la vida de los humanos en Sumer en un tiempo posterior, pero antes del Diluvio.

El relato sumerio (el original) del Diluvio tiene por «Noé» a un «Hombre de Shuruppak», la séptima ciudad fundada por los nefilim cuando llegaron a la Tierra.

Así pues, en algún momento, a los seres humanos -desterrados del Edén- se les permitió volver a Mesopotamia para vivir junto a los dioses, para servirles y adorarles. 

Según interpretamos la afirmación bíblica, esto debió suceder en tiempos de Enós. 

Debió de ser entonces cuando los dioses permitieron a la Humanidad volver a Mesopotamia, para servir a los dioses «e invocar el nombre de la deidad».

Ansiando entrar en el siguiente acontecimiento épico de la saga humana, el Diluvio, el Libro del Génesis nos da poca información, aparte de los nombres, de los patriarcas que siguieron a Enós. 

Pero el significado del nombre de cada patriarca puede darnos algún atisbo de los acontecimientos que tuvieron lugar durante el tiempo que vivieron.

El hijo de Enós, a través del cual continuó el linaje puro, fue Cainán («pequeño Caín»); algunos estudiosos traducen el nombre por «herrero del metal». 

El hijo de Cainán fue Mahalalel («el que alaba a dios»). 

Éste fue seguido por Jared («el que descendió»); su hijo fue Henoc («el consagrado»), que a la edad de 365 años se lo llevó la Deidad. 

Pero trescientos años antes, a la edad de 65 años, Henoc tuvo un hijo llamado Methuselah; muchos expertos, siguiendo a Lettia D. Jeffreys (Ancient Hebrew Names: Their Significance and Histórica! Valué), traducen Methuselah como «hombre del proyectil», «del misil».

El hijo de Methuselah se llamó Lámek, que significa «el que se humilló». 

Y Lámek engendró a Noah («respiro»), diciendo: «Que éste nos consuele de nuestro trabajo y del sufrimiento de nuestras manos por causa de la tierra que maldijo la deidad».

Parece ser que la Humanidad estaba pasando por grandes privaciones cuando nació Noé. 

Los afanes y el duro trabajo no llevaban a ninguna parte, pues la Tierra, que tenía que alimentarles, estaba maldita. 

El escenario del Diluvio estaba montado -el trascendental acontecimiento que iba a borrar de la faz de la Tierra no sólo a la raza humana sino a toda la vida en la tierra y en los cielos.

Y la Deidad vio que la maldad del Hombre
era grande en la tierra,
y que todo deseo que ideaba su corazón
era sólo mal, todos los días.
Y la Deidad se arrepintió de haber hecho al Hombre
sobre la tierra, y Su corazón se apenó.
Y la Deidad dijo:
«Exterminaré al terrestre que he creado
de la faz de la tierra».

Son, éstas, graves acusaciones, presentadas como justificación para unas drásticas medidas que tenían que llevar al «fin de toda carne». 

Pero carecen de especificidad, y ni estudiosos ni teólogos encuentran respuestas satisfactorias en lo referente a los pecados o «violaciones» que pudieran haber disgustado tanto a la Deidad.

El uso insistente del término carne, tanto en los versículos acusatorios como en las proclamaciones del juicio, sugiere, claro está, que las corrupciones y las violaciones tenían que ver con la carne. 

La Divinidad estaba apenada por el mal «deseo que ideaba el Hombre». 

Parece ser que el Hombre había descubierto el sexo, y se había convertido en un maníaco sexual.

Pero resulta difícil de aceptar que la Divinidad decidiera barrer a la Humanidad de la faz de la Tierra, simplemente, porque los hombres hacían demasiado el amor con sus esposas. 

Los textos mesopotámicos hablan libre y elocuentemente del sexo y del acto sexual entre los dioses.

Hay textos en los que se describe el tierno amor entre los dioses y sus consortes, el amor ilícito entre una doncella y su amante, o el amor violento (como cuando Enlil violó a Ninlil). 

