sábado, 26 de septiembre de 2015

Parte 5: LOS DIOSES QUE VINIERON AL PLANETA TIERRA. (Escalera al Cielo)







Escalera al Cielo (segundo libro).
Parte 5: LOS DIOSES QUE VINIERON AL PLANETA TIERRA.
ZECHARIA SITCHIN
1980, Nueva York, USA.







Hoy día, los vuelos espaciales son cosas corrientes. 

Leemos sobre proyectos de estaciones orbitales sin ni siquiera parpadear el ojo; el desarrollo de un autobús espacial reutilizable no es encarado con espanto, sino con aprobación por sus potencialidades económicas. 



Todo eso acontece, claro, porque vemos con nuestros propios ojos, en la prensa y televisión, que los astronautas viajen en el espacio y naves no tripuladas, aterrizan en otros planetas. 

Aceptamos los viajes espaciales y los contactos interplanetarios porque escuchamos con nuestros propios oídos que un mortal llamado Neil Armstrong, el comandante de la Apolo 11, comunica por su radio -para que todo el mundo oiga- el primer descenso del hombre en otro cuerpo celestial, la Luna:

Houston!
Aquí base de la Tranquilidad.
El Águila alunizó!




"Águila" no era sólo el nombre código para el módulo lunar, sino también el epíteto de la nave Apolo 11 y el orgulloso apodo por el cual los tres astronautas se identificaban.

El Halcón también ya había viajado por el espacio y se posó en la Luna. 

En el inmenso Museo Aéreo y Espacial del Instituto Smithsoniano de Washington, cualquier persona puede ver y tocar los artefactos que fueron lanzados o utilizados como vehículos de apoyo en el programa espacial americano. 



En una sección especial, donde son simulados aterrizajes en la Luna con el auxilio del equipamiento original, el visitante aún puede oír el mensaje grabado que procede de la superficie lunar:

Correcto, Houston.
El Halcón está en la llanura, en Hadley!

Fue después de ese comunicado que el Centro Espacial de Houston anunció al mundo: "Ese fue un jubiloso Dave Scott comunicando que Apolo 15 se posó en la llanura en Hadley".

Hasta pocas décadas atrás, la noción de que un mortal común podía vestir algunas ropas especiales, meterse en la parte delantera de un apretado objeto y después lanzarse hacia lejos de la superficie de la Tierra parecía absurda. 

Uno o dos siglos atrás, una idea como esa ni habría surgido, pues no había nada en la experiencia o conocimiento humanos para desencadenar fantasías de ese tipo.

Sin embargo, como acabamos de leer, los egipcios - hace 5 mil años - conseguían inteligentemente visualizar todo ese aconteciendo a su faraón: él viajaría hasta un área de lanzamiento al este de Egipto; entraría en un complejo subterráneo, lleno de túneles y cámaras; pasaría con seguridad por la fábrica atómica y cámara de radiación de la instalación.

Enseguida, vestiría la ropa y el equipamiento de un astronauta; entraría en la cabina de un Ascensor y se sentaría preso por correas entre dos dioses. 

Entonces, cuando se abrieran las Puertas Dobles, revelando el cielo de la madrugada, los motores de la nave entrarían en ignición y el Ascensor se transformaría en una escalera Divina, por la cual el faraón alcanzaría la Morada de los Dioses en su "Planeta de Millones de Años".

¿En que programas de televisión los antiguos egipcios podían haber visto que esas cosas acontecen para creer tan firmemente que todo eso era realmente posible?

En la ausencia de aparatos de televisión en sus casas, la única alternativa sería que ellos pudieran haber ido a un espacio-puerto para ver que los cohetes suban y que desciendan, o que visiten un "Museo Smithsoniano" con esos artefactos en exposición, acompañados por guías asistiendo a las simulaciones de vuelos.

Los indicios sugieren que los antiguos egipcios vivieron exactamente eso: vieron el lugar de lanzamiento, los equipos pesados y a los astronautas con sus propios ojos. 

Sin embargo, los astronautas no eran terráqueos yendo para un determinado lugar, pero sí criaturas de otros mundos que habían venido al planeta Tierra.

Fascinados por el arte, los antiguos egipcios pintaron en sus tumbas lo que vieron o vivieron en su vida. 

Los dibujos llenos de detalles de arquitectura de las cámaras y pasillos subterráneos del Duat fueron encontrados en el túmulo de Seti I. 



Una pintura aún más sorprendente fue descubierta en la tumba de Huy, vicerey de la Nubia y de la península del Sinaí durante el reinado del famoso Tutankamón.



Decorada con escenas de personas, lugares y objetos de las dos regiones que Huy gobernaba, la tumba, muy bien preservada hasta los días de hoy, muestra en colores vivos un cohete espacial. 



La unidad está contenida en un silo subterráneo y la parte superior, con el módulo de comando, queda al nivel del suelo. 



El cuerpo está sub-dividido, como un cohete de varias etapas. 

En su parte inferior, dos personas cuidan de mangueras y palancas; hay una hilera de mostradores que circulan por encima de ellas. 

El corte transversal del silo muestra que él es cercado por cavidades tubulares para cambio de calor u otra función cualquiera relacionada con energía.

Al nivel del suelo, la base hemisférica de la parte superior está claramente pintada como estando quemada, como resultado de una reentrada en la atmósfera terrestre. El módulo de comando es bastante grande para abrigar tres o cuatro personas - tiene forma cónica y en él hay "orificios de inspección" verticales en torno a su parte inferior. 

La cabina está cercada por admiradores, en un ambiente que exhibe datileras y jirafas.

La cámara subterránea es ornamentada con pieles de leopardo, lo que suministra un vínculo directo con ciertas fases del viaje del faraón hacia la inmortalidad. 

La piel de leopardo era un vestido característico de los sacerdotes Shem que realizaban la ceremonia de Apertura de la Boca y, simbólicamente, reproducía los trajes de los dioses que jalaban al faraón por el "Camino Secreto del Lugar Oculto", del Duat - un simbolismo repetido para enfatizar la afinidad entre el viaje del rey y el cohete espacial en el silo subterráneo.

Como dejan claro los Textos de las Pirámides, el faraón, en su transportación hacia la vida eterna, embarcaba en un viaje simulando al hecho por los dioses. 

Ra y Set, Osiris y Horus, y otros habían subido a los cielos de aquella manera. 

Sin embargo, los egipcios también creían que los Grandes Dioses habían venido a la Tierra en ese mismo Barco Celestial. 

En la ciudad de An (Heliópolis), el más antiguo centro de veneración de Egipto, el dios Ptah construyó, una estructura especial - una especie de Instituto Smithsoniano -, dentro del cual una cápsula espacial de verdad podía ser vista y reverenciada por el pueblo!

Ese objeto secreto, el Ben-Ben, estaba guardado en el Het-Benben, el "templo del Ben-Ben". 

Sabemos, por la escritura en jeroglíficos en el lugar, que esa estructura parecía una enorme torre de lanzamiento dentro de la cual un cohete se mantenía apuntado para arriba, hacia el cielo.

Según los antiguos egipcios, Ben-Ben era un objeto sólido que había venido del Disco Celestial, la "Cámara Celestial" dentro de el cual el propio gran Dios Ra aterrizara. El término ben (literalmente: “Aquel que Fluye para Fuera") transmite el significado combinado de "brillar" y "tirar hacia el cielo".

Una inscripción de la estela del faraón Pi-Ankhi (por Brugsch, Dictionnaire Géographique de I'Ancienne Égypte) decía: 

El rey Pi-Ankhi subió la escalera hasta la gran ventana para 
poder ver al dios Ra dentro del Ben-Ben. El propio rey, en pie y 
solo, empujó el cerrojo y abrió las dos hojas de la puerta.
Entonces él vio a su padre Ra en el espléndido santuario del
Het-Benben. Él vio el Maad, la Barcaza de Ra; y vio Sektet, la
Barcaza del Aten.

El santuario, como sabemos a partir de antiguos textos, era guardado y cuidado por dos grupos de dioses. 

Había los que "están del lado de afuera del Het-Benben", pero tenían acceso a las partes más secretas del templo, pues su tarea era recibir las ofrendas de los peregrinos y colocarlas en el santuario. 

Los otros eran primariamente guardianes, no sólo del Ben-Ben, sino de todas "las cosas secretas de Ra que están en el Het-Benben". 

Tal como los turistas hoy día acuden al Museo Smithsoniano para ver, admirar y hasta tocar los reales vehículos que estuvieron en el espacio, los devotos egipcios hacían viajes la Heliópolis para reverenciar y orar a Ben-Ben, probablemente con un fervor religioso semejante al de los fieles musulmanes que hacen peregrinaciones a la Meca, donde van a rezar en la Kaaba (una piedra negra que, se cree, es una réplica de la "Cámara Celestial" de Dios).

En el santuario de Heliópolis había una fuente o pozo cuyas aguas eran famosas por sus poderes curativos, especialmente en cuestiones de virilidad y fertilidad. 

El término "ben" de hecho, con el pasar del tiempo, adquirió las connotaciones de virilidad y reproducción y puede haber dado origen al significado de "descendencia masculina" que la palabra "ben" tiene en hebraico.

El agua de la fuente del santuario también era buena para el rejuvenecimiento, lo que, por su parte, dio origen a la leyenda del pájaro "Ben", llamado Fénix por los griegos que visitaban Egipto. 

Según esas leyendas, el Fénix era un águila con plumaje rojo y dorado y, cada quinientos años, cuando estaba por morir, iba la Heliópolis y de una manera sorprendente renacía de las cenizas de sí misma (o de su padre).

Heliópolis y sus aguas curativas continuaron siendo veneradas hasta el inicio de la era cristiana. 

Las tradiciones lugareñas afirman que, cuando Maria y José huyeron para Egipto con El Niño Jesús, descansaron cerca del pozo del santuario.

Las historias egipcias cuentan que el santuario fue destruido varias veces por enemigos invasores. 

Nada resta de él actualmente; "Ben-Ben" también desapareció. Sin embargo, él era representado en los monumentos como una cámara cónica, dentro de la cual se podía ver un dios. 

Los arqueólogos encontraron un modelo en escala del Ben-Ben, hecho de piedra, mostrando un dios haciendo un gesto de bienvenida en su puerta deslizante.



El verdadero formato de la Cámara Celestial probablemente fue pintado en la tumba de Huy. 

A buen seguro, el hecho de que los modernos módulos de comando - las cápsulas que abrigan a los astronautas en lo alto de los cohetes durante el lanzamiento – sean tan semejantes al "Ben-Ben" es resultado de una similitud de propósito y función.

En la ausencia del "Ben-Ben" en sí, ¿existe una prueba física - no simples dibujos o modelos en escala - venida del santuario de Heliópolis? 

Ya vimos arriba que, según los textos egipcios, había otras cosas secretas de Ra en exhibición o sólo guardadas en el templo. 

En el Libro de los Muertos, nueve objetos incorporados al jeroglífico para Shem fueron diseñados en la división relativa al templo de Heliópolis, lo que puede significar que realmente existían otros nueve objetos relacionados con el espacio o piezas de naves espaciales en exhibición en el santuario.

Los arqueólogos pueden haber encontrado una réplica de uno de esos objetos menores. 

Se trata de una pieza de formato extraño, llena de curvas y recortes, que ha intrigado a los estudiosos desde su descubrimiento en 1936. 

Es importante decir que ese objeto fue encontrado - entre otros "objetos de cobre raros" - en la tumba del príncipe heredero Sabu, hijo del rey Adjib de la 1ª. Dinastía. 



Por lo tanto, es cierto que él fue colocado allí alrededor de 3.100 a.C., y así, podría ser más antiguo, pero ciertamente no más reciente que aquella fecha.

Relatando los descubrimientos en Sakkarah (un poco al sur de las Grandes Pirámides de Gizeh), Walter B. Emery (Great Tombs of the First Dynasty) describió el objeto como "un recipiente de xisto en forma de tazón" y añadió que "no fue presentada ninguna explicación satisfactoria para el extraño formato de esa pieza". 

El objeto fue hecho de un único bloque de xisto - una roca muy quebradiza que fácilmente se separa en capas finas e irregulares. 

Si fuera usado, el objeto inmediatamente se quebraría. Así, esa roca en particular debe haber sido escogida por ser el material adecuado para esculpirse una forma muy rara y delicada, como medio de preservar el formato y no de utilizar la pieza. 

Eso llevó a otros estudiosos, como Cyril Aldred (Egypt to the End of the Old Kingdom), a que concluyan que el objeto de piedra "posiblemente imita una forma que originalmente era de metal".