En muchísimos textos se habla del acto sexual y de la relación sexual entre los dioses, con sus consortes oficiales o con concubinas no oficiales, con sus hermanas, con sus hijas e, incluso, con sus nietas (hacer el amor con estas últimas era el pasatiempo favorito de Enki). 

Los dioses difícilmente se habrían vuelto contra la Humanidad por comportarse como ellos mismos se comportaban.

Nos da la impresión de que el móvil de la Deidad no era meramente una cuestión de moral humana. 

La mayor parte del disgusto venía provocada porque la corrupción se estaba difundiendo entre los mismos dioses.

Visto bajo esta luz, el significado de los desconcertantes versículos iniciales del capítulo 6 del Génesis quedaría claro:

Y sucedió,
cuando los terrestres comenzaron a crecer en número
sobre la faz de la Tierra,
y les nacieron hijas,
que los hijos de los dioses
vieron que las hijas de los terrestres
eran compatibles;
y tomaron para sí
por esposas a las que eligieron.

Estos versículos dejan claro que, cuando los hijos de los dioses empezaron a relacionarse sexualmente con la descendencia de los terrestres, fue cuando la Deidad grito: «¡Basta!»

Y la Deidad dijo:
«Mi espíritu no protegerá al Hombre para siempre;
después de extraviarse, él no es más que carne».

Esta frase ha sido un enigma durante milenios. Pero, leída a la luz de nuestras conclusiones, referentes a la manipulación genética que puso en marcha la creación del Hombre, estos versículos traen un mensaje para nuestros propios científicos. 

El «espíritu» de los dioses -su perfeccionamiento genético de la Humanidad estaba empezando a deteriorarse. 

La Humanidad se había «extraviado», volviendo a ser, de este modo, «nada más que carne» -más cerca de sus orígenes animales, simios.

Ahora podemos comprender el énfasis que pone el Antiguo Testamento en la distinción entre Noé, «un hombre justo... puro en sus genealogías», y «toda la tierra que estaba corrupta». 

Al casarse con hombres y mujeres de pureza genética decreciente, los dioses estaban cayendo también en el deterioro. 

Al señalar que sólo Noé seguía siendo genéticamente puro, el relato bíblico justifica la contradicción de la Deidad: después de decidir borrar toda vida de la faz de la Tierra, decidió salvar a Noé y a sus descendientes, y a «todo animal puro», y otras bestias y aves, «para que sobreviva la simiente de toda la faz de la tierra».

El plan de la Divinidad para frustrar su propio objetivo inicial consistió en avisar a Noé de la llegada de la catástrofe, y dirigirle en la construcción de un arca que portara a la gente y a las criaturas que había que salvar.

La noticia se le dio a Noé siete días antes y, de algún modo, se las apañó para construir el arca e impermeabilizarla, recoger a todas las criaturas y subirlas a bordo, junto con su familia, y para aprovisionar el arca en el tiempo previsto. 

«Y sucedió, después de siete días, que las aguas del Diluvio vinieron sobre la tierra». 

Lo que sucedió lo describe mejor la Biblia con sus propias palabras:

Aquel día,
eventaron todas las fuentes del gran abismo,
y las compuertas de los cielos se abrieron...
Y el Diluvio estuvo cuarenta días sobre la Tierra,
y las aguas crecieron y levantaron el arca,
y se elevó por encima de la tierra.
Y las aguas se hicieron más fuertes
y crecieron enormemente sobre la tierra,
y el arca flotó sobre las aguas.
Y las aguas se hicieron excesivamente fuertes sobre la
tierra y todas las montañas altas fueron cubiertas,
aquellas que están bajo todos los cielos:
quince codos por encima de ellas imperó el agua,
y las montañas fueron cubiertas.
Y toda carne pereció...
desde el hombre hasta los ganados y hasta las cosas reptantes
y las aves del cielo
fueron barridos de la Tierra;
y sólo quedó Noé,
y los que estaban con él en el arca.
Las aguas imperaron sobre la Tierra 150 días cuando la Divinidad…
hizo pasar un viento sobre la Tierra,
y las aguas se calmaron.
Y las fuentes del abismo se cerraron,
al igual que las compuertas de los cielos;
y la lluvia del cielo cesó.
Y las aguas comenzaron a retroceder sobre la Tierra,
yendo y viniendo.
Y después de ciento cincuenta días,
las aguas habían menguado;
y el arca descansaba sobre los Montes de Ararat.