Pero, ¿qué metal podría haber sido usado el cuarto milenio a.C. para producir ese objeto, qué proceso de pulimento de precisión, que metalúrgicos especializados estarían disponibles para crear un diseño tan delicado y complejo en términos estructurales? 

Y, por encima de todo, ¿con qué propósito?

Un estudio técnico del formato peculiar del objeto lanzó poca luz sobre su uso u origen. La pieza redonda, con cerca de 60 centímetros de diámetro y menos de 10 centímetros en su parte más espesa, fue obviamente hecha para ajustarse a una haste y girar en torno a un eje. 

Sus tres recortes, siguiendo una curva rara, sugieren una posible inmersión en un líquido durante la rotación.

Después de 1936, ningún esfuerzo fue hecho para descifrar el enigma. 

Sin embargo, su posible función acudió a mi mente en 1976, cuando yo leía una revista técnica donde eran mostrados los dibujos de un revolucionario tipo de volante desarrollado en California y conectado al programa espacial americano. 

El volante, preso a la haste giratoria de una máquina o motor, viene siendo usado hace menos de dos siglos como un medio de regular la velocidad de la maquinaria, así como para acumular energía para un único arranque, como en los compresores de metal (y, más recientemente, en la aviación).

Como regla, los volantes han presentado los bordillos gruesos, pues la energía se acumula en la circunferencia de la rueda. 

Pero, alrededor de 1970, los ingenieros de la Lockheed Missile & Space Company inventaron un modelo completamente diferente - una rueda de bordillos finos -, afirmando que es más adecuado para economizar energía en trenes de transporte de masa o para almacenarla en autobuses eléctricos. 

La Airesearch Manufacturing Company continuó las investigaciones y desarrolló un modelo de ese volante - que no llegó a ser perfeccionado - herméticamente lacrado dentro de una carcasa llena de lubricante. 

El hecho de que ese volante revolucionario sea muy parecido al objeto de hace 5 mil años descubierto en Egipto es impresionante, pero se hace aún más asombroso cuando se descubre que esa pieza, encontrada en una tumba de 3.100 a.C., es semejante a una parte del equipamiento aún en desarrollo en el año de 1978!

¿Dónde está el original en metal de ese volante de piedra?

¿Y los objetos que aparentemente estaban en exhibición en el santuario de Heliópolis?

Y, a propósito, ¿dónde está el propio Ben-Ben?

Como tantos otros artefactos, cuya existencia en la Antigüedad fue a buen seguro documentada por los pueblos antiguos, ellos desaparecieron, tal vez destruidos por calamidades naturales o guerras, o desmontados y llevados hacia otros lugares - como botín o para ser escondidos en lugares hoy muy olvidados. 

Es posible que hayan sido transportados de vuelta a los cielos, pero pueden aún estar con nosotros, sin identificación, perdidos en algún sótano de museo. 

O - como la leyenda del Fénix que conecta Heliópolis a Arabia podría sugerir - escondidos bajo la cámara lacrada de la Kaaba en Meca...

Podemos conjeturar, sin embargo, que la destrucción, desaparición o retirada de los objetos sagrados del santuario probablemente ocurrió durante el llamado Primer Periodo Intermediario de Egipto. 

En esa época, se deshizo la unificación de Egipto y pasó a reinar una total anarquía. 

Sabemos que los santuarios de Heliópolis fueron destruidos durante esos años de desorden. Tal vez haya sido en ese periodo que Ra dejó su templo en Heliópolis y se hizo Amón - "El Dios Oculto".

Cuando el orden comenzó a ser restaurado, lo que primero se dio en lo alto Egipto bajo la 11ª. Dinastía, la capital pasó a ser Tebas y el dios supremo Amón (o Amen). El faraón Mentuhotep (Neb-Hepet-Ra) construyó un inmenso templo cerca de Tebas, lo dedicó a Ra y lo coronó con un enorme pyramidion para homenajear la Cámara Celestial de Ra.



Inmediatamente después del 2.000 a.C., al iniciarse el reinado de la 12ª dinastía, hubo la reunificación de Egipto, el orden fue restaurado y volvió a existir el acceso a Heliópolis. 

El primer faraón de esa dinastía, Amen-En-Hat I, inmediatamente comenzó a reconstruir los templos y santuarios de esa ciudad. 

Pero, si él consiguió devolver los objetos sagrados o necesitó contentarse con copias de piedra, no se sabe con certeza. 

Su hijo, el faraón Sen-Usert (Hjeper-Ka-Ra) - el Sesóstris o Scsonchusis de los historiadores griegos - erigió delante del templo dos enormes columnas de granito (con más de 20 metros de altura), en lo alto, réplicas de la Cámara Celestial de Ra, un pyramidion cubierto de oro o plata (electro). 

Uno de esos obeliscos de granito continúa en el lugar donde fue erigido hace aproximadamente 4 mil años.



El otro fue destruido el siglo XII.

Los griegos llamaban a esos pilares obeliscos, significando "cortadores con punta". Los egipcios les daban el nombre de Rayos de los Dioses. 

Muchos otros fueron erigidos, siempre en pares, delante de entradas de templos, durante la 18ª y 19ª dinastías. 

Posteriormente, algunos fueron llevados hacia Nueva York, Londres, París y Roma. Los faraones afirmaban que erigían esos obeliscos para "obtener (de los dioses) el don de la vida eterna" u "obtener la vida perenne", pues ellos imitaban en piedra lo que los antiguos reyes habían visto (y presumiblemente alcanzado) en el Duat, la Montaña Sagrada: los cohetes espaciales de los dioses.

Muchas lápidas tumulares actuales, donde está grabado el nombre de la persona fallecida, son copias en pequeña escala de obeliscos, una costumbre que tiene raíces en la época en que los dioses y sus naves espaciales eran una realidad.

La palabra egipcia para esos Seres Celestiales era NTR - un término que en las lenguas del antiguo Oriente Medio significaba "Aquel que Observa". 

Como todas las señales en esa escritura, él debe originalmente haber representado un objeto real, visible.

Las sugerencias de los eruditos varían de una pala con cabo largo hasta una vela. 

Margaret A. Murray (The Splendor That Was Egypt) ofrece una visión más actual. Al mostrar que la cerámica del periodo pre-dinástico más primitivo era ornamentada con dibujos de barcos cargando un palo con dos banderolas, como si fuera una insignia, ella concluye que "el mástil con las dos velas se hizo el jeroglífico para Dios".

Lo interesante en esos dibujos primitivos es que ellos mostraban los barcos llegando de un país extranjero. 

Cuando incluían personas, eran remadores sentados comandados por un jefe muy alto, distinguido por los cuernos proyectándose de su casco - la marca registrada de un Neter.

Así, de manera pictórica, los egipcios afirmaron desde sus inicios que los dioses estaban viniendo de un otro lugar, lo que confirma las leyendas de como Egipto comenzó - el dios Ptah, habiendo venido del sur y encontrando el área inundada, ejecutó grandes obras de contención y represamiento, haciendo la tierra habitable. 

En la antigua geografía egipcia existía un lugar llamado Ta Neter - "Lugar o Tierra de los Dioses" -, los estrechos en la extremidad sur del mar Rojo, que ahora tienen el nombre de Bab-el-Mandeb. 



Fue a través de ese estrecho que los navíos con la insignia NTR transportaban a los dioses que llegaron a Egipto.

El nombre egipcio para el mar Rojo era mar de UR. El término "Ta Ur" significaba "la Tierra Extranjera en el Este". 

Henri Gauthier, que compiló el Dictionnaire de Noms Géographiques, extrayendo todos los nombres de lugares en los textos en jeroglíficos, destacó que la señal para "Ta Ur" era un símbolo que designaba un elemento náutico... ello significa: usted tiene que ir en barco para el lado izquierdo". 

Examinando el mapa de la región en la Antigüedad, vemos que una curva hacia la izquierda, para alguien que salía de Egipto y pasaba por los estrechos de Bab-el-Mandeb, lo llevaría hacia la península Arábica, en la dirección del golfo Pérsico.

Existen otras pistas. "Ta Ur" significa literalmente "La Tierra de Ur", y el nombre Ur es bien conocido. 

Él fue el lugar de nacimiento de Abraham, el patriarca hebreo. Descendiente de Sin (Shem), el hijo mayor de Noé, el héroe bíblico del diluvio, él nació en la ciudad de Ur, en la Caldea, hijo de Taré: "Taré tomó su hijo Abraham, su nieto Ló, el hijo de Arã y su nuera Sarai mujer de Abraham. Él los hizo salir de Ur de los caldeos para que fueran al país de Canan.”

En el inicio del siglo XIX, cuando los arqueólogos y lingüistas comenzaron a descifrar la historia y los registros escritos de Egipto, la única fuente que citaba Ur era el Viejo Testamento. 

La Caldea, sin embargo, era bien conocida, pues se trataba del nombre usado por los griegos para denominar la Babilonia, el antiguo reino de la Mesopotamia.

El historiador griego Herodoto, que visitó Egipto y la Babilonia en el siglo XV a.C., descubrió muchas similaridades en las costumbres de los dos pueblos. 

Describiendo el recinto sagrado del supremo dios Bel (a quien llamó de Júpiter Belus) y la enorme torre con varios pisos donde él estaba, en la ciudad de la Babilonia, él escribió que "en la torre superior hay un templo espacioso y dentro de él está un diván de tamaño raro, ricamente ornamentado, con una mesa de oro a su lado. 

No existe ningún tipo de estatua en el lugar y nadie ocupa la cámara, excepto una mujer que, según los caldeos, sacerdotes de ese dios, la deidad aún escoge... 

Ellos también afirman... que el dios desciende en persona a esa cámara y duerme en el diván. 

Esa historia es parecida con la de los egipcios sobre lo que aconteció en la ciudad de Tebas, donde una mujer siempre pasa la noche en el templo del Júpiter tebano (Amón)".

Conforme los estudiosos del siglo XIX fueron aprendiendo más sobre Egipto y comparando el cuadro histórico emergente con los escritos de historiadores griegos y romanos, dos hechos más fueron destacándose: Primero, la civilización egipcia y su grandeza no fueron una flor aislada que floreció en un desierto cultural, sino parte de un desarrollo conjunto que ocurrió en todas las tierras antiguas. 

Segundo, los cuentos bíblicos sobre otras tierras y reinos, sobre ciudades fortificadas y rutas de comercio, sobre guerras y tratados, migraciones y establecimiento en lugares diferentes, no eran sólo verdaderos, sino también exactos.

Los hititas, conocidos durante siglos sólo por las breves citas en la Biblia, surgieron en los registros egipcios como poderosos adversarios de los faraones. Una página totalmente desconocida de la Historia - una batalla importantísima entre el ejército egipcio y las legiones hititas, que tuvo lugar en Cades, en la parte norte de Canan, fué descubierta descrita no sólo en textos, sino también representada en paredes de templos. 

En ese evento, hubo hasta un toque de interés personal, pues el faraón terminó casándose con la hija de un rey hitita en un esfuerzo para cimentar la paz entre ellos.

Los filisteos, "pueblos del mar", fenicios, horreus, amorreus -pueblos y reinos hasta esa época conocidos a través del Viejo Testamento - comenzaron a surgir como realidades históricas a medida que iba progresando el trabajo arqueológico en Egipto.

Sin embargo, por los relatos, las mayores civilizaciones de todas parecían haber sido los antiquísimos imperios de la Asiria y Babilonia. 

Pero, ¿dónde estaban sus magníficos templos y otros restos de su grandeza? Y, ¿dónde estaban sus registros históricos?

Los viajantes que recorrían la Tierra entre los Dos Ríos, la vasta llanura entre el Tigris y el Eufrates, sólo relataban la presencia de montes - tells, en árabe y hebraico. 

En la ausencia de rocas, aún las más grandiosas estructuras de la Mesopotamia tenían que ser construidas de ladrillos de barro. 

Las guerras, las intemperies y el tiempo las habían reducido a montones de tierra. 

En vez de edificaciones monumentales, las excavaciones en esas áreas sólo resultaban en el descubrimiento de pequeños artefactos, entre ellos tablas de arcilla cocida inscritas con marcas en forma de cuña.

Ya en 1686, un viajante llamado Engelbert Kampfer había visitado Persépolis, la antigua capital de los reyes persas que lucharon contra Alexander y, de monumentos existentes allí había copiado señales y símbolos en esa escritura cuneiforme, como la que está en el sello real de Darío.

Sin embargo, él pensó que eran sólo adornos. Más tarde, cuando se percibió que aquello eran inscripciones, no hubo medios de saberse de que lengua se trataba o cómo ellas podrían ser descifradas.

Con la escritura cuneiforme aconteció lo que pasó con los jeroglíficos egipcios. La llave para descifrarla surgió bajo la forma de una inscripción en tres idiomas, encontrada grabada en las rocas de las montañas amenazadoras situadas en una área de la Persia llamada Behistun. 