Según la versión bíblica, la ordalía de la Humanidad comenzó «en el año seiscientos de la vida de Noé, en el segundo mes, en el decimoséptimo día del mes». 

El arca descansó sobre los Montes de Ararat «en el séptimo mes, en el decimoséptimo día del mes». 

El aumento de las aguas y su gradual «retroceso» -lo suficiente como para que el descenso de nivel permitiera que el arca se posara sobre los picos de Ararat- llevó, por tanto, cinco meses enteros. 

Después, «las aguas siguieron bajando, hasta que los picos de las montañas» -y no sólo los altísimos Ararats- «pudieron verse en el undécimo día del décimo mes», casi tres meses después.

Noé esperó otros cuarenta días. Después, soltó un cuervo y una paloma «para ver si las aguas habían menguado de la superficie terrestre». 

En el tercer intento, la paloma volvió con una rama de olivo en la boca, indicando que las aguas habían retrocedido lo suficiente como para que se pudieran ver las copas de los árboles. 

Pocos días después, Noé soltó a la paloma una vez más, «pero ya no volvió». 

El Diluvio había terminado.

Y Noé retiró la cubierta del Arca
y miró, y he aquí:
la superficie del suelo estaba seca.

«En el segundo mes, en el vigésimo séptimo día del mes, quedó seca la tierra». 

Noé tenía 601 años. La ordalía había durado un año y diez días.

Después, Noé y todos los que estaban con él en el arca salieron. 

Y Noé construyó un altar y ofreció
holocaustos a la Deidad.
Y la Deidad aspiró el tentador aroma
y dijo en su corazón:
«Nunca más maldeciré a la tierra seca
por causa del terrestre;
pues el deseo de su corazón es malo desde su juventud».

El «final feliz» es un cúmulo de contradicciones, al igual que la misma historia del Diluvio. 

Comienza con una larga acusación a la Humanidad por distintas abominaciones, entre las que habría que incluir la corrupción de la pureza de los jóvenes dioses. Se llega a la trascendente decisión de exterminar toda carne y parece plenamente justificada. 

Después, la misma Deidad se apresura en no más de siete días para asegurarse de que la semilla de la Humanidad y otras criaturas no perecerán. 

Y, luego, cuando el trauma ha terminado, la Deidad se apacigua con el aroma de la carne asada y, olvidando su determinación original de poner fin a la Humanidad, deja de lado todo el asunto con una excusa, culpando a los malos deseos del Hombre en su juventud.

Estas fastidiosas dudas acerca de la veracidad de la historia se disuelven, no obstante, cuando nos damos cuenta de que el relato bíblico es una versión reducida del relato original sumerio. 

Como en otros casos, la Biblia monoteísta ha comprimido en una sola Deidad los papeles representados por varios dioses que no siempre estaban de acuerdo.

La historia bíblica del Diluvio estuvo aislada hasta que se hicieron los descubrimientos arqueológicos de la civilización mesopotámica y se pudieron descifrar los textos de la literatura acadia y sumeria. 

Hasta ese momento, sólo se había visto refrendada por primitivas leyendas dispersas por todo el mundo. 

El descubrimiento de «La Epopeya de Gilgamesh» le dio al Diluvio del Génesis una compañía más antigua y venerable, fortalecida más tarde con otros descubrimientos de textos y fragmentos, aun más antiguos, pertenecientes a la versión original sumeria.