En 1835, un mayor del Ejército inglés, Henry Rawlinson, consiguió copiar la inscripción y en adelante descifrar la escritura y sus idiomas. 



Se descubrió entonces que el texto estaba escrito en persa antiguo, elamita y acadiano. 

El acadiano fue la lengua-madre de todos los idiomas semitas y fue a través del conocimiento del hebraico que los estudiosos consiguieron leer y comprender las inscripciones sobre los asirios y babilonios de la Mesopotamia.

Impulsado por esos descubrimientos, un inglés nacido en París llamado Henry Austen Layard viajó a Mosul, un centro de caravanas al noroeste de Irak, en la época del Imperio Otomano, el año de 1840. 

Allá él fue huésped de William F. Ainsworth, cuya obra Researches in Assyria, Babylonia and Chaldea (1838) - junto con informes anteriores y pequeños descubrimientos hechas por Claudius J. Rich (Memoir on te Ruins of Babylon) - no sólo incendió su imaginación sino resultó en un apoyo científico y monetario por parte del Museo Británico y de la Royal Geographical Society. 

Versado tanto en las referencias bíblicas pertinentes como en los clásicos griegos, Layard se acordó de que un oficial del ejército de Alexander había relatado haber visto en el área "un lugar con pirámides y restos de una antigua ciudad", o sea, urna ciudad cuyas ruinas ya eran consideradas antiguas en la época del rey de la Macedonia!

Los amigos de Layard le mostraron los varios tells existentes en el área, indicando que había antiguas ciudades enterradas bajo ellos. 

Su entusiasmo alcanzó el punto máximo cuando él llegó a un lugar llamado Birs Nimrud. 

"Vi por primera vez el gran monte cónico de Nimrud elevándose contra el cielo claro del fin de la tarde", escribió Layard más tarde, en su autobiografía. 

"La impresión que él ejerció sobre mí jamás podré olvidarla." 

¿No sería aquel el lugar donde el oficial de Alexander viera la pirámide medio enterrada? 

Con toda la certeza, el lugar estaba asociado al bíblico Nemrod, "el valiente cazador delante de Yahvé", que hubo fundado los reinos y ciudades reales de la Mesopotamia (Génesis, X).

Los sustentáculos de su reino fueron Babel, Arac y Acad, Ciudades que están todas en el país de Sennar.

De ese país salió Assur, Que construyó Nínive...

Con el apoyo del mayor Rawlinson, que a esa altura era el cónsul y residente británico en Bagdad, Layard volvió a Mosul en 1845 para comenzar las excavaciones en su querido tell Nimrud. 

Sin embargo, a pesar de lo que iría a encontrar, la gloria de primer arqueólogo moderno de la Mesopotamia no fue de él.

Dos años antes, Paul-Émile Botta, arqueólogo y cónsul francés en Mosul, amigo de Layard, ya había iniciado excavaciones en una colina un poco al norte de la ciudad, en la otra margen del río Tigris. 

Los nativos llamaban el lugar Khorsabadi; las inscripciones cuneiformes allí encontradas lo identificaron como Dur-Sharru-Kin, la antigua capital del bíblico Sargon, rey de la Asiria. 



Elevándose sobre la vasta ciudad, sus palacios y templos, había realmente una pirámide construida en siete pisos, llamada "zigurate".

Incentivado por los descubrimientos de Botta, Layard comenzó a cavar en su monte, donde creía descubrir Nínive, la capital asiria citada en la Biblia. 

A pesar de que las excavaciones revelaron sólo un centro militar asirio llamado Kalhu (la bíblica Cale), los tesoros allí encontrados valieron todos los esfuerzos. 

Había entre ellos un obelisco erigido por el rey Salmanasar II, en el cual constaba, entre los que le pagaban tributo, "Jehu, hijo de Omri, rey de Israel".



Con eso, los descubrimientos asirios confirmaban la veracidad histórica del Antiguo Testamento.

Animado, Layard comenzó a excavar en 1849 una colina que quedaba directamente frente a Mosul, en el margen este del Tigris. 

El lugar, llamado por los residentes del área como Kuyunjik, probó ser Nínive, la capital fundada por Senaqueribe, el rey asirio cuyo ejército fue derrotado por el ángel de Yahveh cuando sitió Jerusalén (Reyes II, 18). 

Después de él, Nínive sirvió como capital de Esarhadón y Asurbanipal. 

Los tesoros de Nínive llevados hacia el Museo Británico aún constituyen la más impresionante porción del ala Asiria.



A medida que el ritmo de las excavaciones se aceleraba, con otros equipos arqueológicos de varias naciones entrando en la carrera, todas las ciudades mencionadas en la Biblia (con una única excepción de menor importancia) fueron siendo descubiertas. 

Pero, mientras los museos del mundo se llenaban de tesoros antiguos, los hallazgos más valiosos eran las simples tablas de arcilla - algunas tan pequeñas que cabían en la palma de la mano del escriba - donde los asirios, babilonios y otros pueblos en Asia oriental escribían contratos comerciales, sentencias de tribunales, registros de boda y herencias, listas geográficas, informaciones matemáticas, fórmulas médicas, leyes y normativas, historias de las familias reales, de hecho, todos los aspectos de la vida de sociedades avanzadas y altamente civilizadas.

Cuentos épicos, leyendas sobre la Creación, proverbios, textos filosóficos, canciones de amor y temas semejantes constituían una vasta herencia literaria. Y había los asuntos celestiales - listas de estrellas y constelaciones, informaciones planetarias, tablas astronómicas; y también listas de dioses, sus relaciones familiares, atributos, tareas y funciones - dioses comandados por doce Grandes Dioses, "Dioses del Cielo y de la Tierra", a los cuáles estaban asociados los doce meses del año, las doce constelaciones del zodíaco y los doce cuerpos celestes de nuestro sistema solar.

Como a veces las propias inscripciones declaraban, su lenguaje se originaba del acadiano. 

Esos y otros indicios confirmaron la narrativa bíblica de que la Asiria y la Babilonia - que surgieron en la escena histórica alrededor de 1.900 a.C. - habían sido precedidas por un reino llamado Acad. 

Este fue fundado por Sharru-Kin - "El Gobernante Virtuoso" -, a quien llamamos Sargon I, que vivió a cerca de 2.400 a.C. Algunas de sus inscripciones también fueron encontradas y en ellas él se vanagloriaba de que, por gracia de su dios Enlil, su imperio se extendía desde golfo Pérsico hasta el mar Mediterráneo. 

Sargon I se denominaba a sí mismo "Rey de Acad, rey de Kish", y afirmaba haber "derrotado a Uruk, derrumbado su muralla... haber salido victorioso en la batalla con los habitantes de Ur".

Muchos eruditos creen que Sargon I era el bíblico Nemrod, de modo que los versos de la Biblia se aplican a él y a una capital llamada Kish (o Cuch, según la grafía bíblica), donde ya existía la realeza aún antes de Acad:

Cuch engendró a Nemrod,
Que fue el primer poderoso sobre la tierra...
Los sustentáculos de su reino
Fueron Babel, Arac y Acad,
Ciudades que están todas en el país de Sennar.

La real ciudad de Acad fue descubierta al sudeste de la Babilonia, el mismo aconteciendo con Kish, encontrada a sudeste de Acad. 

De hecho, mientras los arqueólogos descendían más por la llanura entre el Tigris y el Eufrates, mayor era la antigüedad de las ciudades excavadas. 

En un lugar hoy llamado de Warka, fue descubierta la ciudad de Uruk, que Sargon afirmaba haber derrotado - la bíblica Arac -, y llevó a los arqueólogos del tercer milenio a.C. para el cuarto milenio a.C.!

En ese lugar ellos encontraron la primera cerámica cocida en horno; pruebas del uso de la rueda de alfarero; un pavimentación de bloques de calcáreo que es el más antiguo de su tipo; el primero zigurate o pirámide de escalones; y los primeros registros escritos de la Humanidad: textos y sellos cilíndricos grabados en alto-relieve, que, cuando son rodados sobre arcilla húmeda, dejaban una impresión permanente.

Ur, el lugar de nacimiento de Abraham, también fue encontrada más al sur, donde quedaba el litoral del golfo Pérsico en la Antigüedad. 

Había sido un gran centro comercial, con un inmenso zigurate, y sede de varias dinastías. Sería entonces la parte más antigua de la Mesopotamia, la más meridional, la bíblica Tierra de Sennar - ¿el lugar donde acontecieron los eventos de la torre de Babel?

Una de los mayores descubrimientos de la Mesopotamia fue la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, que contenía más de 25 mil tablas de arcilla ordenadas por asunto. 

Un rey de gran cultura, Asurbanipal coleccionaba todos los textos en que conseguía colocar las manos y, además de eso, mandaba a sus escribas copiar y traducir inscripciones que de alguna forma o de otra no estaban disponibles. 

Muchas tablas estaban identificadas por los escribas como "copias de viejos textos". 

Un grupo de 23 tablas, por ejemplo, terminaba con un post-scriptum: "23ª tabla; lenguaje de Shumer no modificada". 

El propio Asurbanipal declaró en una inscripción: El dios de los escribas me concedió la dádiva del conocimiento de su arte.

Fui iniciado en los secretos de la escritura. Puedo hasta leer las intricadas placas en shumeriano. Entendiendo las enigmáticas palabras grabadas en piedra De los días antes del diluvio.

En 1853, Henry Rawlinson sugirió a la Sociedad Asiática Real que posiblemente había una lengua desconocida que precedía el acadiano, destacando que los textos asirios y babilonios frecuentemente usaban palabras prestadas de ese idioma, en especial cuando se trataba de textos científicos o religiosos. 

En 1869, Jules Oppert propuso en un encuentro de la Sociedad Francesa de Numismática y Arqueología que fuera reconocida la existencia de un lenguaje así de primitivo y de las personas que hablaban y escribían. 

Él mostró que los acadianos llamaban a sus antecesores como Shumerianos y hablaban de la Tierra de Shumer.

Era esa, de hecho, la bíblica Tierra de Sennar (Shin'aire), el país cuyo nombre - Shumer - significaba, literalmente, Tierra de los Observadores. 

Y era la misma "Ta Neter" de los egipcios, la Tierra de los Observadores, de la cual habían venido los dioses para Egipto.

Por más difícil que haya sido en la época, los estudiosos acabaron aceptando, después de que la grandeza y antigüedad de Egipto fué desenterrada, que la civilización, como era conocida en el Occidente, no había comenzado en Roma o en Grecia. 

¿Cómo quedaría la situación ahora que estaba probado, como los propios egipcios habían sugerido, que la civilización y la religión comenzaron no en Egipto, sino en el sur de la Mesopotamia?

El siglo que siguió a los primeros descubrimientos en la Mesopotamia, se hizo evidente, sobre cualquier duda, que fue realmente en la Sumeria (los estudiosos se decidieron por la grafía Sumer, por que la hallaron de pronunciación más fácil) que comenzó la civilización moderna. 

Fue allá, inmediatamente después de 4.000 a.C. - hace casi 6 mil años - que todos los elementos esenciales de una alta civilización súbitamente aparecieron, como venidos de la nada y sin motivo aparente.

Prácticamente no existe ningún aspecto de nuestra actual cultura y civilización cuyas raíces y precursores no puedan ser encontrados en la Sumeria: 

ciudades, rascacielos, calles, mercados, graneros, docas, escuelas, templos; metalurgia, medicina, cirugía, manufactura de tejidos, arte culinario, agricultura, irrigación; el uso de ladrillos, la invención del horno para cerámica; 

la primera rueda conocida en la humanidad, coches y carros; embarcaciones y navegación; comercio internacional; pesos y medidas; el sistema monárquico, leyes, tribunales, jurados; la escritura y archivos; música, notas musicales, instrumentos musicales, danza y acrobacia; 

animales domésticos y zoológicos; el arte de la guerra, la artesanía, la prostitución. 

Y, por encima de todo, el estudio y conocimiento de los cielos y de los dioses "que vinieron del Cielo para la Tierra".

Que quede bien esclarecido aquí que ni los acadianos ni los sumerios llamaban esos visitantes de la Tierra como dioses. 

Sólo fue después, con el paganismo, que la noción de seres divinos o dioses fué infiltrados en nuestro lenguaje y pensamiento. 

Si empleo el término aquí es solamente debido a su uso y aceptación generalizados.

Los acadianos los llamaban Ilu - "Los Altísimos" -, de lo cual se origina el bíblico El. 

Los cananeos y fenicios los llamaban Ba'al - "Señor". Sin embargo, en los inicios de todas esas religiones, los sumerios los llamaban de DIN.GIR. "Los Virtuosos de los Cohetes Espaciales". 