El héroe del Diluvio mesopotámico era Ziusudra, en sumerio (Utnapistim en acadío), que, después del Diluvio, fue llevado a la Morada Celeste de los Dioses para vivir allí felizmente para siempre. 

Cuando, en su búsqueda de la inmortalidad, Gilgamesh llegó por fin al lugar, pidió consejo a Utnapistim sobre el tema de la vida y la muerte. 

Y Utnapistim le desveló a Gilgamesh -y, a través de él, a toda la Humanidad postdiluviana- el secreto de su supervivencia, «una materia oculta, un secreto de los dioses» -la verdadera historia (se podría decir) de la Gran Inundación.

El secreto revelado por Utnapistim fue que, antes de la acometida del Diluvio, los dioses tuvieron una asamblea y votaron sobre la destrucción de la Humanidad. 

El voto y la decisión se mantuvieron en secreto, pero Enki buscó a Utnapistim, el soberano de Shuruppak, para informarle de la inminente calamidad. 

De forma clandestina, Enki le habló a Utnapistim desde detrás de un biombo de junco. 

Al principio, sus revelaciones fueron crípticas. 

Después, su advertencia y su consejo se especificaron con claridad:

Hombre de Shuruppak, hijo de Ubar-Tutu:
¡Echa abajo la casa, construye un barco!
¡Renuncia a las posesiones, salva tu vida!
¡Abjura de tus pertenencias, salva tu alma!
Lleva a bordo la simiente de todas las cosas vivas;
el barco que has de construirsus
dimensiones se habrán de medir.

El paralelismo con la historia bíblica es obvio: un Diluvio está a punto de llegar; a un Hombre se le advierte; tiene que salvarse construyendo un barco especial; ha de llevar con él y salvar «la simiente de todas las cosas vivas». 

Sin embargo, la versión babilónica es más plausible. 

La decisión de destruir y el esfuerzo por salvar no son los actos contradictorios de una misma y única Divinidad, sino los actos de diferentes deidades. 

Además, la decisión de advertir y salvar la semilla del Hombre es el desafiante acto de un dios (Enki), que actúa en secreto y en contra de la decisión conjunta de los otros Grandes Dioses.

¿Por qué se arriesgó Enki a desafiar al resto de dioses? 

¿Fue él el único implicado en la conservación de sus «asombrosas obras de arte», o habría que encuadrar su acto en el marco de la creciente rivalidad y enemistad entre él y su hermano mayor Enlil?

La existencia de un conflicto de este tipo entre ambos hermanos destaca en la historia del Diluvio.

Utnapistim le hizo a Enki la pregunta obvia: ¿Cómo iba él, Utnapistim, a explicar al resto de ciudadanos de Shuruppak la construcción de una embarcación tan extraña y el abandono de todas sus posesiones? 

Enki le aconsejó:

Así les debes hablar a ellos:
«He sabido que Enlil me es hostil,
de manera que ya no puedo residir en vuestra ciudad,
ni poner mis pies en territorio de Enlil.
Por tanto, al Apsu bajaré,
para morar con mi Señor Ea».

Así pues, la excusa fue que, como seguidor de Enki, Utnapistim no podía seguir viviendo en Mesopotamia, y que estaba construyendo un barco con el que pretendía ir hasta el Mundo Inferior (el sur de África, según nuestros descubrimientos) para vivir allí con su Señor, Ea/Enki. 

Los versos que vienen a continuación sugieren que la zona estaba padeciendo una sequía o una hambruna; Utnapistim (siguiendo el consejo de Enki) fue a asegurar a los residentes de la ciudad que, si Enlil le veía partir, «la tierra se volverá a llenar de ricas cosechas». 

Esta excusa tenía sentido para los otros habitantes de la ciudad.

Así engañada, la gente de la ciudad no hizo preguntas, sino que hasta llegó a echar una mano en la construcción del arca. 