En la primitiva escritura pictográfica de los sumerios (que posteriormente fue estilizada hacia la cuneiforme), los Términos DIN y GIR eran escritos:



Cuando los dos están combinados, podemos ver que el "cortador" o GIR, con forma semejante a un módulo de comando escénico-piramidal, se ajusta perfectamente a la nariz del DIN, mostrado como un cohete de varias etapas. 

Además de eso, cuando verticalizamos la palabra-dibujo, descubrimos que ella es impresionantemente parecida con el cohete espacial dentro del silo subterráneo pintado en la tumba del egipcio Huy.

A partir de leyendas cosmológicas de los sumerios y sus poemas épicos, de textos contando la biografía de esos dioses, de listas de sus funciones, relaciones familiares y ciudades, de cronologías e historias de la llamada Lista de Reyes, y de una riqueza de otros textos, inscripciones y dibujos, conseguí montar un relato coherente sobre lo que hubo en los tiempos prehistóricos y como todo aconteció.

Esa historia comienza en épocas primeras, cuando nuestro sistema solar aún era joven. 

Un gran planeta surgió venido del espacio sideral y fue atraído por él. 

Los sumerios llamaban a ese invasor NIBIRU, "El Planeta de la Travesía"; los babilonios le daban el nombre de Marduk. 

Cuando él estaba pasando por los planetas externos de nuestro sistema solar, su trayectoria se encorvó debido a la fuerza de atracción, lo que lo colocó en curso de colisión con un viejo miembro del sistema solar - un planeta llamado Tiamat. 

Cuando los dos se aproximaron, los satélites de Marduk cortaron a Tiamat por la mitad. Su parte inferior fue convertida en pedazos pequeños y esos restos planetarios formaron los cometas y el cinturón de asteroides - la "pulsera celeste" - que orbita entre Júpiter Marte. 

La parte superior de Tiamat y el principal satélite de ese planeta fueron lanzados en una nueva órbita, haciéndose la Tierra y la Luna.

Marduk, intacto, fue capturado en una vasta órbita elíptica en torno al Sol, lo que lo hace volver al lugar de la "batalla celeste", entre Júpiter y Marte, cada 3.600 años terrestres. Y fue así que nuestro sistema solar se quedó con doce cuerpos celestes - el Sol, la Luna (que los sumerios consideraban un cuerpo celeste por su propio derecho), los nueve planetas que conocemos y el 12º: Marduk.

Cuando Marduk invadió nuestro sistema solar, trajo con él la semilla de la vida y, en la colisión con Tiamat, un poco de esa semilla pasó hacia su parte que sobrevivió - el planeta Tierra. 

Al desarrollarse, esa vida comenzó a copiar la evolución en Marduk y fue por eso que, cuando en la tierra la especie humana estaba en sus inicios, en Marduk los seres inteligentes ya habían alcanzado altos niveles de civilización y tecnología.

Era del 12º miembro del sistema solar, decían los sumerios, que los astronautas habían venido a la Tierra - los "Dioses del Cielo y de la Tierra". 

Y fue a partir de las creencias de los sumerios que todos los otros pueblos de la Antigüedad adquirieron sus dioses y religiones. 

Esos dioses, afirmaban los sumerios, habían creado a la Humanidad y posteriormente le habían dado la civilización, o sea, todo el conocimiento, todas las ciencias, inclusive una parte increíble de una astronomía sofisticada.

Ese conocimiento astronómico comprendía el reconocimiento del sol como el cuerpo central de nuestro sistema planetario y la cognición de todos los planetas que conocemos actualmente, inclusive los externos - Urano, Neptuno y Plutón - que son descubrimientos relativamente recientes de la astronomía moderna y no podrían haber sido observados e identificados a ojo desnudo. 

Y, tanto en las listas y textos planetarios, así como en descripciones pictográficas, los sumerios insistían en la existencia de un planeta más - NIBIRU, Marduk que al punto de su órbita más próximo a la Tierra pasaba entre Marte y Júpiter como muestra este cilindro de 4,500 años.

La sofisticación en conocimiento celeste - que los sumerios atribuían a los astronautas venidos de Marduk - no era limitada a la familiaridad con el sistema solar. 

Había el universo infinito, lleno de estrellas. 

Fue en la Sumeria - y no siglos después, en Grecia, como se imaginaba - que por primera vez las estrellas fueron identificadas, agrupadas en constelaciones y situadas en el cielo, recibiendo nombres. 

Todas las constelaciones que actualmente vemos en el cielo del hemisferio norte y la mayoría de las del hemisferio sur están listadas en las tablas astronómicas de los sumerios - en su orden correcto y con los nombres que usamos hasta hoy!

De la mayor importancia eran las constelaciones que parecen rodear el plan o franja en la cual los planetas orbitan el Sol.

Llamadas por los sumerios de UL.HE ("El Rebaño Luminoso") - que los griegos adoptaron con el nombre de zodiakos kyklos ("El Círculo de los Animales") y nosotros aún denominamos zodíaco - ellas fueron arregladas en doce grupos para formar las Casas del Zodíaco. 

No sólo los nombres que los sumerios dieron a esos grupos - Tauro, Gemelos, Cáncer, León etc. - como sus descripciones pictóricas permanecieron inmutables a lo largo de los milenios.

Las representaciones egipcias del zodíaco, muy posteriores, eran casi idénticas a las de los sumerios.

Además de los conceptos de la astronomía esférica que empleamos hasta hoy (inclusive las nociones del eje celestial, polos, eclíptica, equinoccios y otras), que ya estaban perfeccionados en la época de los sumerios, había también una sorprendente familiaridad con el fenómeno de la Precession. Como sabemos actualmente, hay una ilusión de retrazo en la órbita de la Tierra cuando un observador marca la posición del Sol en una fecha fijada (tal como el primer día de la primavera) contra las constelaciones del zodíaco que funcionan como un paño de fondo en el espacio. 

Causada por el hecho del eje de la Tierra al ser inclinado en relación al plan de su órbita en torno al Sol, ese retrazo o precession es infinitesimal en términos de duración de vida de los seres humanos, pues en 72 años el cambio en el paño de fondo zodiacal es de solamente 1 grado del círculo celestial de 360 grados.

Una vez que el círculo del zodíaco que rodea la franja donde la Tierra y otros planetas orbitan en torno al Sol fue dividido en doce casas arbitrarias, cada una ocupa 1/12 del círculo completo o un espacio celestial de 30 grados. 

Así, la Tierra lleva 2.160 años (72 x 30) para retardar a través del vano completo de una casa zodiacal. 

En otras palabras, si un astrónomo colocado en la Tierra estuvo observando el cielo el día de primavera cuando el Sol comenzó a subir contra la constelación o casa de Peces, sus descendientes, 2.160 años después, observarán el evento con El Sol contra el paño de fondo de la constelación adyacente, la casa de Acuario.

Ningún hombre, ni ninguna nación, podría haber observado, notado y comprendido ese fenómeno en la Antigüedad. 

Sin embargo, las pruebas son irrefutables: los sumerios, que comenzaron su cuenta en el tiempo en la Era del Toro (que se inició a cerca de 4.400 a.C.), conocían la ciencia y registraron en sus listas astronómicas los cambios precessionales anteriores para Gemelos (cerca de 6.500 a.C.), Cáncer (cerca de 8.700 a.C.) y León (cerca de 10.900 a.C.). Ni es preciso decir que fue reconocido alrededor de 2.200 a.C. que el primer día de primavera - Año-Nuevo para los pueblos de la Mesopotamia - retardó los llenos 30 grados y pasó para la constelación o "Era" de Aries, el Carnero (KU.APENAS en sumerios).

Fue reconocido por algunos estudiosos del pasado, que combinaron su conocimiento de egiptología y asiriología con astronomía, que las descripciones escritas y pictóricas empleaban la Era del Zodíaco como un grandioso calendario celeste, por lo cual los eventos de la Tierra eran relacionados con la escalada mayor de los cielos. 

Ese conocimiento ha sido utilizado en tiempos más recientes como un auxilio cronológico prehistórico e histórico en estudios como los de G. de Santillana y H. von Dechend (Hamlet's Mill). 

No hay duda, por ejemplo, de que la esfinge con trazos de león al sur de Heliópolis y las con aspecto de carnero, que guardaban los templos de Karnak, mostraban las eras zodiacales en que habían ocurrido los eventos que ellas representaban o en las cuales los dioses o reyes relacionados con ellas habían sido supremos.

El punto básico de ese conocimiento de astronomía y, por consecuencia, de todas las religiones, creencias, eventos y descripciones del mundo antiguo, era la convicción de que existe un planeta más en nuestro sistema solar, el de mayor órbita, un planeta supremo o "Señor Celestial" - lo que los egipcios llamaban "la Estrella Inmortal" o "El Planeta de los Millones de Años" -, la Morada Celestial de los Dioses. 

Los pueblos de la Antigüedad, sin ninguna excepción, rendían homenaje a ese planeta, el de más vasta y majestuosa órbita. 

En Egipto, Mesopotamia y todos los otros lugares, su omnipresente emblema era el del Disco Alado.

Reconociendo que el Disco Celestial en las ilustraciones egipcias representaba la Morada Celestial de Ra, los estudiosos siempre insistieron en referirse a Ra como un "dios del Sol" y al Disco Alado como "Disco Solar". 

Ahora ya debe estar claro que no era el Sol, sino el 12º. Planeta que así era representado. De hecho, las pinturas egipcias hacían una distinción nítida entre el Disco Celestial y el Sol.

Como se puede ver, ambos eran mostrados en el cielo (representado por la forma arqueada de la diosa Nut).



Entonces, está claro que no se trata de un cuerpo celestial, sino de dos. 

También se puede ver perfectamente que el 12º planeta es mostrado cuerno un globo o disco celestial, mientras el Sol es mostrado emitiendo sus rayos benevolentes.

¿Entonces los antiguos egipcios, como los sumerios, sabían, mil años atrás, que el sol era el centro del sistema solar y que él estaba constituido de doce cuerpos celestes? 

La prueba de eso está en los mapas celestiales pintados en los sarcófagos.

Uno de esos sarcófagos, muy bien conservado, descubierto en 1857 por H. K. Brugsch en una tumba de Tebas, muestra a la diosa Nut ("El Cielo") en el panel céntrico (pintado en la parte superior del ataúd), cercada por las doce constelaciones del zodíaco. 

En las laterales del sarcófago, las hileras inferiores muestran las doce horas del día y de la noche. Inmediatamente enseguida vienen los planetas - los Dioses Celestiales - que son mostrados viajando en sus órbitas predeterminadas, los Barcos Celestiales (los sumerios llamaban a las órbitas "destinos" de los planetas).




En la posición céntrica, vemos el globo del sol, emitiendo rayos. 

Cerca de él, al lado de la mano izquierda de Nut, vemos dos planetas: Mercurio y Venus. (Venus está correctamente pintado como siendo mujer - él era el único considerado femenino por todos los pueblos de la Antigüedad). 

Después, en el panel lateral, a la izquierda del cuerpo de la diosa, están la Tierra (seguida del emblema de Horus), la Luna, Marte y Júpiter como Dioses Celestiales viajando en sus barcos.

En el panel lateral a la derecha del cuerpo de Nut, se localizaron otros cuatro Dioses Celestiales en la parte inferior - continuando después de Júpiter -, sin Barcos Celestiales, pues sus órbitas eran desconocidas para los egipcios: Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. 

La época de la momificación del cuerpo está marcada por el Lancero apuntando su arma en la parte media del Toro.

Así, encontramos a todos los planetas en su orden correcto, inclusive los externos, que sólo fueron descubiertos en tiempos bastante recientes. 

El propio Brugsch, que encontró el sarcófago, como otros de su época, no tenían conocimiento de la existencia de Plutón.

Los eruditos, que estudiaron el conocimiento planetario de la Antigüedad, partían de la hipótesis de que los pueblos antiguos creían que cinco planetas - entre ellos el Sol - giraban en torno a la Tierra. 

Cualquier dibujo o referencias escritas a otros planetas eran, según lo afirmaban, debido a algún tipo de "confusión".

Pero no había confusión ninguna. Existía, sí, una impresionante exactitud: el Sol es el centro del sistema solar, la Tierra es un planeta y, además de ella, de la Luna y de los ocho planetas que conocemos actualmente, hay otro planeta, mucho mayor. 

En el sarcófago él está pintado destacándolo, por encima de la cabeza de Nut, como un importante Señor Celestial en su enorme Barco Celestial, o sea, su órbita.

Hace 450 mil años - según nuestras fuentes sumerias -, los astronautas venidos de ese Señor Celestial descendieron en el planeta Tierra.




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