Matando y sirviéndoles bueyes y ovejas «todos los días», y prodigándose en «mosto, vino tinto, aceite y vino blanco», Utnapistim los animó a trabajar más rápido. 

Hasta los niños llevaban betunes para impermeabilizar la nave.

«Al séptimo día, el barco estaba terminado. La botadura fue muy dificultosa, de modo que tuvieron que mover los tablones del suelo arriba y abajo, hasta dos tercios de la estructura tenía que entrar en el agua» del Eufrates. 

Después, Utnapistim subió a bordo a toda su familia y parientes, junto con «todo lo que yo tenía de todas las criaturas vivas», así como «los animales del campo, las bestias salvajes del campo».

La similitud con el relato bíblico -incluso en los siete días de la construcción- es clara. 

No obstante, yendo un paso más allá que Noé, Utnapistim también subió a escondidas a todos los artesanos que le habían ayudado en la construcción del barco.

Él también tenía que subir a bordo, pero cuando se diera cierta señal; una señal cuya naturaleza Enki le había revelado también: el «momento indicado» lo marcaría Shamash, la deidad encargada de los cohetes ígneos. 

Ésta fue la orden de Enki:

«¡Cuando Shamash, que da la orden del temblor al anochecer,
haga caer una lluvia de erupciones,
sube a bordo de tu barco y atranca la entrada!»

Y nos quedamos dándole vueltas a la conexión entre lo que parece el encendido de un cohete espacial por parte de Shamash y la llegada del momento en que Utnapistim se meta en el arca y selle la entrada. 

Pero el momento llegó; el cohete provocó un «temblor al anochecer», hubo una lluvia de erupciones y Utnapistim «atrancó todo el barco» y «entregó la estructura junto con su contenido» a «Puzur-Amurri, el Barquero».

Llegó la tormenta «con las primeras luces del alba». Hubo estre-mecedores truenos. Una nube negra se levantó desde el horizonte. 

La tormenta arrancó los postes de las construcciones y los muelles; después, los diques cedieron. 

A continuación, llegó la oscuridad, «convirtiendo en negrura todo lo que había sido luminoso»;

y «la ancha tierra se hizo añicos como una olla».
Durante seis días y seis noches sopló la «tormenta-sur».
Ganando velocidad mientras soplaba,
sumergiendo las montañas,
sorprendiendo a la gente como en una batalla...
Cuando llegó el séptimo día,
la tormenta-sur que llevaba la inundación
amainó en la batalla
que había entablado como un ejército.
El mar calló,
la tempestad se sosegó,
la inundación cesó.
Tantee el tiempo.
Se había instalado la tranquilidad.

Y toda la Humanidad había vuelto al barro. Se había hecho la voluntad de Enlil y de la Asamblea de los Dioses. Pero, sin saberlo ellos, el plan de Enki había funcionado. 

Flotando en las turbulentas aguas, había una embarcación que llevaba hombres, mujeres, niños y otras criaturas vivas.

Finalizada la tormenta, Utnapistim dice: «Abrí una ventanilla; la luz cayó sobre mi rostro». 

Miró alrededor; «El paisaje era tan liso como un tejado plano». 

Y, agachándose, se sentó y sollozó, «las lágrimas corrían por mi cara». 

Buscó una costa en la inmensidad del mar, pero no vio nada. Después...

Emergió una región montañosa;
sobre el Monte de la Salvación se detuvo el barco;
el Monte Nisir [«salvación»] sujetó al barco con firmeza,
sin dejar que se moviera.

Durante seis días, Utnapistim estuvo vigilando desde el arca inmóvil, cautiva en los picos del Monte de la Salvación -los picos bíblicos de Ararat.

Después, al igual que Noé, soltó una paloma para que buscara un lugar de descanso, pero volvió. 

Una golondrina también salió, y volvió. Después, soltó a un cuervo -y huyó, encontrando un lugar de descanso.

Entonces, Utnapistim soltó a todas las aves y animales que estaban con él, y salió él también. 

Construyó un altar «y ofrendó un sacrificio» -lo mismo que hizo Noé.

Pero aquí, una vez más, la diferencia entre Deidad-única y Deidad-múltiple vuelve a aparecer. 

Cuando Noé ofreció el holocausto, «Yahveh aspiró el tentador aroma»; pero cuando Utnapistim ofreció el sacrificio, «los dioses aspiraron el perfume, los dioses aspiraron el dulce perfume. 

Los dioses acudieron como moscas hasta el que había hecho el sacrificio».

En la versión del Génesis, fue Yahveh el que prometió que nunca más destruiría a la Humanidad. 

En la versión babilónica fue la Gran Diosa la que prometió: «No olvidaré... Seré consciente de estos días, nunca los olvidaré».

Sin embargo, ése no era el problema inmediato. Pues, cuando Enlil llegó finalmente al lugar de la escena, no pensaba demasiado en la comida. 

Estaba echando chispas de ver que alguien había sobrevivido. «¿Acaso alguna alma viviente ha escapado? 

¡Ningún hombre tenía que sobrevivir a la destrucción!»

Ninurta, su hijo y heredero, apuntó inmediatamente su dedo acusador hacia Enki. 

«¿Quién, sino Ea, puede diseñar un plan así? Sólo Ea sabe de qué va todo». 

Lejos de negar la acusación, Enki lanzó uno de los discursos de la defensa más elocuentes del mundo. 

Elogiando a Enlil por su sabiduría, y sugiriendo que, posiblemente, Enlil no podía ser «poco razonable» -realista-, Enki mezcló una negación con una confesión.

«No fui yo el que descubrió el secreto de los dioses»; simplemente dejé que un Hombre, uno «extremadamente sabio», percibiera por su propio saber el secreto de los dioses. 

Y si, como parece, este terrestre es tan sabio, Enki le sugirió a Enlil, no vayamos a ignorar sus capacidades. 

«Así pues, ¡déjate aconsejar en cuanto a él!»

Todo esto, nos relata «La Epopeya de Gilgamesh», era el «secreto de los dioses» que Utnapistim le contó a Gilgamesh. 

Y, después, le contó el acontecimiento final. Dejándose influir por el argumento de Enki, Acto seguido, Enlil subió a bordo del barco.

Me cogió de la mano y me llevó a bordo.
Llevó a mi mujer a bordo,
la hizo arrodillarse a mi lado.
Y él, de pie entre nosotros,
tocó nuestras frentes para bendecirnos:
«Hasta ahora, Utnapistim no has sido más que humano;
en lo sucesivo, Utnapistim y su esposa
serán para nosotros como dioses.
¡Utnapistim residirá en la Lejanía,
en la Boca de las Aguas!».

Y Utnapistim terminó de contar su historia a Gilgamesh. Después de ser llevado a vivir en la Lejanía, Anu y Enlil... Le dieron vida, como a un dios, lo elevaron a la vida eterna, como a un dios.

Pero, ¿qué sucedió con la Humanidad en general? 

El relato bíblico termina diciendo que la Deidad permitió y bendijo a la Humanidad con un «sed fecundos y multiplicaos». 

Las versiones mesopotámicas de la historia del Diluvio también terminan con unos versículos que tratan de la procreación de la Humanidad. 

Los textos, en parte mutilados, hablan del establecimiento de «categorías» humanas:

... Que haya una tercera categoría entre los Humanos:
que haya entre los Humanos
mujeres que den a luz y mujeres que no den a luz.

Parece ser que se establecieron nuevas directrices para la relación sexual:

Normas para la raza humana:
Que el varón... a la joven doncella...
Que la joven doncella...
El hombre joven a la joven doncella...
Cuando el lecho esté puesto,
que la esposa y su marido yazgan juntos.

Enlil fue estratégicamente superado. La Humanidad se salvó y se le permitió procrear. Los dioses abrieron la Tierra al Hombre.




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